
'Todavía creo que nuestra causa (que no es solo nuestra) es mejor defendida por los estudiantes rebeldes que por la policía y, aquí en California (y no solo en California), veo pruebas de esto todos los días (…) No podemos borrar del mundo que estos estudiantes están influidos por nosotros (y con certeza no menos por ti). Yo estoy orgulloso de ello y dispuesto a entender el parricidio, aunque a veces duele’.
Fragmentos de una misiva de Marcuse a Adorno, desde San Diego a Frankfurt, enviada en abril de 1969. Eran malos tiempos para la lírica, al menos tal y cómo la entendían los viejos rockeros de la primera generación de la Escuela de Frankfurt. Jóvenes manifestantes anti-sistema se dedicaban al recreativo deporte de reventar las conferencias de Theodor Adorno, al que dedicaban ofensivos versos libres en los que incitaban, básicamente, a no dejarle en paz. Escraches, lo llamarían ahora. En una de tantas ocasiones, Adorno no vio más remedio que llamar a la policía, y eso le enfrentó con Marcuse, quien desde el otro lado del charco se sabía un héroe para la juventud revolucionaria: el único miembro de la Escuela de Frankfurt que había encontrado un sitio entre los turbulentos movimientos estudiantiles de los años sesenta. El resto estaban fuera de combate o miraban, como Adorno, todo aquello con lejanía y escepticismo.
En ‘Gran Hotel Abismo. Biografía coral de la Escuela de Frankfurt’ (Turner, 2018), Stuart Jeffries, editor de The Guardian, realiza un recorrido histórico de la Escuela de Frankfurt desde sus inicios hasta nuestros días; una visión integral que organiza sus capítulos a través de las décadas, y sus temáticas a través de algunos de sus protagonistas y su obra más representativa. Jeffries demuestra gran erudición sobre el tema, estando su voz además acreditada por haber entrevistado a Jürgen Habermas, filósofo al que dedica la última parte del texto. El libro tiene la virtud de estar destinado a todo público interesado; el subtítulo ‘biografía coral’ es apropiado, ya que Jeffries da voz a los autores e intenta acercarlos al lector, siendo esta una perspectiva novedosa tratándose de los intelectuales de Frankfurt, personajes cuyas vidas no han casado precisamente con ningún arquetipo de aventura y emoción al uso. Y sin embargo, son trayectorias llenas de interés, a su modo, por ofrecernos una perspectiva destacable para entender la ópera del siglo XX, desde la decadente Alemania modernista hasta los cambios sociales de finales de siglo, pasando por el exilio en la Estados Unidos del baby boom y la inocente felicidad consumista.
Walter Benjamin, y en menor medida Bertolt Brecht, a pesar de no haber pertenecido a la Escuela de Frankfurt, ocupan también espacio en este libro, por su influencia y relación directa. El ensayo histórico de Jeffries comienza, de hecho, tributando tanto a Freud como a Proust, a través de los recuerdos de niñez de Benjamin. Tanto Walter como los intelectuales de la primera generación de la Escuela comparten un inicio común: todos ellos son hijos de la alta burguesía, de infancia rodeada de opulencia; de familias judías más adeptas al capitalismo que a la fe ortodoxa que caracterizó la generación de los abuelos; todos ellos se rebelan de alguna forma contra sus padres, rechazando ganarse la vida como ellos; todos ellos terminan reconociéndose como jóvenes marxistas, aunque ninguno de ellos (con la excepción de Henryk Grossman) llegase a militar políticamente, ni junto a la revolucionaria Rosa Luxemburgo ni en el partido socialdemócrata de Bernstein.
Desde el comienzo, los sedicientes revolucionarios protagonistas de ‘Gran Hotel Abismo’ mantuvieron una higiénica (y prudente) distancia con la política real y los partidos; de ahí que Lukács pretendiera atacarles cuando les dedicó la famosa frase: ‘Están ustedes alojados en el Gran Hotel Abismo’. El Hotel vendría a ser ese palco excepcional desde el que los intelectuales interpretan la sociedad sin pretender transformarla, y por tanto cayendo en el mayor pecado capital para el marxista de fe ortodoxa. Alguien dijo de ellos que eran ‘monjes modernos que trabajaban retirados de un mundo que no podían transformar’; según Gullian Rose, ‘en lugar de politizar la academia, [la Escuela] academizó la política’.
