Pieter Paul Rubens (1637). Prometeo trayendo el fuego
Mencioné en la anterior entrada la importancia del mundo griego en el siglo quinto antes de nuestra era. La centuria fue convulsa, comenzando con la resistencia frente al imperio aqueménida en las Guerras Médicas y viviendo después el conflicto interno en la Guerra del Peloponeso entre Atenas y Esparta, pero es inevitable prestar especial atención a lo que ocurrió en el estado ateniense en la segunda mitad del siglo. Aún se estudia en las universidades, como tuve que estudiarlo yo, la retórica del discurso fúnebre de Pericles, recogido por Tucídides en su adelantada obra historiográfica; todavía se analiza la primera experiencia democrática, con sus luces y sombras, sus oradores y demagogos; aún se levantan los restos del Partenón, expuestos a la erosión del tiempo; en aquella Atenas imaginamos al extranjero Anaxágoras enseñando los secretos del Cosmos a los prohombres de la polis, o al soldado Sócrates dialogando con el terrible Alcibíades.
Aquella Atenas fue también la época de los sofistas. Eran estos profesionales de la enseñanza, en su mayoría extranjeros, que a cambio de unos honorarios se comprometían a entrenar a los hijos de los ciudadanos pudientes, de cara a pulir sus dotes políticas. Algunos tuvieron mucho prestigio, pero también eran mirados con antipatía tanto por aristócratas, que consideraba que la areté no podía enseñarse, por ser connatural a ellos, como por los demócratas que recelaban de un aprendizaje privado y a sueldo, que a sus ojos despreciaba a la comunidad de la polis.
De todos los sofistas, Protágoras de Abdera fue el que alcanzó mayor fama, y el que cobraba más por sus servicios. No era, desde luego, tan radical como otros sofistas, ni tampoco pasaría en nuestro tiempo por un demagogo; aunque bebía de la dura competitividad griega, siempre defendió el respeto al estado y la adecuada convivencia entre los ciudadanos, allí donde estuviese. Viajó mucho, y en sus viajes pudo conocer distintas formas de gobierno, lo que sin duda influyó en su postura relativista. Seguramente lo conozcan por su frase más famosa: 'El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son, de las que no son en cuanto que no son'.
Pero antes de seguir, quiero que nos detengamos en un término que he usado más arriba. ¿Qué era el ἀρετή? Al igual que ocurre con otras palabras de calado, muchos tratadistas optan por incorporar el término original, y no faltan razones para ello, pero aquí nos avendremos a la transcripción de andar por casa: areté. Tanto en manuales escolares como en muchas obras suele traducirse como 'virtud', pero esto nos llevaría a malinterpretar por completo su significado, pues 'virtud' tiene un significado muy distinto en nuestra tradición, que integra la cultura cristiana, alejada también de la virtus romana, algo más cercana, aunque no equiparable a la areté griega.
Quizá piensen que este apunte responde a un gesto pedante por mi parte, y nada más lejos. No sé leer en griego clásico, pero si queremos entender el pensamiento de la antigua Grecia, el primer gran error sería restar importancia a la filología. La filosofía griega surgió a través de la palabra, y se han dedicado ensayos enteros a explicar el significado de una sola palabra, por ejemplo el ἄπειρον (ápeiron) o la Φύσις (physis). Por supuesto, no todas las palabras del griego antiguo presentan tamañas dificultades, ni mucho menos, pero en ocasiones una mala traducción ha tergiversado el entendimiento. Pues bien, podemos entender la areté como la excelencia, el perfeccionamiento como ciudadano. Olvídense de cómo se entiende esto en nuestro contexto; en una sociedad tan competitiva como la griega, no había premio de consolación, ni cabía una palmadita en el hombro por haberlo intentado. Para terminar de complicar el asunto, hay que recordar que el uso de las palabras cambia con el tiempo, y la propia areté experimentó una evolución semántica, pasando de la excelencia en el campo de batalla al éxito en la política y los asuntos públicos, entre otros usos. En todo caso, pueden hacerse una idea de la resonancia de esta palabra en el contexto de la antigua Grecia.
