'(...) En cierta ocasión el referido padre organizó un banquete e invitó a él a un gran número de clérigos. Mientras comían, llegó a la puerta de la casa el diablo, disfrazado de peregrino, pidiendo limosna. El padre encargó a su hijo que socorriese, sin dilación, al pordiosero. Por más diligencia que el joven puso en ejecutar el mandato de su padre, cuando llegó a la puerta el peregrino ya no estaba allí; como deseaba socorrerle, salió a la calle en su busca, vio que ya iba lejos, corrió y logró darle alcance en una encrucijada; entonces el diablo asió al muchacho por el cuello y lo estranguló'.
Las encrucijadas, al igual que el desierto, el agua, la piedra o la luz son símbolos recurrentes en el imaginario medieval; muchos de ellos, como la referida encrucijada, fueron directamente heredados de la cultura grecorromana, mientras que otros se filtraron desde las más lejanas fuentes orientales de las que bebió el cristianismo egipcio y sirio. La iconografía cristiana, además, ha conservado una colección de símbolos relacionados con los distintos personajes y mitos de la tradición, que se han perpetuado adaptándose a los tiempos. Qué lejos de esto queda la ruta del Misisipi, y sin embargo es conocida la leyenda contemporánea de cómo el bluesman Robert Johnson vendió su alma al diablo en la encrucijada que corta la carretera 61 con la 49.
Y qué decir de las hagiografías. En la Edad Media, su función era servir a la acción pastoral, siendo el mejor método de educar al pueblo en la doctrina, tanto a través de la transmisión oral como en la inspiración para la pintura y la escultura, auténticas escuelas en piedra de las que leía el pueblo analfabeto en las iglesias. Una característica de toda hagiografía cristiana es la pérdida de identidad de los personajes biografiados en pos de un personaje común que persigue la imitación de Cristo. Si nos atenemos a los santos conocidos en la Edad Media y siglos inmediatamente posteriores, solo los casos más afortunados han conservado una identidad propia, dentro de los márgenes de ese molde común. La mayoría de ellos han quedado difuminados, desfigurados sus rostros, sus acciones y sus palabras.
Pero ya conté
en otra ocasión que también los propios santos han tenido un significado y una utilidad distinta en cada momento, aunque se haya conservado la huella de sus nombres, sus símbolos y sus fechas de celebración. Así, por ejemplo, en las épocas altomedievales en las que se sublimaba la vida eremítica, los santos más destacados eran eremitas; en las épocas y lugares en los que las razias musulmanas o las invasiones de piratas eran un peligro real, los santos más venerados eran rescatadores de cautivos; durante las grandes epidemias bajomedievales, los santos eran curanderos. Este culto a los santos conformaba, en la práctica, una suerte de
politeísmo de la gente sencilla, dentro de una religión eminentemente monoteísta.
Pero no hace falta remontarse al Medievo, pues cuenta Chesterton en su biografía de Santo Tomás de Aquino que, en la Inglaterra victoriana, puritana y clasista, triunfó san Francisco de Asís, mientras que la Europa católica de su siglo miraba más al Aquinate. ¿Les sorprende? El primer personaje apela a los sentimientos, algo muy dado en la literatura inglesa del siglo, mientras que el segundo apela a la razón y el orden. De este modo, para los creyentes, los santos pueden verse como reflejos o proyecciones de los ideales de una época determinada.
(Tomás de Aquino expulsando de su celda a una prostituta enviada por su madre. La vida del Aquinate también fue una fuente de inspiración para el arte y la leyenda.)
A mediados del siglo XIII, en pleno auge de la Iglesia medieval, Jacobus de Voragine - castellanizado en nuestras tierras como Santiago de la Vorágine-, fraile dominico y futuro obispo de Génova, comenzó a escribir la Legenda aurea, una compilación de vidas de santos basada en múltiples fuentes, tanto canónicas como apócrifas, con fines de acción pastoral. A pesar de que no escaseaban las hagiografías, este libro fue uno de los más influyentes de la Edad Media, y fue leído por todo aquel que supiera leer, recitado por todo aquel que recitara, y difundido en todas partes, así como inspiró muchas de las obras de los grandes artistas posteriores.