En ocasiones, las contradicciones pueden ser vistas como brechas irreparables en un sistema, pero también pueden hacer interesante a una vida vista desde fuera. Esto es lo que pasa cuando observamos las contradicciones (las reales y las aparentes) de la Escuela de Frankfurt, que Jeffries retrata sin ambages. La primera ironía fue, de hecho, la propia fundación de la Escuela en 1924, que fue financiada por el por entonces mayor comerciante de cereales del mundo, Herman Weil, padre de Félix Weil, uno de los miembros fundadores. Ese capricho de un padre - que representaba la quinta esencia del capitalismo - a su hijo inauguró el concepto de ‘comunista de salón’. Además, la ciudad de Frankfurt, tanto entonces como ahora, era todo un ejemplo de progreso capitalista. Y para terminar de perfilar el chiste – humor germano, se entiende -, el arquitecto del Instituto acabaría siendo un eminente nacionalsocialista: Franz Roeckle. El contexto explica por qué se decidió bautizar la Escuela como ‘Instituto de investigación social’, sin incluir ninguna referencia directa al marxismo: se imponía mantener un perfil bajo. Décadas después, el Café Marx, que regentaban, pasó a llamarse ‘Café Max’, en honor a Horkheimer. La historia puede convertirse en un chiste particular pero, más allá de la broma, las circunstancias comentadas no supusieron realmente una contradicción, pues una de las ideas de la Escuela terminaría siendo la imposibilidad de escapar del sistema capitalista.
El Instituto se impuso pronto dos tareas: explicar por qué no había habido revolución socialista en Alemania, a pesar de que las condiciones socio-económicas, bajo un prisma teleológico marxista, apuntaban a ello, y explicar el progresivo éxito del nacionalsocialismo. En 1931, Max Horkheimer tomó las riendas de la institución y ésta abandonó el estudio marxista ortodoxo de la infraestructura, derivando a un enfoque multidisciplinar que estudiaría la superestructura, o sea, la cultura e ideología. Erich Fromm atacaría desde el psicoanálisis (aunque pronto se distanció de Freud), Herbert Marcuse desde una unión de marxismo y un creciente interés también por el psicoanálisis, Leo Löwenthal desde la investigación literaria y Theodor Adorno desde la crítica cultural, en especial dedicado a su pasión: la musicología. Los contubernios amistosos entre nazismo y capitalismo fueron trabajados a conciencia por todos ellos.
Max Horkheimer (izquierda) y Theodor Adorno (derecha).
Horkheimer y Adorno evolucionaron hacia un pesimismo crítico y abandonaron pronto sus posturas iniciales con respecto al marxismo: nunca más defenderían la posibilidad de una revolución, ni mucho menos confiarían en que ésta se desempeñase desde una supuesta clase obrera, cegada en la reificación del fetichismo de la mercancía en plena era consumista. Lo que más adelante Marcuse popularizó como ‘dialéctica negativa’, implicaba no abandonar la razón crítica en favor de la razón instrumental, ni caer en la falsa complacencia de una cambiante sociedad de masas a la que había que levantar las costuras en lugar de bailar al son que el mercado o los gobiernos marcaban. Todo esto supone un torpe resumen, por mi parte, de la teoría de la Escuela de Frankfurt, que conozco apenas superficialmente. Lo que ofrece Stuart Jeffries de novedoso es, como hemos dicho, acercarnos a los protagonistas y su particular viaje personal sin pretender embellecer sus pasos cuestionables. Así, por ejemplo, es destacable su juicio de cómo Adorno, aun cuando podía ser un crítico sutil con la cultura de masas, lanzaba sus ataques en ocasiones de manera exagerada y desafortunada, llevando su acusación de fascismo a todo tipo de terrenos. ¿Les suena esto?
‘Quizás sea lamentable que, en esta coyuntura histórica, el filme de propaganda antifascista de Chaplin quedara atrapado en la misma red que los filmes de Leni Riefenstahl; lo que nadie podría poner en tela de juicio es la exhaustividad de su análisis del cine. No es justo, sin embargo, calificar a los académicos exiliados de Frankfurt de europeos pretenciosos que, llegados a Norteamérica, no hicieron más que criticar cuanto vieron y escucharon (…) Más bien, lo que detestaban de aquella cultura supuestamente popular era su carácter no precisamente democrático, y cuyo mensaje subliminar llamaba al conformismo y la represión’.