Les hablaba antes de Protágoras, ¿recuerdan? Adelantemos ahora el reloj unos años, situándonos a principios del siglo cuarto. Atenas comenzaba ahora su larga decadencia política; Protágoras y Sócrates habían muerto, y Platón, que fuera discípulo de este último, comenzaba a escribir sus inmortales Diálogos. En el 'Protágoras', diálogo de transición, Platón nos traslada a la Atenas de los tiempos en los que él nació para oponer a Sócrates y a Protágoras en un encuentro dialéctico. Hay que tener en cuenta que Platón respeta intelectualmente a Protágoras de Abdera y lo representa como un adversario a la altura de Sócrates, a diferencia de la mayoría de contertulios que encontramos en otros diálogos; esto nos confirma la importancia que tuvo Protágoras en su época, aunque acabase mal sus días, defenestrado, acusado de impiedad por sus enemigos - destino que posteriormente sufriría también Sócrates - y teniendo que escapar de Atenas para exiliarse en Silicia, viaje durante el cual murió.
El diálogo es narrado en primera persona por Sócrates, que cuenta a un amigo que acaba de estar con un hombre sabio - 'el más sabio de los hombres' -. Cuando su amigo le pide explicaciones, Sócrates le refiere punto por punto su encuentro y discusión con Protágoras. La acción comienza cuando Sócrates acude a escuchar al famoso sofista, que está rodeado de admiradores.
‘Apenas concluyó de decir esto, cuando se levantó un gran ruido en la asamblea, llenando a Protágoras de aplausos; y, yo lo confieso, como un atleta que recibe un gran golpe, quedé tan aturdido que se me trastornó la cabeza, tanto por el ruido de la gente, como por lo que acababa de oír’.
Como todos los escritos platónicos, éste es un texto vivo, aunque hasta cierto punto inconcluso en sus razonamientos finales. El tema tratado será la esencia de la areté, pero también la posibilidad o no de su enseñanza, esto es, nada menos que de la labor del sofista. Evidentemente, Protágoras sostiene que la areté puede ser enseñada - de hecho, él vive enseñándola -, pero así como hay expertos como él en educar a los jóvenes de buenas familias, en realidad toda la sociedad enseña a los ciudadanos desde la infancia. El ser humano nace desamparado y necesita que sus conciudadanos lo eduquen. Para ilustrar su teoría, Protágoras narra una versión del mito de Prometeo, ofreciendo así Platón uno de sus pasajes más bellos.
Los dioses crean a cada ser viviente, mezclando los elementos para moldearlos como arcilla, y encargan a los titanes Prometeo y Epimeteo que se encarguen de distribuir las cualidades que falten a cada uno para ocupar su sitio respectivo en la naturaleza. El torpe Epimeteo quiso ocuparse él solo de esta tarea y Prometeo consintió en dejarlo hacer, para supervisar después la labor de su hermano. Epimeteo reparte en unos la fuerza, en otros la velocidad, a otros les dota con colmillos, a otros de piel gruesa... Así organiza las armas naturales de cada animal, pero se olvida de armar al ser humano.
Cuando Prometeo se da cuenta de esta falta, ya es tarde para remediarlo pero, siendo el benefactor de la humanidad, decide saltarse todas las reglas: se cuela en el Olimpo y, no pudiendo tomar la Justicia custodiada por Zeus, roba el fuego a los dioses para entregárselo a los hombres. A causa de ello, Prometeo será castigado por toda la eternidad, pero, gracias a su hazaña, el ser humano se convertirá en el único animal dotado de razón. Con el fuego de las ciencias, destinado a conservar su vida, el humano solo estaría falto de una cosa: la política. Sin un entendimiento mutuo, la humanidad estaría destinada a destruirse a sí misma. Por ello, el propio Zeus se apiada y manda a Hermes para que entregue al ser humano el aidós. Así, con el fuego de la razón, el sentimiento moral y el consenso, el ser humano podría organizarse y hacer política.
Protágoras concibe la justicia como la superación del estado natural. Partimos, por tanto, de la división entre la physis y el nomos, naturaleza y leyes convencionales. El nomos ha devenido por pura necesidad, ya que no forma parte del equipamiento natural del hombre; es únicamente un consenso que resulta ventajoso para toda una sociedad. ¿Quién enseña? Todos: padres, madres, educadores, nodrizas... Cada uno aporta su granito de arena para moldear a los nuevos ciudadanos y enseñarles la forma de vivir en común con sus semejantes, 'enseñándoles con motivo de cada acción, de cada palabra, que tal cosa es justa, que tal otra injusta, que esto es bello, aquello vergonzoso, que lo uno es santo, que lo otro impío, que es preciso hacer esto y evitar aquello'. ¿Existe, entonces, un único nomos? No, hay uno distinto en cada sociedad.
