Camino de Moscú a Vladímir. Isaak Levitán, 1892.
La literatura del siglo XIX es un bosque florido de temáticas y de talento espoleado; el testimonio creativo de una época de transición a la contemporaneidad que aún hoy consigue hablarnos directamente y confrontarnos con el espejo. También es una época en la que las nacionalidades han acabado de perfilarse y se distinguen unas de otras para pintar con sutileza las identidades y rasgos que las caracterizan. La cultura francesa aún domina en el continente, aunque la anglosajona está a punto de dominar el mundo; la lengua alemana impone su espíritu en el centro de Europa, a la par que se reunifican sus dominios políticos; los españoles serán testigos del hundimiento final de su viejo imperio... Y al este de todos los estados del continente, esa vasta extensión que penetra en Asia: el Imperio ruso.
Y es que, en todo, Rusia es un punto y aparte. Mi viaje a Rusia fue solo a través del papel y de unas pocas plumas, pero echo de menos sus tabernas, sus mujiks barbados y ebrios de vodka, su carácter rudo y la tendencia de sus estudiantes a las posturas intelectuales extremas y las disquisiciones desesperadas. Suena la balalaica mientras los campesinos bailan; van y vienen los viajeros de los pueblos y deslumbran al atardecer las cúpulas bulbosas de las iglesias de las ciudades, las pocas que aglutinan a sus habitantes entre cientos de millas de estepa, un inmenso campo rural anclado en el pasado.
Nikolái Gógol escribió 'Almas muertas' entre 1836 y 1842, año en que fue publicada su primera parte. Detrás quedaban sus inicios románticos, así como la poesía de Pushkin, y por delante todo el desarrollo de la novelística, pues con 'Almas muertas' daría comienzo la gran prosa rusa del siglo, que autores de una nueva generación llevarían a su punto más alto, inspirándose en Gógol y tomando, varios de ellos, postura clara contra él, fundamentalmente por la deriva mística y conservadora de un Gógol neurótico en el final de su corta vida. A este respecto escribió Belinski la famosa 'Carta a Gógol' que, leída por un todavía joven Dostoievski a un selecto grupo de librepensadores, supuso el arresto y la condena a muerte que... Pero dejemos mejor este asunto y volvamos a la novela que nos ocupa.
Tras un breve pero intenso desarrollo literario, donde no faltaron la duda y el fracaso, Gógol pretendió pintar, a pluma y tinta, nada menos que un fresco de toda Rusia, desde los funcionarios de ciudad y provincias hasta el último mujik; esta es la pretenciosa gesta de la que 'Almas muertas' puede jactarse de no desmerecer. La excusa argumental se la regaló Pushkin y, aunque brillante, no deja de ser eso, una excusa, pues el argumento es algo secundario en esta obra, tan secundario que se desdibuja en la segunda parte, que no llegó a publicarse, y ni siquiera llega a terminar. Aunque la historia nos cuenta que sí lo hizo, y que nuestro escritor quemó el manuscrito de la segunda parte en el fuego, arrepentido quizás. Sea como fuere, 'Almas muertas' es una pieza inacabada, como un inmenso lienzo a óleo con las esquinas y varios márgenes sin pintar, tan solo perfilados a carboncillo; o al menos ese es el efecto que causa leerla por entera en las ediciones actuales, que ofrecen no solo la parte publicada por Gógol, sino los fragmentos inconexos que dejó póstumamente, creando así una obra nueva que ha tomado vida tras la muerte de su autor.
Llegados a este punto, debemos decir algo sobre el argumento. Pavel Ivánovich Chichikov viaja junto a su criado y su cochero a través de la Rusia profunda motivado por un negocio muy particular: la compra de 'almas muertas'. En aquel entonces se hablaba de 'almas' para referirse a los siervos censados, pero dada la lentitud de la administración, se daba el caso de que, entre censo y censo, los propietarios acumulaban en sus escrituras los nombres de siervos ya fallecidos cuya titularidad debían costear en los impuestos como si aún estuvieran vivos. La triquiñuela de comprar una cantidad respetable de almas muertas suponía, para Chichikov, un atajo ilegal - o alegal, como él quiere defender ante sus potenciales vendedores, a quienes jamás confiesa el verdadero objetivo del chanchullo - para pretender del Estado una parcela de tierra suficiente donde establecerse. No es difícil interpretar en este motivo de picaresca una crítica solapada al sistema de servidumbre del zarismo, lo cual debió ser una proeza en un contexto en el que la fatigada censura prohibía cualquier crítica explícita al zar. No falta tampoco otra interpretación más pesimista referida al pueblo ruso en su totalidad, camuflada entre momentos hilarantes. Por supuesto, Gógol no cruza las líneas rojas que hubieran imposibilitado la publicación de su novela.