Jeffries no lo aborda en su libro, pero esta visión de los intelectuales de Franckfurt acerca de la cultura popular estadounidense - en especial, de su cine - caló hondo entre los jóvenes de la izquierda sociológica a partir de los años sesenta, cuando las distintas heterodoxias marxistas casaron con el nuevo auge del psicoanálisis. De repente, el cine de autor europeo con subtítulos se volvió una opción más apetecible que las producciones de Hollywood, vistas con desconfianza, o más bien con el nuevo elitismo de aquellos jóvenes universitarios que creían haber dado carpetazo a los convencionalismos de sus padres. Ya saben a qué me refiero: 'La Chinoise' de Godard frente a 'Centauros del desierto' de Ford. Cabe preguntarse si realmente aquellas películas de autor eran necesariamente más 'democráticas' que el cine de calado popular.

Fotografía borrosa de finales de los sesenta en la que unas estudiantes activistas interrumpen una clase de Adorno y se destapan los pechos. Como un parricidio freudiano, el pobre Adorno terminó sus días sufriendo boicot tras boicot.
Se sepa o no, la influencia de la Escuela de Frankfurt en la crítica cultural contemporánea es significativa. Un mero ejemplo: cuando, hará un par de años, el politólogo Juan Carlos Monedero fue noticia – por imperativo editorial – por hablar una vez más de cómo El Rey León incluye de manera subliminar mensajes políticos (no es mi interés valorar aquí su interpretación), lo que hacía en su análisis era herencia directa de los intelectuales de Frankfurt. Aquella filosofía impregnó a la sociología, e incluso a la psicología social. Hoy está muy extendido en Estados Unidos el término ‘marxismo cultural’ para referirse, de manera bastante tosca, a todo aquello que huele a izquierdismo, posmodernismo o crítica al sistema de todo pelaje y condición: si a estos ingredientes añadimos un toque de teoría conspirativa en la marmita, ya tenemos al marxismo cultural. Por mis palabras deduciréis lo que opino yo del término de marras pero, a pesar de lo tendencioso y simplificador, como en toda media mentira, hay una media verdad, y aunque es necesario precisar lo que decimos para expresarnos con propiedad, el caso es que sí podemos rastrear determinadas posturas actuales hacia un magma marxista previo; la Escuela de Frankfurt fue uno de aquellos caminos que dejaron su huella. Cabe preguntarse qué dirían hoy Adorno y Horkheimer, que no conocieron la revolución digital, acerca de las redes sociales o los anuncios publicitarios de Internet, esos que te recomiendan productos en base a tus búsquedas en la web.
Gran Hotel Abismo es también rico en anécdotas jugosas, como cuando el legendario espía soviético Richard Sorge – que inspiraría al mismísimo James Bond – fue destinado un tiempo al Instituto en calidad de académico visitante para vigilar de cerca a Horkheimer y compañía; o cuando Sartre y Marcuse quedaron para cenar y el primero pasó un mal rato al no haber leído ni una línea de la obra del segundo; o cuando, en medio del exilio newyorkino, los de la Escuela de Frankfurt tuvieron que lidiar con los New York Intellectuals, sus enemigos positivistas, en un duelo que Jeffries narra con habilidad; por no hablar del cara a cara entre Adorno y Popper en el debate de Tubinga de 1961.
Stuart Jeffries, Gran Hotel Abismo. Biografía coral de la Escuela de Frankfurt. Turner, 2018. Traducción de José Adrián Vitier.
Yo establecí un modelo teórico de pensamiento. ¿Cómo podría haber sospechado que la gente querría ponerlo en práctica con cócteles molotov? (T. Adorno)
Después de leer tu entrada me quedo con la sensación de que, tal y como ya sospechaba, no entiendo nada. Tú lo explicas todo muy bien, no me refiero a eso. Sino que, precisamente por lo bien que lo explicas, me queda muy clara mi incapacidad (aparte de mi ignorancia) para comprender la política, la filosofía y el funcionamiento del mundo en general.
ResponderEliminarMe interesa todo esto de las contradicciones, porque siempre he pensado que todo es una pura contradicción; que el mundo es en esencia contradictorio y que funciona a fuerza de "tira y afloja" entre ideas, conceptos y comportamientos que se oponen entre sí; y que a veces son tan opuestos que, tirando unos para un lado y otros para el otro, llegan a coincidir por los extremos.