Realmente, la labor de fray Jacobus sirvió, en el plano de la religiosidad popular, a modo de complemento del trabajo que su compañero Tomás de Aquino realizara en el plano puramente teórico. Ambos eran italianos y tenían más o menos la misma edad, eran religiosos de su siglo, dominicos doctos que se formaron en la misma escuela y hasta llegaron a tratarse en varias ocasiones. Ambos fueron buenos predicadores y sirvieron a la misión de su orden, pero mientras Tomás legó por escrito la gran aportación teológica y filosófica del siglo, una catedral gótica del conocimiento orientada en aquel entonces a una minoría culta, la obra de Santiago se enfocó a la gente llana, usando para ello no la catequesis, sino el género de la hagiografía. El éxito de la Legenda aurea se basaba en mostrarse como una serie de historietas que se debatían entre la casta admiración y la atracción morbosa, por lo truculento de sus historias. Así, el genial Tomás y el más popular Jacobus representan la cara y la cruz de la acción pastoral de la Orden de Predicadores: una orden, cabe resaltar, que formaba muy bien a sus militantes.
Es de notar que la mayoría de los santos y santas retratados por Santiago de la Vorágine pertenecían a una época tan lejana - el Imperio romano en tiempos de la persecución - que debía suponer un espacio atemporal e impreciso para los primeros lectores contemporáneos de la Leyenda, que de todas formas carecían de una visión histórica al respecto y podían imaginar estas historias como si hubiesen podido suceder ayer mismo.
Pudiera llamar la atención que la obra, en general, beba más de recursos del pasado que de su presente, en cuanto a la apología que realiza del martirio. Y no es que el martirio haya dejado nunca de ser un destino ligado al cristianismo, pero aquí goza de un protagonismo y de una prédica que acerca al autor a la prédica de los primeros siglos y, por el contrario, lo aleja de doctrinas más modernas, como la de su compañero Tomás de Aquino, adalid de la moderación.
(Siniestra estatua de San Bartolomé en la catedral de Milán. El santo desollado fue uno más de los personajes popularizados por Santiago de la Vorágine en su Leyenda dorada.)
La mayor parte de los santos que aquí aparecen son mártires voluntarios, haciendo que este florilegio más parezca un martirologio. 'Fomentemos en nuestras almas el deseo del martirio', dice San Sebastián incitando a familias enteras a que entreguen a sus hijos, maridos, mujeres y padres a la muerte voluntaria en honor del Dios cristiano, a pesar de que algunos de estos familiares expresen suficientes razones para evitar el martirio, por su inutilidad y la destrucción familiar. En estas situaciones, el diablo es siempre el agente tentador para intentar que los reos accedan a los requerimientos de los jueces romanos, que tan solo les exigen, para su liberación, una renuncia pública de su fe y un tributo a los dioses del Imperio.
Varias hagiografías de santas configuran un mismo relato de mártires en contra de la voluntad de sus padres o de algún prefecto romano que pretende de ellas un matrimonio pagano: santa Margarita, santa Eufemia, santa Lucía, santa Sofía, santa Bárbara, santa Juliana o santa Cristina parecen no ser sino el mismo personaje, cuyas historias sufren breves modificaciones en cuanto a su historial familiar o el tipo de suplicio. Lo mismo ocurre con determinadas anécdotas, que prácticamente se repiten del mismo modo en diferentes santos, como por ejemplo la lección del arco tensado y la flecha, que aparece tanto en la historia de san Antonio como en la de san Juan. Pero volviendo a los martirios, no podemos olvidar que, para aquella gente, estas historias no eran tenidas por literatura sino por Historia real. La curiosidad por saber qué ocurrió, dónde y cómo eran la motivación directa para leer o escuchar 'La leyenda dorada'. En cuanto al protagonismo dado al martirio, debemos entender esto por el efecto dramático que tenían los mártires para las gentes sencillas, aparte de la mencionada atracción por el chascarrillo cruento.

'Magdalena penitente' (fragmento), 1641. José Ribera.
