viernes, 21 de abril de 2023

Leviatán. Thomas Hobbes.

 


Según sus propias palabras, el día que nació, el miedo y él nacieron como hermanos gemelos. Una forma de resumir el motivo principal de su propuesta política, al mismo tiempo que una toma de pulso de la psicología de su tiempo. Si el miedo a la potente Armada española que Felipe II había lanzado a la invasión de la Inglaterra isabelina fue motivo para el parto prematuro de su madre, Thomas Hobbes vivió, ya fuese en su tierra o en el exilio, la agitada crisis religiosa durante la monarquía de los Estuardo, las guerras civiles inglesas, la decapitación de Carlos I, el gobierno de los puritanos bajo la mano dura de Oliver Cromwell y el posterior retorno a Inglaterra de Carlos II. Tomando partido por los absolutistas y con la reputación de sabio en todo tipo de terrenos, Hobbes se ganó incontables enemigos y aterró, pero también fascinó, a los intelectuales de su tiempo.

El primer teórico contractualista nos legó una obra controvertida que creó escuela, a pesar de granjearse rechazo entre las filas de los suyos, y no digamos ya entre los futuros whigs. Todo ello es comprensible más allá de lo convulso de la época. Hay un tono sombrío en esa visión pesimista de la naturaleza humana para justificar el despotismo, eso sí, fundamentado en el mecanicismo moderno, de un materialismo que entonces sonaba sospechosamente sacrílego. Incluso si dejásemos de lado su enorme influencia, este libro merecería recomendarse aunque solo fuera por acceder a tal cantidad de concepciones personales del autor y de su propia época.

Al contrario que un Spinoza o un Leibniz, que comenzaban sus tratados por Dios, aquí Hobbes intitula el primer libro como 'El hombre'. Así, la obra es una construcción que pretende fundamentar el Estado político como una gigantesca persona orgánica. En el primer libro realiza un estudio del ser humano de base materialista y línea empirista: parte de los sentidos, pasa por la razón y el uso del lenguaje - al que dedica mucha atención -, realiza una interesante escalada a través de los valores y formas de ser y termina en la 'ley natural'. El famoso capítulo trece de la primera parte, 'de la condición natural de la humanidad', servirá para justificar su rechazo a la división de poderes y su defensa del poder absoluto, cuyas características estudia en la segunda parte, 'Del Estado', despliegue de conocimientos políticos y judiciales en el que trata al Estado abiertamente como un ente vivo que puede gozar de salud o sufrir enfermedades. Hobbes supedita cualquier disquisición religiosa o moral a las leyes del Estado y, por encima de ellas, al monarca, con lo que la voz hobbesiana, por lo demás lúcida y atrayente, alcanza por momentos cierto regusto amargo.

En la tercera parte, ‘De un Estado cristiano’, se ocupará del poder eclesiástico, vertebrado en coherencia con el político; incluso llegará a fundamentar el reino de Dios explícitamente como reino civil, a modo de absolutismo anglicano. Así, la religión alimenta al monstruo. Tiene especial peso el capítulo dedicado al poder eclesiástico, concebido como una reacción a la obra del cardenal Bellarmino, martillo de herejes. Es por esto que la propuesta de nuestro autor se vuelve pormenorizada, apoyada en gran cantidad de citas bíblicas; la suya es un batalla de tintes modernos que supone un paso más en la larga guerra hermenéutica librada desde la Edad Media: donde Bellarmino interpreta a favor de los intereses de la Iglesia romana, Hobbes lo hace en contra de estos y siempre a favor del soberano civil; donde Bellarmino lee un imperativo canónico, Hobbes lee solo consejos y admoniciones.

Es de notar que Hobbes muestra una preocupación muy moderna por el mal uso de la religión y la superstición, que impregna toda la obra, aunque su crítica no alcanza al anglicanismo. La cuarta parte del libro, de un título tan sugerente como ‘Del reino de las tinieblas’, se centra en esos aspectos, llegando a considerar a la Iglesia romana como ‘el reino de las brujas’, y sometiéndola a una acerada crítica. Los papistas que intentan imponerse al poder civil solo persiguen el poder terrenal, traicionando su mensaje. Leyendo a Hobbes, uno no puede evitar preguntarse hasta dónde llegaba su celo anglicano y hasta dónde su prudencia; hasta dónde era sincero y en cuántas páginas no está escondiendo una segunda intención. No es de extrañar que, ya en su época, nuestro autor fuese acusado de ateo por tantas voces. 

Frente a la originalidad de 'Leviatán', cualquier otro futuro discurso de los tories, como el 'Patriarca' de Robert Filmer, resultó ridículo. Solo quedaba combatirlo desde el liberalismo, pues en la obra de Hobbes se incubaba el embrión del autoritarismo moderno y, a la postre, del totalitarismo.


