jueves, 8 de abril de 2021

Tiempo de magos. Wolfram Eilenberger

 

Terminada la Gran Guerra, comenzó el siglo veinte: zepelines y ruidosos biplanos surcaban el cielo, los tranvías recortaban las calles de las capitales, el silente cinematógrafo se popularizaba como espectáculo trepidante, el jazz sonorizaba las fiestas nocturnas. Champagne para brindar por la paz y la modernidad. Los locos años veinte. Tampoco podemos olvidar a los lisiados de aquí y de allá, víctimas de la guerra. ¿Y Alemania? La República de Weimar implicó un caos de inestabilidad electrizante a lo largo de toda la década, una década de fuertes ideologías, del todo o nada, de las posiciones extremas.

Wolfram Eilenberger ha escrito un libro sobre cuatro filósofos del entorno alemán y su evolución a lo largo de los diez años que transcurrieron tras la guerra, pero también, y casi diría que sobre todo, ha escrito un libro cuyo protagonista principal es precisamente esa década clave. ‘Tiempo de magos. La gran década de la Filosofía. 1919-1929’ nos mete en una serie de planos privilegiados desde donde vivenciar aquellos años de futuro incierto en las experiencias de Martin Heidegger, Ernst Cassirer, Walter Benjamin y Ludwig Wittgenstein. Las circunstancias vitales se mezclan con los desarrollos teóricos; los testimonios reales con la narración casi omnisciente de un autor que ha conseguido rematar una obra de divulgación rigurosa pero apasionante, tanto que su lectura se convierte por momentos en la experiencia de estar atrapado en una buena novela.

¿Por qué estos cuatro filósofos? Sus caminos fueron muy distintos, al igual que sus estilos y respuestas. Wittgenstein está ligado históricamente a la filosofía analítica, mientras que Heidegger acabó siendo acogido por los existencialistas, Benjamin fue un escritor y crítico literario y Cassirer un estudioso de la cultura y la semiótica. Lo que tuvieron en común, aparte del tiempo y el lugar que compartieron, fueron las problemáticas que les rodearon, y aquí radica el mayor mérito de Eilenberger: conseguir unir a los cuatro personajes en una única constelación – siguiendo la terminología de Benjamin – de problemas filosóficos, y la forma en la que lo consigue pasa por mostrarnos sus puntos en común, bordando un variopinto telar de cuatro hilos independientes en el que se distinguen finalmente las mismas preguntas.

Narrativamente, el libro se abre y prácticamente se cierra en el congreso de Filosofía que se desarrolló en Davos a comienzos de 1929, donde se juntaron profesores y estudiantes con el principal propósito de presenciar el esperado combate entre Cassirer, que representaba al mundo académico oficial, y Heidegger, el filósofo rompedor que se había metido en el bolsillo a la juventud. La cuarta pregunta de Kant enfocada desde la herencia ética del llamado – despectivamente, por sus detractores – ‘neokantismo’ de figuras como Cohen y Cassirer, que eran burgueses, demócratas, y para más inri judíos, frente a la ‘autenticidad’ alemana de quienes cuestionaban el orden imperante, tanto en la Academia como en el país. Desde nuestra mirada en retrospectiva, no es necesario decir de forma más explícita lo que realmente bullía bajo la discusión que, por otro lado, tomó derroteros que en apariencia podían recordar a las teológicas discusiones de una Constantinopla asediada por los turcos.

Para Cassirer, la cultura, con todos sus lenguajes y signos, era la salida liberadora de los peligros sociales y la angustia del tiempo; para Heidegger, la angustia y el vértigo existencial eran la salida liberadora de la cultura como estado perezoso que evitaba enfrentar el auténtico pensamiento. A pesar del talante conciliador de Cassirer, aquello no tenía viso alguno de conciliación, y Heidegger había encarado aquel congreso buscando precisamente ese choque de trenes. La búsqueda de la infinitud de Cassirer frente a la aceptación de finitud de Heidegger; la confianza republicana de Cassirer frente a la crítica a la decadencia burguesa de Heidegger.