Siguiendo con las santas, son muy conocidas las tres hagiografías dedicadas a la prostitución, tema en el que nos encontramos con la visión que la doctrina de la Iglesia tenía en el siglo XIII. El pecado carnal en estas situaciones era equiparable al de la lujuria y el adulterio, y en cierta medida podemos hablar de una relativa tolerancia por el oficio más viejo del mundo, en contraste con el malditismo y la exclusión que sufrirían estas mujeres siglos después, en los albores de la Edad Moderna, menos tolerantes en materia moral, algo que aún conviene recordar para superar los clichés con respecto a la Edad Media. Los burdeles medievales todavía se ubicaban dentro de las ciudades y más o menos eran consentidos socialmente. Santa María Egipciaca, santa Thaís y por supuesto santa María Magdalena representan aquí a meretrices que, por encuentro con algún santo o con Cristo mismo, deciden un día abandonar su modo de vida y convertirse en eremitas del desierto de la más alta consideración y poder profético, rehabilitándose a la gloria celestial.
Además del martirio como camino seguro a la Salvación, cabe destacar también la importancia de los milagros como único convencimiento objetivo para la conversión. Casi todos los santos de la Legenda aurea acometen acciones milagrosas, que se creían posibles en una sociedad sacralizada como la medieval. San Longinos, san Leonardo, san Bartolomé o san Juan, que exiliado en una perdida isla pudo escribir el Apocalipsis, muestran además una visión profética que les permite conocer el futuro. Mediante la contemplación de los milagros estas historias cuentan cómo miles de paganos eran repentinamente convertidos al cristianismo, sin necesidad de conocer catequesis o noción alguna sobre esta religión. De nuevo, el exitoso trabajo de Santiago de la Vorágine se encontraba en las antípodas de las innovaciones humanistas de su colega el Aquinate. Y es que donde hay milagro, sobran las razones.
Pero, a pesar de lo comentado acerca del formato y los destinatarios de esta obra, podemos encontrar los rastros de la educación escolástica de los dominicos escondida en el texto, por no hablar de alguna deuda directa con el Aquinate. Por ejemplo, Santiago hace de santa Bárbara una joven filósofa que, aún viviendo en una familia de paganos, llega por su propio entendimiento al praeambula fidei de que debe existir un solo Dios, creador del cielo y de la tierra, usando para ello algunos conceptos aristotélicos. ¿No suena esto a Tomás de Aquino? Además, en contadas ocasiones, el autor se detiene a apuntar las informaciones contradictorias con las que se ha topado en las fuentes, terminando por encontrar una solución a su juicio razonable; o bien por escepticismo de cierto aspecto inverosímil, al que se refiere como 'poco serio' y desechable, o bien por síntesis de las diversas informaciones, como en el caso de san Bartolomé, que es casi imposible leer hoy sin esbozar una sonrisa:
'Según san Doroteo fue crucificado (...) san Teodoro afirma que fue desollado. En cambio, en otros muchos libros se lee que este apostol fue decapitado. Estas versiones, empero, no son necesariamente contradictorias, sino que, al contrario, todas ellas pueden ser verdaderas, conciliables entre sí y complementarias, puesto que bien pudo ocurrir que el santo apostol fuese primeramente crucificado; luego, antes de morir, descolgado de la cruz y desollado vivo, para hacerle sufrir más; y, finalmente, estando todavía con vida, decapitado'.
'San Jorge y el dragón', Paolo Uccello. 1456.
No puedo terminar sino decir unas palabras acerca de algunos textos singulares de Santiago de la Vorágine. La leyenda de
san Jorge jamás hubiese llegado a conocerse ni perpetuarse si la
Legenda aurea no hubiera contado esta historia al mundo medieval. Se considera que su lucha con el dragón que asolaba la ciudad - representación primaria del bien contra el mal - fue el germen inspirador del tópico de la princesa y el dragón en los cuentos de hadas.