Una vez Protágoras se ha ganado a la audiencia con su impecable monólogo, interviene Sócrates para pasar al diálogo en su propio estilo, y lo hace de un modo que pilla por sorpresa al maestro sofista. Sócrates comienza pidiéndole explicaciones acerca del sentido que da a la palabra areté. ¿Es una sola cosa o son varias, tales como la justicia, la santidad, la valentía, la sabiduría o la templanza? - virtudes que la sociedad griega respetaba - 'La areté es una' - responde Protágoras - 'y esas son sus partes'. Sócrates lleva entonces a su interlocutor a una contradicción: continuamente vemos a gentes que son valientes, pero injustas, o justas sin ser sabias.
La preocupación que revela Sócrates, en primer lugar, es definir el concepto de areté, pues detecta el relativismo en su oponente. Sócrates no quiere dar nada por hecho; la búsqueda de la definición de aquello que se está discutiendo lo caracteriza en todos los diálogos platónicos. Dos esquemas mentales chocan aquí: Protágoras no cree que la areté pueda buscarse por sí misma como una verdad absoluta, mientras que Sócrates es el perpetuo buscador del auténtico conocimiento, tomándose demasiado en serio a la areté como para pensar que cualquiera pueda enseñarla, o incluso que pueda ser enseñada.
En el 'Protágoras' de Platón no solo se enfrentan dos posturas intelectuales, sino dos formas de discurso, resultando una verdadera guerra de métodos. Por un lado tenemos la retórica embellecida del monólogo cultivado por Protágoras, y por otro el diálogo rápido y seco de Sócrates, que no se detiene en fórmulas retóricas. El Sócrates platónico es pionero en el abordaje racional que hemos heredado en Occidente, aunque en este diálogo se justifique apelando a los espartanos: 'el carácter de la filosofía de los antiguos consistía en cierta brevedad lacónica'. Protágoras se siente cómodo en el discurso que arroba a los oyentes, mientras que Sócrates prefiere el mutuo interrogatorio expeditivo. Uno de los muchos testigos del debate tiene que intervenir:
'Tú, Sócrates, no te pegues demasiado rigurosamente al método seco y árido del diálogo, si Protágoras no te abre el camino; déjale alguna libertad y afloja las riendas a sus discursos, para que nos parezcan más magníficos y más agradables. Y tú, Protágoras, no hinches de tal manera las velas de tu elocuencia, que te dejes llevar a alta mar y pierdas de vista la tierra'.
Pero Sócrates fuerza a Protágoras a que se explique según sus normas de juego, aclarando los términos con mayor sutileza. De esta forma, Protágoras intenta relacionar las virtudes y Sócrates termina destapando el sentido de las palabras de su oponente: '¿Llamas buenas a las cosas que son útiles para los hombres?' '¿Llamas agradables a las cosas que van unidas al placer?' Protágoras recula y devuelve el debate a su propio terreno, trayendo a colación una oscura poesía acerca de la virtud que les saca un poco del tema central que interesa a Sócrates.
A pesar de las enormes diferencias, Protágoras y Sócrates están de acuerdo en algunas cosas: la ciencia es necesaria para superar la flaqueza del hombre. ¿Flaqueza? Sócrates habla de ignorancia. Si lo útil y lo agradable son el bien, es posible que un hombre cometa el mal, pudiendo no cometerlo, porque en un momento determinado se ve vencido por el bien, que es lo agradable. Si las cosas agradables son las que nos reportan placer, ser vencido por el placer es el colmo de la ignorancia, ya que se cae en el dolor en vez de buscar un placer mayor a largo plazo.
Así, Protágoras es conducido por Sócrates, en la parte final del diálogo, y a base de reducir su lenguaje se pierde en un totum revolutum, considerando que las virtudes están relacionadas. Una vez sentadas sus propias premisas, ve obligado desdecirse, porque según los principios establecidos no sería posible ser ignorante y valiente. Sócrates apunta al verdadero conocimiento unido a la virtud, dentro de la cual la auténtica valentía, a diferencia de la audacia inconsciente, implicaría el conocimiento del bien, y la búsqueda de este conocimiento es la ciencia verdadera. Pero esto, le faltaría explicitar al final, no puede ser enseñado del todo por padres, madres, nodrizas o preceptores, ni tampoco por sofistas, como si hablásemos de una jarra a la que vamos llenando de agua. La conclusión del dialogo lleva a dudar al propio Protágoras de que, aceptando las premisas sentadas, la areté pueda ser enseñada de la manera que defendía al principio.