Las otras dos patas del banco que conforman esta historia también compartieron esta problemática, enfrentándose o bien compartiendo posturas desde diferentes enfoques; en este sentido, el laberinto es rico en encuentros y desencuentros. Para Wittgenstein, la filosofía debía ser ante todo liberadora, esclareciendo los problemas del lenguaje, primero, y estudiando su uso público, después; Cassirer centraría su trabajo en desentrañar los diferentes códigos lingüísticos, fijándose especialmente en las imágenes simbólicas; para Benjamin, cuyo conocimiento era también muy visual y en especial materialista, la libertad en aquel tiempo estaba necesariamente ambientada en la trepidante ciudad ( ya fuese Berlín, París, Nápoles o Moscú); en cambio, para Heidegger la libertad debía pasar por la búsqueda del refugio en la vida auténtica entre los campesinos de la Selva negra. Tanto Wittgenstein como Heidegger se enfrentaron a los límites del lenguaje, aunque el primero optó por el silencio y el segundo prefirió aventurarse en una nueva forma de expresión (Wittgenstein llegaría incluso a simpatizar con Heidegger ante los atónitos miembros del Círculo de Viena). Tiempo, lenguaje, auto-conocimiento, angustia y liberación, tales fueron los problemas que rodearon a los cuatro pensadores. Y si bien la simetría no es ni mucho menos perfecta, el intento de Eilenberger es meritorio.

Es inevitable compartir algo de aquel vértigo al sumergirte en ‘Tiempo de magos’. Una vez superados los locos años veinte, el destino de nuestros cuatro protagonistas sería dispar: Wittgenstein y Cassirer terminarían residiendo forzosamente en el extranjero, el primero en Inglaterra y el segundo en Estados Unidos; Heidegger continuaría con su meteórico ascenso en la institución académica alemana en connivencia con el nazismo, antes de renunciar a su rectorado; Benjamin, siempre indeciso, no escaparía de Alemania hasta que ya fue demasiado tarde, terminando por suicidarse durante la huida, al pasar los Pirineos. La primera mitad del siglo pasado fue el grito de Munch de nuestros tiempos, un tiempo violento y exagerado que sirvió de potente vacuna en las décadas posteriores; sus preguntas abiertas, sin embargo, siguen hablándonos directamente, y por eso la particular partitura que nos representa Eilenberger, de la mano de su concierto a cuatro instrumentos, suena tan viva y actual.



Wolfram Eilenberger, Tiempo de magos. Taurus, 2019. Traducido por Joaquín Chamorro Mielke.

‘Traspasar superficialidades, desprenderse de convenciones, combatir falsedades, ir directamente y sin contemplaciones al corazón de las cuestiones, abrir paso en todo momento a la autenticidad. En los años posteriores a 1919, muchos hablaban así. ¡Y no solo los filósofos!’

8 comentarios:

  1. He leído el libro y creo que has hecho una reseña estupenda. El otro día te escribía sobre esa dicotomía en La Montaña Mágica entre Naphta y Settembrini, creo que les podríamos poner nombres tras leer este Tiempo de Magos. Quizás Heidegger o Wittgenstein, un personaje que siempre me ha atraído mucho frente a ese más desconocido Cassirer representante quizás de esa burguesía ilustrada aniquilada por el nazismo. Punto y aparte es el lugar de Walter Benjamin un autor siempre actual que supo entender hacia donde se dirigía la civilización humana.

    Saludos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Doctor. A mí también me ha atraído siempre Wittgenstein, que fue una persona atormentada y de trato muy difícil, pero con una fuerte honestidad intelectual. Su vida es interesante en sí misma. Como chascarrillo, seguro que sabes que coincidió en la escuela con Hitler: no solo estudiaron en la misma escuela, sino que se llevaban solo seis días. Y no podían ser más distintos.

      A Cassirer pude estudiarlo un poco en su momento, pero tampoco sabía nada de su vida antes de leer 'Tiempo de magos'. De los cuatro pensadores del libro, es quien tiene una vida aparentemente menos llamativa, pero me gustó la forma en la que Eilenberger lo engarza con los demás, sobre todo contraponiéndolo con Heidegger. Como bien dices, Cassirer representaba a la burguesía ilustrada aniquilada por el nazismo, y en aquella década su neokantismo pudo verse inauténtico: los vientos de la época no estaban a su favor.

      Un saludo.

      Eliminar
  2. Una vez más, un comentario estupendo que invita -casi obliga- a leer el libro. No lo conocía, pero ya lo tengo anotado en mi lista de próximos.
    No tenía referencias de Cassirer, y al que más conozco es a W. Benjamin por sus reflexiones sobre traducción.
    Pero siempre es buen momento para profundizar en las ideas de los grandes pensadores, que es una de las cosas que para mí más sentido tienen.

