Para los aficionados al género, vaya como advertencia que 'Llamada para el muerto' es una novela policíaca. ¿De espías? Por supuesto. Pero, a diferencia de lo que vino después, identifico esta obra con el género policíaco. En la literatura de espionaje la geopolítica debe ocupar un lugar fundamental, y aunque aquí tenga presencia, hay sobre todo un misterio a desentrañar en terreno local; en cualquier caso, se dan cita los dos géneros. Pero, más allá de la trama policíaca, si recomiendo la opera prima de Le Carré por algo es porque sirvió de carta de presentación del agente Smiley.
Si pensamos en George Smiley, el personaje más célebre de Le Carré, es inevitable la comparación con James Bond, en tanto supuso una antítesis en todos los sentidos. La creación de Ian Fleming, convertida pronto en un icono pop, nunca pretendió aparentar realismo; por el contrario, los espías de Le Carré son verosímiles. El agente Smiley no es un hombre de acción, sino un funcionario que realiza bien su trabajo; un trabajo gris, la mayor parte del tiempo, entre la maraña burocrática y la gestión de la información; la planificación y coordinación de agentes de campo que libran un pulso contra las agencias de inteligencia extranjeras. Inteligente y cultivado, escéptico y con graves problemas en su vida marital, George Smiley fue la gran creación de Le Carré, el epítome de lo mejor que podía albergar la inteligencia británica, el ideal del gran espía que prospera en la sombra; un ideal prosaico, en cualquier caso, por su apego a la realidad; la figura oscura que, a diferencia de James Bond, nunca llamaría la atención ni se ganaría los aplausos del público distraído que busca emociones fuertes.
Dos años después de su ópera prima, Le Carré firmó su primera obra maestra, 'El espía que surgió del frío' (1963), una tragedia oscura que, ahora sí, era ya auténtica novela de espías, quizá uno de los paradigmas de todas las novelas de espías. Luego le seguiría 'El espejo de los espías' (1965), más mundana, deshilvanada y bastante menos conocida, pero muy recomendable en tanto supuso el contrapunto de la anterior, por sus personajes mediocres, ajenos por completo a lo novelesco, que lo llevó a nuevas cotas de realismo. Y años después publicó la segunda obra maestra, Tinker, Tailor, Soldier, Spy, título que aquí conocemos como 'El topo' (1974), rescatando a George Smiley como protagonista indiscutible en una complicada trama que se extendería en novelas posteriores.
Funcionarios de la Guerra Fría, hombres grises encerrados en vidas grises, los personajes de Le Carré no son héroes ni villanos, sino tornillos en una maquinaria pesada, torpe y a veces ineficiente, como soldados mudos en una guerra sin cuartel, con banderas de trapo y propaganda que deben manejar como una herramienta más en su trabajo. La ideología no tiene cabida en la geopolítica; la ideología solo es música para los militantes, los convencidos, los soldados. Y toda guerra necesita soldados.
'...le entristecía comprobar en sí mismo la paulatina muerte de los placeres naturales. Siempre apartado, se encontraba ahora eludiendo las tentaciones de la amistad y la lealtad humanas, y defendiéndose hurañamente de las reacciones espontáneas. Gracias a la energía de su inteligencia, se obligaba a observar a la humanidad con objetividad clínica; pero, ya que no era ni inmortal ni infalible, detestaba y temía la falsedad de su vida'.
Esa diferencia de raíz entre James Bond y el agente Smiley refleja, más o menos, la diferencia que hay entre la adolescencia de nuestra generación y la madurez. Efectivamente Bond es un personaje poco menos que de dibujos animados, al menos por las películas; no he llegado a leer las novelas de Fleming, pero supongo que no puede haber mucha diferencia en lo esencial.
ResponderEliminarLuego, cuando ya andábamos sobre los veinte años, comenzamos a leer a Le Carré y descubrimos que, efectivamente, el mundo de los espías era tremendamente gris. Recuerdo haber leído bastante sobre los cinco de Cambridge, por ejemplo, y más o menos se daba a entender que en los últimos años de sus vidas se sentían como ballenas varadas en la costa, probablemente conscientes de que habían malgastado sus vidas para nada. "Aquello" resultó ser igual o peor que "esto". El género de espías me acabó aburriendo, probablemente porque en el fondo el escenario, deprimente, de la Guerra Fría transmite una sensación de profunda tristeza, o al menos eso me inspira a mí.
Saludos mil.
Yo de Fleming leí en su día poca cosa, pero no me interesa. Fue influyente en el imaginario popular, pero aunque él mismo hubiese trabajado como espía, al igual que Le Carré, su literatura no tenía nada que ver con el espionaje, pero tampoco con el mundo real, del que se alejó todo lo que pudo. En su fantasía transparentó, eso sí, su propio narcisismo y todos los prejuicios raciales de su tiempo en Gran Bretaña, como destacó Umberto Eco (quien creo que era aficionado a las novelas de Fleming) en varias de sus obras, aunque no he leído la principal que le dedicó al escritor. En lo esencial no hay diferencia entre las películas y el original, salvo que la serie cinematográfica va adaptando el personaje a los tiempos. Hoy se vería muy incorrecto representar al Bond original. Lo has descrito como una suerte de dibujos animados, y me parece muy acertado.