El 'Protágoras' de Platón nos deja con las respuestas a medias. Como hemos dicho, buena parte del peso se basa en medir a estas dos figuras y sus respectivos métodos de discurrir; Platón no desarrolla aún su madura concepción de la dialéctica, pero este Diálogo, al igual que el resto de la obra del autor, pervive como un indiscutible clásico de la filosofía y la literatura de todos los tiempos.
jaja me ha hecho gracia al referirte a que la areté griega efectivamente se entendía como la alcanzar excelencia en todos los ámbitos, intelectuales, físicos y morales, esto de “olvídense de cómo se entiende esto en nuestro contexto; en una sociedad tan competitiva como la griega, no había premio de consolación, ni cabía una palmadita en el hombro por haberlo intentado..” es cierto Atenas era al saber, lo que Wall Street a las finanzas jaja Has expuesto magistralmente la dicotomía que existía entonces entre los sofistas, encabezado por Protágoras que representaban una nueva concepción de la pedagogía, entendiendo esta como una forma de preparar a los ciudadanos para ser demócratas, en el sentido Ateniense del concepto, “dirigir al pueblo” frente a la concepción Platónica, como aristócrata convencido que era, de que el pueblo carecía de la sabiduría y las cualidades morales necesaria para dirigirse, considerando sólo la élite intelectual estaba capacitada para esta labor. Según él, se limitaban a “adiestrar” a sus discípulos en el arte de la convicción mediante la manipulación de las pasiones, haciéndolos expertos únicamente en la oratoria, pero huecos por dentro, sin valores, por tanto, este adiestramiento conducía inexorablemente a la demagogia, usando la retórica como técnica para conseguir el poder político apelando a las emociones, miedos y anhelos del pueblo ( demos). En este sentido, comparto totalmente la visión de Platón, por mal que suene, creo que los demagogos son los que orientan y manipulan las opiniones del pueblo en su exclusivo beneficio, nunca en beneficio del bien común, pero no quiero irme de estupendo texto que compartes y te agradezco mucho, donde además se nota cómo Platón, a través de Sócrates usando la mayéutica (preguntar para que la respuesta haga reflexionar al que contesta sobre lo que es o no correcto) deja en evidencia la falta de argumentos de Protágoras para defender que efectivamente la virtud se puede enseñar. Es apasionante este diálogo, parece una emocionante carera de fórmula 1 ; ) comienza Protágoras arrasando, contestando con tranquilidad siendo aplaudido y admirado por la concurrencia entre las que se había acercado Sócrates a escucharle con un amigo y tal cual nos has contado, surge por pura necesidad ese nomos en forma de leyes que son las que establecen el orden necesario para la buena convivencia en la polis, pero ahí es cuando el poderoso motor de Sócrates y su sagacidad comienzan a rugir, viniendo desde atrás, comienzando la remontada jaja y frente al mito de Prometeo usado por Protágoras, usa un poema de Simónides de Ceos, que no es casual, este poema trata sobre adquisición y conservación de la areté y además, ese poeta era de los que componía por encargo de tiranos y aristócratas que le pagaban, exactamente igual que los sofistas, estableciendo ahí Platón, una relación de continuidad entre la misión educativa de los poetas tradicionales y la de los sofistas, a quienes nunca consideró verdaderos filósofos, total, que poco a poco Protágoras comience a perder potencia, a contestar de mala gana, e incluso se calla a medida que las preguntas de Sócrates le colocan en evidentes paradojas y contradicciones, llegando como claro vencedor a la meta Sócrates, defendiendo que la areté no se puede enseñar ; ) Cosa que no comparto en parte, pero no me meto en más profundidades filosóficas aunque me encantaría, porque ya te he robado demasiado tiempo con mi rollazo.. mil gracias, buen finde y un abrazo!
ResponderEliminarExplicas bien las diferencias entre los sofistas y la postura socrática, donde efectivamente está escondido Platón, pues en muchos casos los expertos han visto difícil distinguir qué ideas eran propias del Sócrates histórico y cuáles solo pertenecen a Platón. En obras posteriores ya no cabrá ninguna duda.