La voz del escritor se deja oír en ocasiones para realizar un alegato a favor de su propuesta y en contra de las novelas al uso en las que, según él, solo predominan los héroes sin vida. A este respecto, su protagonista es un desafío para el canon de la época: no es un héroe, pero tampoco es el perfecto anti-héroe; feo, gordo, corrupto, embadurnado en colonia y jabón... Por lo demás, ni valiente ni cobarde, ni bondadoso ni malicioso, sino más bien mediano y gris, uno más de entre los buscavidas que intentaron labrarse fortuna como funcionarios del imperio ruso. En realidad, la novela picaresca española se había adelantado siglos atrás a este tipo de héroes, pero esto no resta ningún mérito a la originalidad de Chichikov en su propio contexto. Difícilmente el lector simpatizará con él ni querrá ponerse en su lugar, pero sin duda querrá acompañarle en su extraña aventura, al menos hasta averiguar lo que se trae entre manos.
Viaja Chichikov a una capital de provincias, que no es menos rural en sus chismorreos que cualquier aldea, aunque tenga más población y sus prohombres pretendan imitar torpemente las costumbres de los moscovitas o de los petersburgueses. Viaja en busca de fortuna, a bordo de su carruaje tarambana, y se gana los afectos de las gentes superficiales con su labia de hombre de mundo y de comerciante avezado, tratando de forma muy distinta a cada uno según el estatus que ocupa. Entonces conocemos a una disparatada serie de personajes extraídos todos ellos de la Rusia que conoció Gógol, exagerados un tanto sus rasgos como en un espejo deformado para convertirse en fieles caricaturas, pero no tan deformadas como para no hablar directamente de gente real y de posibilidades realizadas.
En el recuerdo del lector quedan el calavera irracional que muestra con orgullo su colección de perros feroces; el terrateniente gigantón cuyos rasgos faciales parecen perfilados con un burdo hacha de talar árboles y coinciden con la apariencia de su gigantesco caserón, como si el hogar y el propietario fueran una misma cosa; el viejo avaro que, abandonado a sí mismo por una mala vida, una mujer, unos años de mala cosecha o la mala costumbre de empinar el codo, termina sus días encerrado en su mansión, dejando que sus campesinos se mueran de hambre; el estudiante fracasado, enfrascado en una eterna partida de ajedrez, que no quiere tratar con nadie; el pretendido ilustrado de buen corazón que no tiene idea alguna sobre cómo gestionar sus propias tierras, y cuyos siervos se ríen a sus espaldas; oficiales corruptos, funcionarios grises, damas peripuestas, criados que escapan a llenarse de vodka mientras sus amos hacen lo propio en lugares algo más ventilados. Con esto, Gógol sentó una influencia clave en el futuro realismo psicológico de Dostoievski o Tolstói.
La dimensión estética es donde 'Almas muertas' brilla con luz propia. Es la pesadilla de un artista, de un Tarkovski, quien criticaba en John Ford que los héroes de sus películas tuviesen el oro como objetivo final de su épica, aun cabalgando en tierras sublimes. Lo mismo podríamos decir de la novela de Gógol, donde las ambiciones más simples se dan cita en vastos paisajes de la madre patria. Los contrastes entre la descripción paisajística y la relación comercial, los negocios, la gestión de tierras, la isba rusa, el dinero que se mueve de manos, los emprendedores, los ahorradores o los dilapidadores de haciendas, es algo de notar en una Europa en la que aún dominaba el romanticismo. Pero si hablamos de estética, no puedo dejar de mencionar la gastronomía, pues esta es una novela llena de aromas y sabores. Como si de una guía viajera se tratara, por la mesa de Chichikov pasearán pasteles de hojaldre, empanadillas de carne, salmón ahumado, sopa de coles o asado de caza, todo ello mojado con vino de importación, champán o vodka del país.
Nikolái Gógol, Almas muertas. Edaf, 2004. Obra original publicada en 1842. Traducido por Rodolfo Arévalo Mackry.