EliminarTambién coincido en que los ambientes de Le Carré tienen un poso triste, pero no hay ninguna impostura en ellos, sino un acercamiento realista a aquel mundo de particular inhumanidad, que encerraba naturalmente a personas con afanes y sentimientos humanos. Me gusta el abordaje psicológico que consigue al retratar esas vidas.
Los ''cinco de Cambridge'' son el mejor ejemplo: en apariencia, vidas fascinantes, vistas desde fuera, pero en realidad personas zarandeadas y, como dices, a la deriva. Le Carré contaba, en una entrevista, que en los años fuertes de la Guerra Fría, la URSS iba siempre un paso por delante que las potencias europeas de Occidente, en lo que a espionaje se refiere, y mantenía inflitrados muchos más agentes dobles, o topos, de los que nos imaginamos. La mayoría, sin duda, con un expediente menos brillante y unas vidas aún más grises que los cinco de Cambridge. Al parecer, se utilizó a muchas mujeres que usaban el sexo para obtener información. Ya sabes, a veces la realidad supera a la ficción.
Saludos.
Nunca he sentido interés por este tipo de literatura, aunque de pequeña veía en casa, y en casa de mis tíos, libros de leCarré, como de Frederick Forsyte, y recuerdo titulos de otros autores, como Pelham 1,2,3, o Ha llegado el águila, aunque a lo mejor estoy mezclando géneros.
ResponderEliminarDe todas formas, como me pasa siempre que vengo aquí, tu reseña hace que me parezca atractivo lo que en principio no me atraía, y aunque no creo que vaya a leer a leCarré, sí que le encuentro un interés, o un sentido, que de otra forma no hubiera imaginado.
Saludos!
Yo no he leído mucha literatura del género tampoco, salvo autores contados. De hecho, en general, los que tiran a la acción o al suspense no me suelen atraer, al igual que me pasa con la novela negra actual, y desde luego hay autores de espionaje que no tocaría ni con un palo, como un Tom Clancy, por ejemplo, que a juzgar por las películas basadas en su obra, es puro panfleto. Pero sé que los hay buenos, interesantes por una razón o por otra.
EliminarLe Carré, aparte de escribir bien, es un caramelito para los amantes de la Historia contemporánea, porque aunque sus novelas son pura ficción, sabemos que su Cambridge Circus es una recreación de cómo funcionaba el MI6 en aquellos años, por ejemplo.
El mundo del espionaje (el real, quiero decir, no el de James Bond ni el que nos enseña Hollywood al otro lado del charco, lleno de explosiones y de protagonistas heroicos siempre con una pistola en la mano) provoca curiosidad precisamente por su secretismo, por querer mirar por el ojo de una cerradura a la trastienda de muchas acciones de los gobiernos, sea en tiempo de guerra o no.
Plantea además interesantes conflictos morales, pues son personajes que entregan su vida a causas a veces oscuras, a obedecer órdenes por encima de su voluntad y muchas veces de su entendimiento. Se ponen en juego también las ideologías, que en aquellos tiempos pesaban más que ahora, con los dos bloques enfrentados, y ahí cabe una amplia gama que va desde el idealista más ingenuo hasta el mayor de los cínicos. George Smiley, el personaje de Le Carré del que hablo en la entrada, no llega a ser un cínico, pero es un escéptico, un descreído que ya está de vuelta de todo, pero se mantiene en base a unos pocos valores firmes de responsabilidad y compromiso.
Saludos.
Pues como a Ángeles, no he leído mucha literatura de espías, soy más de pelis, y sus argumentos suelen ser tan intrincados que me a media peli ya estoy perdido. A Le Carre en particular no le conozco directamente, aunque tu artículo me ha despertado el interés. Y su visión de los espías más como grises funcionarios que como aventureros creo que es correcta. Hace años leí que había aparecido un informe de la KGB sobre las inclinaciones políticas de los escritores españoles en el franquismo. El autor demostraba un conocimiento exhaustivo del panorama literario del país. Y para sus investigaciones no había necesitado más que acudir a cualquier biblioteca. Vamos, lo mismo que James Bond.
ResponderEliminarIgualito que James Bond, sí. Acudir a una biblioteca... En todo caso, si se trata de un archivo secreto en una isla con forma de calavera perteneciente a un megavillano con un ojo de cristal y la mitad de su cuerpo bañada en oro, podría interesarle.
EliminarPor si un día te animas con Le Carré, Chafardero, te recomiendo ''El espía que surgió del frío''.