Por lo simbólico, cabe también mencionar el capítulo de santa Sofía (nombre que en griego significa 'sabiduría'), porque sus hijas mártires se llaman, respectivamente, Fe, Esperanza y Caridad, que corresponden a las tres virtudes teologales. La hagiografía de santa Úrsula y las once mil vírgenes nos cuenta el insólito relato de un ejército de doncellas atravesando la Italia medieval y el Imperio. También la de san Cristobal, patrón de los viajeros, es sin duda una historia que ha trascendido en nuestra cultura: un gigantesco cananeo que, buscando al rey más poderoso de la tierra, a quien servir como guerrero, pasa de poner su espada al servicio de un monarca para irse a buscar al mismísimo diablo, al descubrir que aquel rey le tenía miedo, y por tanto no podía ser el más poderoso; tras servir al diablo, descubre que éste a su vez le teme a Cristo, con lo que el gigante abandona a Satán para irse buscar al tal Cristo. De este santo ha quedado recuerdo sobre todo por el pasaje de la Legenda en que debe atravesar un río llevando al niño Jesús sobre su espalda, escena ésta de muchas obras pictóricas, así como del gigantesco fresco que puede disfrutarse en la monumental catedral de Toledo.
Pero fue mi interés por los orígenes de la leyenda de san Antonio Abad lo primero que en su día me motivó a leer este libro. Fueron las famosas tentaciones un motivo que ha permitido a varios artistas de distintas épocas dar rienda suelta a sus fantasías y creatividad, incluyendo la obra del Bosco. El ejemplo del eremita Antonio y sus tentaciones diabólicas ya nos habla de la importancia de la Leyenda dorada, pues también fue gracias a este libro como la historia se dio a conocer, mejorando y ampliando a través de la tradición lo que el fraile Jacobo escribió muy someramente. He aquí lo que nos puede interesar hoy de la 'Leyenda dorada', pese a su mitología lúgubre y oscurantista: su lectura supone viajar en el tiempo hasta una de las principales fuentes de la inspiración artística e iconográfica de la tradición cristiana.
Santiago de la Vorágine, La leyenda dorada. Alianza Editorial, 2014. Selección de textos de la obra original del siglo XIII.
Ha sido una lectura muy agradable y enriquecedora: eso es todo lo que alguien tan ignorante como yo puede decir sobre asuntos de este tipo. Eso sí, tu referencia a la cercanía al politeísmo que se substancia en la existencia de santos, beatos y demás familia me ha traído a la cabeza una consideración con la que siempre he coincidido aunque no recuerdo quién lo dijo. Venía a decir, más o menos, que el cristianismo es un tránsito entre las religiones ¨liberales" politeístas (en esencia, la mitología griega y su paso por la romana) y la vuelta de tuerca definitiva, radical y mucho más fanática del monoteísmo puro que significa el Islam.
ResponderEliminarEse personaje que no recuerdo afirmaba, en esencia, que mientras el politeísmo implica una especie de abstracción, una relajo en la idea central de un dios que no es único, el monoteísmo puro tensiona mucho más al creyente; lo tiene en vilo, por decirlo así. No es lo mismo una enorme familia más o menos avenida como la griega que el dios único, sin santos ni cualquier otro tipo de "distracción", que representa Alá, del que ni siquiera se pueden dibujar imágenes. Que su cara sea, como mucho, una ardiente llama, parece que impresiona. Y por otra parte también resulta curioso que cada una de esas religiones surgió como "endurecimiento penal" de la anterior: de la relajación griega al fanatismo árabe hay un buen trecho.
Así que, dentro de lo malo, no nos podemos quejar. Nos hacía mucha gracia, de jóvenes, viviendo aún Franco, cuando ya entonces se definía el cristianismo como "una religión de origen grecorromano". Y sí, es radicalmente cierto; pero que el propio Régimen consintiese esa definición, en una época de tan dominada por la Iglesia como aquella, resultaba chocante. ¿La única religión verdadera? ¡Pero si es un refrito!, pensábamos nosotros...