Por otro lado, algunos detalles de tu entrada me han hecho pensar en el libro La casa de los veinte mil libros, de Sasha Abramsky, que creo te gustaría si no lo conoces.
Una entrada muy interesante y profunda, como de costumbre.
Saludos!
Yo también ignoro mucho más de lo que sé sobre el funcionamiento del mundo. Tu postura me ha recordado a Sócrates y el 'solo sé que no sé nada'. Esa humildad con respecto al conocimiento es la que nos permite tener curiosidad y aprender.
EliminarRespecto a la entrada, te agradezco lo que dices, pero la mía no es una explicación tan buena; es normal que uno se pierda un poco porque, más que una explicación, es una reseña o comentario del libro, y como trata de una escuela con miembros muy variados, que a su vez se desarrollaron a lo largo de décadas, termino tocando muchos palos y con muchas referencias. Los de Franckfurt fueron una escuela de base inicial marxista que se centró en los estudios culturales: al igual que Gramsci, pusieron el foco en la ideología. A partir de ahí fueron evolucionando y, para bien o para mal, dejaron su influencia.
El tema de la contradicción que apuntas es interesante y da para mucho. La contradicción solo atañe al discurso, y la intentamos evitar desde la buena argumentación pero, al hilo de esta entrada, precisamente los marxistas emplearon mucho el término en relación al mundo: la contradicción entre las clases sociales, etc. Por otro lado, teorías aparte, como sabes, caemos bastante en el pensamiento binario, sobre todo en política: derecha e izquierda, arriba y abajo... En contexto de fuerte polarización, esto va a más, y valgan de ejemplo los eslóganes de la reciente campaña madrileña: ''Comunismo o libertad'', ''fascismo o democracia''...
No conocía 'La casa de los veinte mil libros' ni a su autor, pero por lo poco que acabo de ver sobre él creo que aciertas de lleno en tu recomendación. Ya me lo he apuntado, ¡gracias! :)
Un saludo.
Conozco apenas a Adorno por su obra "Filosofía y superstición" (Alianza/Taurus, 1972) que leí hace mucho y tengo olvidada. De la referencia que haces sobre el ambiente californiano de la época recuerdo haber leído (de prestado) alguna obra de Allan Watts, aunque este autor hacía mucha más incidencia en la escuela y experiencia budista (también muy de moda por aquellos primeros 70). Igualmente el ambiente en el campus de Berkeley, donde se llegó a formar una célula armada revolucionaria. Autores a los que leía entonces (Charles A. Reich, "The Greening of America") contribuyeron, en no poca medida, a difundir la idea de la próxima revolución americana, que tanto arraigo tuvo entre los universitarios activistas estadounidenses. Por lo que comentas de Marcuse, las enseñanzas de la Escuela de Frankfurt debieron tener gran influencia en las corrientes políticas de la América de entonces. (Nuestro López Aranguren también anduvo por allí)
ResponderEliminarNo deja de ser triste (por no decir patético) el hecho de la situación de polarización al que hemos llegado actualmente (véase el comentario que haces a Ángeles con motivo de la reciente campaña madrileña).
Como siempre, tomo nota del libro.
Saludos,
Pues yo agradezco que los que de algún modo vivisteis aquellas décadas, en contacto con los cambios culturales (la 'contracultura' de entonces), aportéis testimonios de primera mano. No he leído The Greening of America y no conocía a Allan Watts, pero sí me consta el éxito del budismo en la América de entonces; creo que antes incluso lo trabajó Aldous Huxley desde la literatura.
EliminarMarcuse continuó en California, influyendo bastante en los movimientos estudiantiles, pero Adorno hacía ya tiempo que había regresado a Frankfurt, donde también alcanzó ese activismo que tantos dolores de cabeza le dio. Esa cita que he dejado al final de la entrada es una de las más elocuentes del libro.
Y sí, pienso lo mismo con respecto a la actual polarización, como decía en el anterior comentario. No se puede esperar ningún debate serio en un contexto basado en el blanco y negro. Algunos sacan rédito político de esto.
Un saludo.