EliminarLa Atenas de aquel tiempo es fundamental - literalmente hablando - en la historia del pensamiento y en nuestra cultura, pero no debemos mitificar a los griegos, hablando en general, como tampoco a ningún pueblo ni época histórica. Atenas tuvo a Sócrates, Platón, Aristóteles... Y en otro orden, a Tucídides, Demóstenes, Aristófanes y un largo etcétera de pensadores y creadores que trascendieron, pero la gran mayoría de atenienses eran, como en cualquier otra época y lugar, personas que vivían con los prejuicios e ignorancia propios de su tiempo y lugar. Por todo ello la obra de los grandes conserva aún todo su interés, y los Diálogos de Platón siguen hablándonos aún en nuestro presente.
Buen domingo, María. Un abrazo.
jaja realmente he hecho una interpretación muy sui géneris de este diálogo. He dado como vencedor a Sócrates, porque considero que sus argumentos son mucho más sólidos que los de Protágoras, pero lo cierto es que es verdad y tal cual comentas tu en la entrada, uno de los “peros” a la obra de Paltón es esa indefinición final, que por supuesto existe aquí sin ninguna duda, cuando finalmente Protágoras ya no está seguro de si la virtud es enseñable y Platón si es conocimiento. Por lo que ambos optan por elogiarse mutuamente y dar por concluido su dialogo alegando que “ya era hora de partir” dejando inconclusa su discusión ¿..? Y como te acabo de leer allí .. ; ) Te diré que esa indefinición, no va conmigo, no tienes más que verme, incluso aquí jaja suelo pecar de mojarme demasiado siempre, es parte de mi naturaleza, incluso cuando no hay ninguna necesidad ; ) Lo que intento, -aunque no lo consiga- y me esfuerzo mucho, es ser todo lo aséptica y ecuánime que me es posible al valorar las propuestas, todas, no desecho nada sea cual sea la etiqueta que lleve, intento mantener mi mente abierta, no ser rígida.. creo que esa rigidez mental es uno de los graves problemas de nuestra sociedad, además en todo, da igual si se trata de política, música, gente o vida en general ¿ qué ocurre? que la objetividad es prácticamente imposible.. finalmente sólo emitimos opiniones subjetivas y todos estamos condicionados por nuestros pensamientos, gustos y experiencias ; )
EliminarY aunque tienes razón que no hay que mitificar ninguna cultura, no deja de ser curioso la cantidad de cerebros inmensos que surgieron en la cultura griega durante esa época concreta que señalas. Sin tener nada que ver, me recuerda ese grupo que se llamó “ los marcianos” la cantidad de físicos y matemáticos surgidos a finales del siglo XIX y principios del XX en Hungría, una barbaridad de genios y premios nobeles, muchos de ellos padres de las diferentes bombas nucleares e hidrógeno .. como que en algunos momentos de la historia los astros se confabulan para que lleguen a la Tierra en un mismo periodo de tiempo un batallón de cerebros geniales. Mil gracias por todo, RODIÓN, disfruta del domingo y otro más de vuelta para ti!
Si hablamos de vencedores en el diálogo, yo también considero que Sócrates se impone a Protágoras. Y conste que en otros diálogos platónicos, el resultado es más patente que en el 'Protágoras', con ese final casi abierto. Pero, aun dando esa apariencia de ''tablas'', Sócrates se impone porque su propio método, la mayéutica, rompe por completo el discurso de Protágoras, y aún tiene tiempo Sócrates de ser irónico hacia el tipo de discurso del sofista. Ese era su estilo, y por ello el Sócrates platónico es el verdadero fundador de la filosofía occidental, por mucho que esta hubiese nacido ya con el pensamiento de varios ''presocráticos'' conocidos. Mediante la dialéctica, Sócrates va extrayendo consecuencias de los conceptos de su oponente, llevándolo a contradicciones que terminan poniendo en cuestión dichos conceptos. La mayéutica, como bien dijiste en el anterior comentario, implica que sea el oponente quien extraiga esas conclusiones por sí mismo. Pero sí, el objeto primero de la discusión - si la areté puede ser enseñada - se desarrolla bien, pero uno quisiera que el diálogo se extendiera un poco más para ver dónde terminaría la cosa.