Gracias, Rick. Pues has dejado un comentario muy interesante. Algún sacerdote cristiano se rasgaría las vestiduras por esto, pero es verdad que, aunque la teología y la doctrina siempre lo hayan combatido, a nivel popular la práctica del catolicismo ha mantenido cultos politeístas poco camuflados. Basta ver las procesiones de vírgenes y de santos aquí en España. Hace ya tiempo que los historiadores estudian el sincretismo religioso: cómo, al instaurarse una nueva religión o práctica cultural, los usos y creencias incorporados se mezclan con los antiguos. Es interesante, por poner solo un ejemplo, el sincretismo haitiano entre el cristianismo y la cultura vudú. En España, en los largos siglos del Imperio romano, el cristianismo fue empapando mezclándose en ocasiones con las creencias más nativas.
EliminarEn cualquier caso, la propia historia del cristianismo primitivo es un gran ejemplo de sincretismo. Es, como dices, un ''refrito'' (la palabra es muy apropiada) que debe bastante a Grecia y Roma. Para empezar, los cuatro evangelios canónicos se escribieron en griego, y no en arameo, que era la lengua que hablaba Jesús de Nazaret. Pablo de Tarso era ciudadano romano, y fue en Roma donde terminó empapando, contra todo pronóstico, esa religión llegada de los desiertos de la provincia de Judea. Unos siglos más tarde, ya poco le quedaba de aquellos desiertos...
Tu reflexión juvenil era totalmente lógica: si toda creencia o práctica cultural surge de un proceso histórico, ¿a cuento de qué me van a convencer de que la mía es la única verdadera? Es un planteamiento sano para prevenir dogmatismos, e implica una mente abierta que anima a explorar otras formas de entender el mundo. Por desgracia, a pesar de lo obvio, los dogmatismos campan a sus anchas. Desde luego, no solo con la religión, pero toda religión encierra en sí el peligro potencial del dogmatismo, y este mal se ha dado tanto en el Islam como en el cristianismo.
Es difícil describir una religión en pocas ideas, y siendo la última de las abrahámicas, el Islam se inspiró bastante en el cristianismo y el judaísmo, con sus peculiaridades propias, como bien sabes. Mahoma fue un caudillo del desierto, y el Islam se fraguó desde el comienzo como una nación, expandiéndose con rapidez por medios militares. Y no es que la Biblia cristiana esté vacía de contenido legalista (basta ver varios libros del Antiguo Testamento), pero en el Corán abunda el Derecho, y el problema se da cuando una determinada comunidad de creyentes islamistas deciden que conviene seguir la ''sharía'' al pie de la letra. En el Islam también pululan profetas y personajes respetados, pero como dices, estos son relegados a un papel muy secundario, declarando cualquier atisbo de politeísmo como un anatema. 'No hay más Dios que Alá...'. La complicada Trinidad cristiana no conjuga con esto, entre otras cosas.
Por otra parte, el cristianismo también ha tenido sus propias peleas por esto mismo, desde los iconoclastas bizantinos hasta la Reforma, donde luteranos y puritanos varios han condenado siempre cultos y prácticas católicas. Podríamos matizar lo del 'endurecimiento penal', pero a vista de pájaro sí se ha dado algo de esto: sin salir del cristianismo, tenemos un buen ejemplo con la Ginebra de Calvino. En fin, que se hace difícil dirimir qué religión es más o menos monoteísta entre las tres ''religiones del libro'', aunque si miramos las creencias a nivel de suelo y no tanto la doctrina, desde luego el catolicismo es un mundo aparte. ¿Para bien o para mal? Según a quién le preguntemos. Ya conoces el dicho: los protestantes caen fácilmente en la hipocresía, y los católicos en el cinismo. Es otra simplificación, pero esto viene de la facilidad de ser perdonados todos los pecados tras la confesión. Por eso, en algunas partes muy cerradas de Estados Unidos, los católicos tienen más fama de fiesteros que los protestantes y mormones. Pero en todos lados cuecen habas.
Como sabrás la Leyenda Aurea es el principal vivero de toda la iconografía cristiana tras Giotto y el primer Renacimiento. La imaginería religiosa ha bebido una y otra vez de esa fuente hasta la actualidad. De alguna manera en Plena Edad Media Santiago de la Vorágine hizo lo que ha hecho Walt Disney en el siglo XX, poner imagen a los mitos populares de aquel tiempo.