Este es un artículo enciclopédico, muy interesante porque conozco muy por encima a la escuela de Frankfurt. Y de la ilustre galería de personajes que citas más o menos controlo a Adorno, Habernas y Marcuse. Creo que un tema importante es el papel del intelectual en la vida política, y estos se quedaron en un nivel teórico, repudiando incluso, en el caso de Adorno, las revueltas del 68. Lenin y Trosky no hubieran llegado a nada si hubieran tomado esa actitud. Y después está ese desprecio hacia la cultura popular que comentas, de la que se nutre la clase trabajadora que dicen defender. En fin, como diría Vázquez Montalbán, soy consciente de mis contradicciones pero las asumo.
ResponderEliminarGracias, Chafardero. Yo he leído algunos textos básicos, pero tampoco soy un entendido en la escuela, como digo en la entrada. Más aún cuando se extendió a través de tantas décadas y autores de distintas generaciones, pese a las direcciones comunes.
EliminarRespecto a lo que dices sobre el necesario papel del intelectual, discrepo, sobre todo si me hablas de Lenin, personaje sin el cual no podría entenderse el siglo pasado, pero que me resulta siniestro. Sin salirnos del marxismo, es precisamente el ejemplo contrario a los académicos de Franckfurt en tanto hombre de acción, por su audacia, su saber sacar provecho de la oportunidad y su impulso de la profesionalización del revolucionario organizado. Ahora bien: los medios no importaban cuando estaban justificados por la toma del poder.
Respeto a muchos intelectuales que, por distintas razones, deciden volcarse en la política activa sin perder la honestidad, pero también a quienes deciden no abandonar la esfera académica; supongo que los valoramos de forma particular, y es inevitable que valoremos también su coherencia personal. Patinazos hay muchos, y en ese sentido seguramente los de Frankfurt no fueron siempre coherentes, aunque yo no diría que su academicismo en general sea una contradicción. Dentro del marxismo ortodoxo, la ausencia de un proyecto revolucionario chocaba con uno de sus puntos centrales, pero yo ahí veo más bien un cúmulo de ironías que, vistas en retrospectiva, no dejan de tener su gracia. Quizá por ello se usa el término de 'neomarxismo' para referirse a ellos: rechazaron muchas ideas de Marx y mantuvieron otras como marco teórico para su trabajo.
Un saludo.
Me ha gustado mucho tu reseña y voy a intentar acceder a este libro.
ResponderEliminarLa Escuela de Frankfurt con sus contradicciones y sus miserias son los que nutrieron el marxismo y el pensamiento afín, de vida real, de vida cotidiana más allá de las cuestiones de la pura infraestructura política y económica. Fueron los que nos introdujeron en la cultura de masas, la cultura de reproducción como diría Benjamin, los que buscaron una fuerza universal al modo einstiano que uniese psicología, sociología, política y cultura etc...
Era un discurso teórico e intelectualizado obviamente, pero también fue un discurso que influyó en los movimientos sociales contemporáneos y posteriores a la Segunda Guerra Mundial de forma atronadora. Realmente la cultura de los judíos exiliados han sido los padres de nuestra contemporaneidad, incluso en estos tiempos postmodernos en que huimos de un discurso unificado de las cosas.
Saludos
El libro realmente está muy bien y tiene bastante trabajo detrás.
EliminarEn la entrada he resumido las críticas que recibió la escuela por su academicismo, que Jeffries relata muy bien, pero como le decía a Chafardero, personalmente no veo problema en ello. Como dices, los de Frankfurt fueron pioneros en la crítica cultural y la forja de una determinada visión transversal de las ciencias sociales. Otra cosa es que buena parte de su aportación ha podido quedar obsoleta, sobre todo por su uso del psicoanálisis. Las ciencias sociales han avanzado y siguen debatiendo cuestiones de método.
Aunque los de Frankfurt pudieron excederse al ver manipulación en todas partes, o al unir en muchos casos capitalismo y fascismo, esa mirada crítica a la cultura de masas fue una contribución que hemos heredado. Más de un capítulo de 'Black Mirror' habla hoy por ellos. Y a nivel estético, hoy, cuando las plataformas digitales aportan ''contenidos'' como si vendieran zanahorias, la voz de los de Frankfurt vuelve a resurgir. Martin Scorsese suele quejarse de esto mismo.
Tema aparte es el excesivo celo de Adorno para según qué obras de arte, pues le podían sus propios prejuicios debidos a su particular educación. Siendo experto en música académica clásica y de vanguardia, desdeñaba cualquier género popular. El caso que llama la atención es su desprecio por el jazz, que consideraba un producto más de consumo rápido, sin ver en él ningún componente artístico.
Un saludo.