    Gracias por el trabajo que haces en cada entrada.

    Un saludo.

    PD: aunque ya te dije algo al respecto, aprovecho para confirmarte cuánto me ha gustado Caleb Williams. Ha sido un verdadero placer de lectura, en muchos sentidos, y se ha colocado directamente entre mis libros favoritos de todos los tiempos. Y por cierto, hablando de traducción, merece una mención especial el trabajo que hace aquí el maestro Torres Oliver.




    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias a ti por tus amables palabras, Ángeles. Mi conocimiento de Benjamin es superficial y de manual, pero me resulta interesante. Creo que captó como pocos la dinámica de su época y navegó entre la filosofía, la teoría literaria y la lingüística: un intelectual, por resumir. Su vida también tiene interés. Así como Heidegger siempre tuvo una vena práctica en cuanto a su propia carrera profesional, Benjamin no pudo trabajar en la universidad a pesar de su talento.

      Me alegro mucho de que te haya gustado así 'Caleb Williams', que es verdad que es una maravilla. De traducciones soy bastante ignorante, aunque retengo algunos nombres de traductores que me gustan y me interesa el tema, aun siendo profano. Y es que la traducción es realmente importante y en ocasiones cambia una lectura por completo. No pocas veces he tenido algún dilema al comenzar un libro (sobre todo en el caso de los clásicos), pensando si no merecería la pena escoger otra traducción. Torres Oliver es una referencia que me suena mucho, pero ahora me lo apuntaré para fijarme en él, por tu recomendación.

      Un saludo.

      Eliminar
  3. Muy interesante la entrada. De Wittgenstein solo tengo un conocimiento paralelo a través de una lectura tardía de Walter Schulz ("Wittgenstein: La negación de la filosofía"), lo mismo que con Heidegger y Benjamin (salvo Cassirer al que no conocía) a los que me unen referencias de artículos y ensayos ya olvidados. Tomo nota del libro de Eilenberger.
    Esa segunda década del siglo pasado me parece fascinante. Metido ahora en la lectura del primer Borges de "Inquisiciones" (1925), sus apuntes sobre el ultraísmo y el futurismo de la misma época reflejan bastante bien ese ambiente de extremos al que haces referencia.
    Un último apunte. Si estáis interesados en el tema de la traducción os recomiendo un libro de George Steiner, "Después de Babel: Aspectos del lenguaje y la traducción" (FCE, 1981). Hay que echarle brío, pero merece la pena.
    Saludos,

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Javier. Es buena idea iniciarse con Wittgenstein a través de lecturas paralelas o divulgación, primero., para contextualizar su aportación. Yo en su momento, siendo estudiante, no lo hice así, y lo habría agradecido.

      Los años veinte fueron uno de los periodos contemporáneos con una mirada más enfocada al futuro, a pretender echar por tierra los regímenes de la vieja Europa y planear revoluciones en muy distintos ámbitos, desde el artístico hasta el político: Europa miraba con curiosidad el nacimiento de la URSS, el fascismo de Mussolini...

      Te agradezco también la recomendación que nos dejas de esa obra de Steiner.

      Un saludo.

      Eliminar
  4. No conozco la obra, pero me haré con ella después de leerte, que mi formación filosófica cojea bastante. De los filósofos citados controlo un poco a Heidegger, que entre su estilo exotérico y su militancia nazi no es santo de mi devoción, y Benjamin con su Libro de los pasajes sobre todo, una visión oríginal de París y de la cultura urbana en general.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Dejando de lado su militancia nazi, el estilo oscuro de Heidegger, efectivamente, no predispone a su favor. Ocasionó uno de los episodios más famosos en las batallas filosóficas del siglo pasado, que marcaría la escisión entre 'analíticos' y 'continentales', cuando Rudolf Carnap le atacó directamente, destripando sus textos. El primer Wittgenstein se situó en las antípodas del propósito heideggeriano, y por eso el Tractatus fue la Biblia del Círculo de Viena.

      Salvo textos sueltos, no he leído ninguna obra completa de Benjamin, pero esa que mencionas en concreto lleva tiempo en mi lista de lecturas futuras.

      Saludos.

      Eliminar