Leer ‘El adversario’ es una experiencia muy desagradable. Por medio de una narración bien hilada, Carrère comienza poniéndonos en la piel de Luc, el mejor amigo de Romand, para enfrentarnos a lo inexplicable, que es el derrumbamiento de todo cuanto creíamos conocer de una persona de confianza, ese amigo que se convierte de repente en un extraño a nuestros ojos. ¿Un extraño? Un monstruo, alguien que ha convertido parte de nuestra vida en una mentira y ha generado dolor infinito a su alrededor. Desde este desmoronamiento, el autor nos sumerge directamente en la intimidad del otro, realizando un recorrido de su vida; siempre desde la óptica del investigador que va uniendo cada pieza perdida, cuestionándose a cada momento sus dudas.
Lo peor de todo es que, durante el viaje, descubrimos que no estamos conociendo al terrible psicópata inhumano que consideramos al principio, sino a un hombre miserable que ha tocado fondo y ha seguido excavando más y más en su propia miseria. Carrère nos pone delante el peor de los espejos y nos muestra al ser humano en su nada más absoluta: la vida más ruin y absurda concebible es posible cuando los tropiezos han sido mayúsculos, cuando ya no puede distinguirse la verdad de la mentira.
Jean-Claude Romand salió de la cárcel hace tres años y, en apariencia, dio un nuevo sentido a su vida a través de la religión, enclaustrándose en un monasterio. No puedo evitar recordar el final de ‘Él’ (1953), aquella película de Buñuel en la que su protagonista, un esquizofrénico paranoide, cree también haber encontrado la paz en un monasterio, aunque la tenebrosa escena final nos lleve a dudar seriamente de ello. De la misma forma, Carrère ni afirma ni desmiente, sino que nos hace partícipes de sus dudas acerca de la personalidad de Romand y de su huida de la realidad. La asunción del castigo, su aparente amistad con los visitadores de la cárcel, su conversión religiosa… Nada de ello tiene que ver con el final de un Raskólnikov, sino más bien con otro paso del diablo, el mentiroso, el Adversario. No sabemos qué será de Romand; el propio Carrère ha pasado página ya a su turbia historia.
Emmanuel Carrère, El adversario. Anagrama, 2019. Traducido por Jaime Zulaika. Obra original publicada en 1999.
Cuando hablaban de él a horas tardías de la noche, ya no conseguían llamarle Jean-Claude. Tampoco le llamaban Romand. Estaba en alguna parte fuera de la vida, fuera de la muerte, no tenía ya nombre.
Ya te adelanto que no pienso tocar el libro ni con un palo, menudo tema. Salvando las distancias, me ha recordado A sangre fría de Capote, obra que casi acaba con su autor. Soy consciente de la maldad que puede llegar a cometer la gente, pero de eso a leerlo al detalle va un abismo que en general procuro evitar.
ResponderEliminarCarrère sigue los pasos de Truman Capote, sí. Aunque Jean-Claude Romand, de El adversario, es un caso muy distinto. Más que maldad del tipo del trastorno antisocial, lo suyo es otra cosa. Inquietante es decir poco: para mí este libro es, a su modo, una auténtica novela de terror. Porque esa es la sensación que transmite, y llega a conseguirlo mejor que las novelas del género. Me refiero, claro, a un terror distinto, sui generis, pero hondo, de los que dejan mal cuerpo tras leer el libro.
EliminarHe leído el libro hace unos cuantos años. No es nada morboso, el amigo Chafardero puede estar tranquilo si se pone a leerlo.
ResponderEliminarAntes de leerlo recuerdo que vi dos películas que se inspiraron en el tema. Me refiero a La vida de nadie de Eduard Cortés, con un excelente Jsoé Coronado haciendo de Romand y El empleo del tiempo de Cantet. Con posterioridad se hizo otra película más apegada al libro.
Hay un fenómeno que me llama la atención. Frente a la novedad del relato, hay una tradición literaria sobre este tema que yo ya he visto en más de una novela del Comisario Maigret de Simenon. Concretamente en alguna de sus narraciones, más de una, hay la historia de un individuo que tiene doble vida, sale de casa por la mañana y se dedica a vagabundear por París y luego cuando termina el horario laboral vuelve a su hogar. En el caso real que cuenta Carrere, es una suerte de verdugo para aparentar un status que no tiene, en el caso de Maigret eran pobres diablos que a veces aparecen muertos en algún callejón y que son victimas de su propia doble vida.
¿El mito del Doppelgänger adaptado al mundo contemporáneo?
No lo sé.
Lo inquietante no necesita en absoluto de sangre ni casquería, desde luego. Todo lo contrario.
EliminarNo tenía ni idea de que se hubieran rodado películas inspiradas en este caso. Me apunto la española, que recomiendas. Tampoco conozco las novelas de Simenon, pero concuerdo con tu lectura de que la historia se inserta bien en la tradición del doppelgänger. En este caso, como en los que cuentas, lo desasosegante es que el doble es el puro vacío, la total pérdida de tiempo.