ResponderEliminarPor lo demás de cruces vienen los cruceiros para el rezo y los milladoiros donde los peregrinos a Compostela ponían las piedras que iban encontrando por los caminos.
Es obvio que el politeísmo permite una visión más relajada de la religión como comenta Rick y el monoteísmo la tensiona. El politeísmo es puro panteísmo, donde cada elemento natural refleja una personalidad diferente y permite atribuir la causalidad a diferentes entes. El cristianismo sabía que erradicar esa creencia en la conciencia de los ciudadanos era imposible y solo puso una capa de barniz encima par disimularla.
Quizás la insistencia en la personalización en un dios único generó la decadencia de las religiones monoteístas ya que no dejan pasar esa atmosfera que proporcionaban las religiones politeístas.
Saludos
Tu comparación con Walt Disney está muy bien traída, y me gusta además porque le quita gravedad a la polvorienta imagen que la Iglesia vende de sus viejos ilustres.
EliminarRespecto a estas creencias populares, tal y como lo explicas, más que panteísmo, yo lo acercaría al animismo, pero es igual, porque según la cultura podemos hablar de politeísmo, animismo o panteísmo, o incluso varias a la vez.
Los primeros antropólogos de la religión establecieron una evolución en línea recta donde el paso del politeísmo al monoteísmo suponía siempre una mejoría moral, cosa que luego se revisó y se detectaron los sesgos del modelo. Antes de esto, los deístas ilustrados pensaron que habían dado con la única religión racional superando la superchería, sin darse cuenta de que heredaban todo el poso de su propia cultura monoteísta. No tengo tan claro qué modelo era preferible, porque tanto en culturas monoteístas como politeístas se han cometido tanto bellas acciones como barbaridades en nombre de la religión. El paso al monoteísmo solía ir de la mano de una mayor sofisticación, pero concuerdo con Rick y contigo en que el politeísmo tensiona menos y es más compatible con ciertas inclinaciones naturales. Espero que nadie interprete esto como una defensa del ahora tan cacareado ''poliamor'', je,je.
La evolución al monoteísmo en las religiones de los viejos pueblos tiene relación con la evolución de su organización política y económica, pero sin poder establecer modelos sencillos, porque hubo más variables en juego que diferencian totalmente unas religiones de otras, y unos imperios de otros: el hecho de que tuviesen o no casta sacerdotal, etc. Es paradigmático el caso del pueblo de Israel, pero a su modo también el de la Roma imperial y el divino Augusto. Por no hablar de la imagen que se fabricó la URSS de Lenin y Stalin, que en la práctica creó una nueva forma de religión.
Un saludo.
Pues resaltar el poder educativo de la narrativa . Sean las parábolas de Jesús, las vidas de santos y otras formas de contar historias, son capaces de transmitir ideas complejas a gente sencilla. Lo del coro de santos no es más que politeísmo encubierto, otra de tantas imposturas del cristianismo. El gusto por la truculencia en parte es producto de la época, pero esa querencia es innata, por algo tienen todas las iglesias un Cristo clavado y no subiendo a los cielos . Y por último recordar que los dominicos fueron instigadores de persecuciones contra los judíos y actuaron al mando de la Inquisición.
ResponderEliminarSin duda, Chafardero, la narrativa es un magnífico medio para la trasmisión de ideas, tanto para simplificar a veces lo complejo - como en este caso - como un medio distinto de recrear a su vez problemas complejos. Y totalmente de acuerdo sobre lo que dices del morbo y el cristianismo.
EliminarAunque no fueron la única orden al mando de la inquisición medieval, es verdad que los dominicos tuvieron bastante peso en ella. Ellos veían su labor como un todo: predicar y controlar, luchar contra la herejía. No fueron los sádicos que ha recreado el imaginario popular (ya sabes que la tortura se practicaba por sistema en aquellas épocas y en general eran peores las prisiones ''civiles'', para entendernos), pero desde luego que ejercieron una fuerte represión hacia los diferentes, los heterodoxos, los ''desviados''.
Saludos.