'...Otra suerte, otro destino espera al escritor que se atreve a sacar a la superficie todo cuanto a cada instante se nos presenta ante nuestros ojos (...) No llevará tras sí los aplausos de la muchedumbre, no verá lágrimas de gratitud ni el unánime entusiasmo de las almas a las que haya logrado conmover... No eludirá, por último, el juicio frío e hipócrita de sus contemporáneos, que llamarán mezquinas y ruines a las obras que él creó con tanto cariño, le arrinconarán en el detestable zaguán destinado a los escritores que ofenden a la Humanidad, le atribuirán las cualidades que caracterizan a los personajes modelados por él mismo, y negarán el corazón, el alma y el fuego divino del talento'.
Primero felicitarte por el ciclo ruso que has iniciado, porque hay una ola anti rusa que ese pueblo no se merece, y porque a mi me sirve para llenar unas cuantas lagunas.
ResponderEliminarReconozco que no he leido ni Pushkin ni a Gogol, a pesar de que el mundo ruso me parece muy interesante, y he conocido gente del país que me han impresionado mucho. La galería de personajes de Almas muertas puede servirme para conocer el mundo decimonónico de tierras infinitas y gentes que viven a caballo entre oriente y occidente.
Es curioso el concepto de alma rusa, que no tiene paralelo con otras almas, aunque puede ser una generalización peligrosa. Me parecen un pueblo con mala suerte, calamidad tras calamidad, tirano tras tirano, y a pesar de todo, siguen en pie. Admirables.
Sí, desgraciadamente suelen darse esas olas de rabia popular contra minorías o pueblos enteros, como pasó con el virus y los chinos en muchos países. Esa era mi idea original, pero reconozco que ya quedó como mera excusa para publicar estas entradas, aunque sean pocas. Quiero decir que no pretendo reivindicar con ellas nada en cuanto a la presente guerra: es una forma de tratar un tema distinto que nos aleja por un momento de la realidad que se vive en Ucrania y en el mejor de los casos puede servir para valorar la aportación de una cultura más allá de los actos que puedan asociarse ahora mismo a algunos de sus ciudadanos: la cultura entendida como patrimonio universal nos une, no nos separa. Más allá de esa valoración, que ahora puede ser una forma más de evasión, reconozco que me preocupa bastante más lo que puedan estar sufriendo las auténticas víctimas de esta guerra, que son los ucranianos asesinados y saqueados por la soldadesca y los bombardeos. Apoyo plenamente las sanciones ejercidas sobre Rusia.
EliminarA mí también me fascina la cultura rusa, compleja por su mezcla étnica y por cierto deudora también de lo que hoy es Ucrania, entre otros tantos estados. De hecho, hasta cierto punto se podría decir que Gógol era en buena medida ucraniano, por sus orígenes, o de la Rusia menor, para evitar el anacronismo, y de aquellas tierras se inspiró para sus primeros cuentos folclóricos. Aparte de 'Almas muertas', escribió cuentos muy buenos.
Sí que han sufrido tiranos diversos los rusos, así como totalitarismo y gobiernos autoritarios en época más reciente...
Un saludo.
Hola, Joaquín. Pues te agradezco que me lo digas, porque no había reparado en ello en este caso: es el libro que en su día me compré. Sin embargo, posteriormente sí me dio por informarme acerca de la historia de las traducciones de clásicos rusos al castellano, y por ello hoy tengo un par de ejemplares de algunos títulos que me gustan especialmente. Salvo algunas editoriales que todavía usan textos antiguos, traducidos del francés, ya no hay riesgo de encontrarse con malas traducciones.
ResponderEliminarConocía esa anécdota de Borges con el Quijote, y aunque lo admiro mucho, siempre he pensado que era una rareza suya. Ya sabes que era un francófilo empedernido, pero también amaba la literatura anglosajona y las literaturas nórdicas medievales, que creo que leía directamente sin acudir a traducciones al inglés actual. Me parece muy bien que se realicen adaptaciones de Cervantes u otros al castellano actual, pero yo prefiero acudir a las ediciones que se acercan en la medida de lo posible el texto original.
Y tienes toda la razón: esa corrupción de funcionarios en el XIX también se daba aquí y fue satirizada por Larra en sus ensayos. Es parte del interés universal que tiene también Gógol, aun con la idiosincrasia rusa que lo distingue.
Un saludo.
De Gógol sólo he leído algunos de sus cuentos, en concreto los recogidos en Veladas de Dikanka (o Veladas en un caserío de Didanka). Me gustaron mucho, pero no he vuelto al autor.