EliminarY muy de acuerdo con tu valoración de los antiguos griegos: sin duda su contribución supuso un salto cualitativo que no tenía parangón, superando en mucho al pensamiento babilonio, egipcio y de otros pueblos milenarios. Hace muchos años se hablaba por ello de ''el milagro griego'' (concepción que hizo célebre el filólogo John Burnet), como si efectivamente una serie de portentos creara de la nada toda aquella ciencia y filosofía. Hoy esa visión ya se ha refutado, aceptando que, a pesar del gran avance, el pensamiento griego fue el resultado de una evolución a partir del pensamiento mítico y de la importación de ideas tomadas de distintos lugares. Sin duda contribuyó mucho que en las colonias griegas de Asia Menor (que es donde empezó todo) hubiera una cultura abierta al comercio por mar y sobre todo la ausencia de una casta sacerdotal que impusiera dogmas religiosos.
Como en todo hecho histórico, los milagros no existen; siempre hay una explicación, si damos con ella. Y lo mismo podríamos decir de esos ''marcianos'' húngaros: no es que los húngaros de aquel tiempo fueran más inteligentes que los alemanes, italianos o españoles, sino que las circunstancias cuadraron para que emigraran a Estados Unidos un buen puñado de talentos de primera categoría.
Respecto a tu respuesta sobre la discusión de tu blog, si alguien cayese aquí no sabría de qué estamos hablando, así que aclaro que nunca he dicho que tú seas indefinida, en absoluto, sino que hablar de ''centrismo político'' puede ser ambiguo, por depender de qué consideremos izquierda y derecha, y a pesar de ello, ya te dije que es una postura que respeto, porque quien se identifica con el ''centro'' muestra, cuanto menos, que defiende la moderación y los matices :)
Saludos de vuelta, María.
Me refería a... Estos marcianos ; )
ResponderEliminarDenso artículo, pero interesante. Vaya por delante que a los diálogos platónicos a mí me cuesta meterles mano. Prefiero que gente más versada, como tú, me los haga más accesibles. Veo que el nudo del Protágoras es la definición de areté. Si no se enseña o no se pudiera, deberíamos depender de lo que cada cual entienda por areté? Si se puede enseñar, cada maestro tendría su propio concepto, quizás en contradicción con otros maestros. Se podría llegar a un consenso? Difícil lo veo, ya en aquella época y más ahora
ResponderEliminarDas en el clavo con el nudo del Protágoras, Chafardero. El sofista que da nombre al diálogo era todo un maestro en la formación de los jóvenes atenienses, de cara a convertirlos en ciudadanos respetados de la polis. Por ejemplo, se les dotaba de técnicas para hablar en público y vencer en los debates dialécticos. Pero la finalidad última de esa educación no se cuestionaba, se daba por hecho, y de ahí la importancia que concede Sócrates a comenzar definiendo la ''areté'', para luego discutir si esta puede ser enseñada por completo, y si es así, quién debe hacerlo. ¿La ciudadanía en su conjunto? ¿Un experto? Pero si así fuese, ¿experto en qué materia?
EliminarEstamos muy lejos ya de aquella época, pero el debate continúa a su modo. La ''areté'' en nuestro contexto sería el ideal de convertirse en una persona adulta madura, autónoma, formada en cuerpo y mente y también buena ciudadana. En una democracia actual, todos los menores tienen derecho a una educación mínima, que además es obligatoria, y la educación comienza y se desarrolla en el seno familiar: familia, entorno social, escuela... Todo ello contribuye a la formación de cada joven. Un menor nacido de una familia desestructurada no tendrá las mismas facilidades para desarrollarse emocionalmente que otro cuyos tutores están en mejores condiciones de educarlo. Teóricamente, el Estado debe ocuparse de subsanar esas desventajas, en la medida en que sea posible; ojalá fuera tan fácil...
Luego está el problema de la ''areté'' (por seguir usando el término): qué es, y quién puede enseñarlo. Seguro que tanto tú como yo podríamos poner muchos ejemplos distintos, pero basta pensar en las recurrentes polémicas en torno a la educación y el supuesto ''adoctrinamiento'' en las aulas, con algunos padres enzarzados en la disputa entre el Estado y las creencias privadas. Valga de ejemplo: ''Tenemos derecho a educar a nuestro hijo en nuestros valores y no queremos que en el instituto venga ninguna psicóloga a hablarles de sexo''.