ResponderEliminarEl personaje de Chichikov me ha recordado en cierto modo a Oblómov, aunque, por lo que dices, Oblómov resulta más simpático. O despierta más compasión, en realidad.
He leído los interesantes comentarios y tus respuestas, y respecto a lo que comentáis Joaquín y tú sobre las traducciones, es cierto que hasta hace unas décadas era habitual la traducción indirecta, es decir, traducir de una lengua a otra utilizando una tercera como intermediaria. En este caso, traducir del ruso al español a través del francés. Porque antes no era fácil encontrar traductores de las lenguas más "exóticas". Hoy día, con la profesionalización de la traducción, la mayor facilidad para el estudio de idiomas, etc, la traducción indirecta es algo impensable, por no decir inadmisible.
Respecto a la "traducción" al español actual que hizo Trapiello del Quijote, me parece un error, por no decir otra cosa.
Y por último, también había pensado yo, como Chafardero, que esta serie de entradas tuyas dedicadas a la literatura rusa podría tener, aunque no fuese tu intención expresa, algo de reivindicación en el delicado momento que vivimos. Por supuesto, todo lo que está sucediendo en Ucrania me parece horrible y sin justificación alguna, pero creo que el pueblo ruso es también, como tantas veces en su historia, víctima.
De todas maneras, como tú dices, la cultura es un patrimonio que nos une, y hablar de literatura, sea la rusa o sea la que que sea, siempre es bueno y un placer.
Espero que continúes con más literatura rusa.
Saludos.
Efectivamente, Chichikov es un personaje esforzado, pero no pretende la empatía del lector; es en cierta forma una versión antitética de Don Quijote.
EliminarNo sé nada de la edición de Trapiello del Quijote, pero a mí no me interesan tampoco esos experimentos. El tema de las traducciones me interesa como lector, y por eso valoro la opinión de quienes de verdad sabéis. Después de leer el comentario de Joaquín, he investigado muy por encima la historia de las traducciones de 'Almas muertas' al castellano, y mi versión de Edaf parece ser, como dice él, 'no muy exacta', al menos desde la valoración actual. El trabajo de Rodolfo Arévalo es de 1984, y aunque sospecho que se basó en alguna edición francesa, tampoco estoy seguro de que la traducción fuese indirecta. Lo cierto es que la mayoría de ediciones actuales de literatura rusa, añaden en la portada la especificación ''traducido directamente del ruso'' a modo de aval.
Ya que estamos con el tema, te animo a que algún día publiques en tu blog una pequeña comparación entre citas de distintas traducciones de alguna novela. Ahí te dejo la idea, por si te apetece :)
En momentos como el actual, hay quien confunde la oposición a la política de un país - incluso la oposición más firme - con el rechazo a todo lo éste representa o a sus aportaciones a la cultura universal. En una universidad italiana, algún lumbrera tuvo la idea de retirar un curso destinado a la obra de Dostoievski. Son las tonterías de los tiempos en los que vivimos.
Un saludo.
Te escribo en la silla del dentista esperando que llegue de atender a otro paciente o sea que es previsible que haya errores lingüísticos en mis comentarios.
ResponderEliminarLeí en el siglo pasado Almas Muertas con lo.cual.me imagen es como un día de ventisca en Siberia. Aprovecho.pero felicitarte por la forma de introducir y desarrollar está entrada y al leerte
no pudiendo recordar nada de mi lectura adolescente he pensado en los Papeles Póstumos del.Club Pickwick y esa especie de itinerario vital de sus personajes para retratar una sociedad casi estamental algo iniciado por Rabelais y Cervantes. Ese quizas sea el sentido del camino.
Ya viene la dentista.
Un saludo
Te agradezco lo que dices sobre la introducción y desarrollo de la entrada, Doctor. La ventisca siberiana como imagen de lo lejana y borrosa que tienes la novela también está bien traída.
EliminarHe leído muy pocas obras de Dickens y la del Club Pickwick no está entre esas pocas que conozco, aunque precisamente la compré el año pasado, así que la leeré antes o después. Dickens es un autor en el que algún día quiero profundizar, porque me gusta su forma de escribir. Respecto a lo que dices, veo parecido la función del ''camino'' como forma de presentar el cuadro de una sociedad, que no es sino una forma más de historia de aventuras, pertenezca o no al género al uso, o sea, cuente o no cuente con escenas de acción y riesgo.
Y hablando de aventuras... Espero que haya ido bien la visita al dentista. De lo contrario, me temo lo peor para tu detective Fiz Arou. Muy original tu comentario.
Un saludo.