Thomas Hobbes, Leviatán o la materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil. Alianza, 2009. Obra original publicada en 1651.

'Es por ello manifiesto que durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que les obligue a todos al respeto, están en aquella condición que se llama guerra; y una guerra como de todo hombre contra todo hombre. Pues la GUERRA no consiste sólo en batallas, o en el acto de luchar; sino en un espacio de tiempo donde la voluntad de disputar en batalla es suficientemente conocida'.

4 comentarios:

  1. El inicio de la entrada me ha impresionado. Eso de considerar que uno mismo y el miedo son hermanos gemelos debió pesar mucho en su forma de concebir el mundo y la vida. Y por las circunstancias de su llegada al mundo parece que la madre le hubiese transmitido el miedo en el mismo momento de nacer.

    Como en tantos casos, prácticamente sólo conocía a Hobbes de nombre (aunque me encantan las viñetas de Calvin y Hobbes, si me permites la broma), y después de leer tu texto entiendo que era un pesimista absoluto (además de absolutista), con un concepto muy negativo del ser humano, que si no tiene un estado que lo controle está en permanente estado de guerra. ¿El estado es entonces un ente superior a los hombres, ese Leviatán que pone orden y paz en el mundo? Vaya, pues yo también me pregunto si creía realmente en lo que decía.

    Saludos.

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    1. Hola, Ángeles. A mi también me parece que esa referencia autobiográfica es muy elocuente al respecto de su concepción del mundo.

      Hobbes realmente creía que un poder absoluto, reunido alrededor de una persona, a pesar de sus riesgos (que también contemplaba) era preferible a una multiplicidad de fuerzas políticas en pugna. Lo interesante de su obra es que es muy coherente, estudiando el comportamiento humano desde el pequeño nivel de las motivaciones psicológicas hasta el plano macroscópico de las sociedades, con un mecanicismo adelantado a su época. La consecuencia política es la que dices.

      Donde yo tengo algunas dudas acerca de su sinceridad es en el apartado dedicado a la religión. Por un lado, es sincero cuando, desde su coherencia, sostiene que el objetivo de la religión institucionalizada es únicamente mantener el orden y la paz en el Estado: debe permitirse solo un sistema de creencias para el pueblo, evitando que las múltiples sectas terminen peleando entre sí, y esta religión oficial debe ser controlada por el soberano. Por otro lado, por muy atrevido que fuese entonces su planteamiento, como pensador se debía a unos protectores y tenía asimismo enemigos peligrosos para él, por ejemplo en la Iglesia anglicana. Su forma de atacar a la Iglesia católica, así como otras creencias populares, salvando a la iglesia anglicana, es sospechoso. Yo soy de los que piensan que Hobbes en el fondo era ateo, aunque decir esto sea hasta cierto punto anacrónico.

      Alguna tira leí en su día de Calvin y Hobbes, pero no tantas como para recordarlos bien. Acabo de leer que los nombres de los personajes se basan precisamente en Juan Calvino y Thomas Hobbes. Ya me has dado curiosidad :)

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  2. El contractualismo del que efectivamente podría considerarse padre a Hobbes surgió como deseo de poner orden y legitimar la autoridad y el poder coercitivo del estado, ejemplarizado en el caso de Hobbes por la monarquía absoluta. Lo que ocurre es que Hobbes tenía un concepto pésimo del ser humano, veía su naturaleza con todos los componentes nocivos, como algo que o se encauzaba o su instinto primario abocaba a aflorar sin remisión todo lo maligno y perjudicial, veía al hombre como un lobo para los hombres y por eso a mi siempre me ha gustado muchísimo más la visión de Rousseau, el otro contractualista ( que bebió de él pero le dio una vuelta a todo ; ) a diferencia de Hobbes, consideraba que naturaleza del hombre se caracteriza por la libertad y su bondad natural. Los seres humanos vivían una especie de inocencia originaria, ya sabes, lo del mito del buen salvaje y precisamente por eso él a diferencia de Hobbes, que otorgaba todo el poder a la monarquía absoluta para limitar los desmanes de la naturaleza furiosa y descontrolada del ser humano, Rousseau como consideración y confiando a este buen fondo del ser humano en le que creía ( yo tb, a pesar de los pesares) otorgaba el poder de limitar la individualidad humana a una voluntad superior, unánime y asamblearia, seguramente, con permiso de los griegos, podría ser considerado, el padre de la democracia, la buena, la directa, la asamblearia, lástima que esta solo funcione en comunidades pequeñas. El propio nombre de leviatán ya anticipa la idea monstruosa y destructiva que pululaba por la mente de Hobbes para atarlo corto, bien corto, con su contrato… así, al estilo VOX jajaja ( más quisiera VOX que tener la categoría intelectual de Hobbes ; ) Gracias, tengo la sensación de estar repasando filosofía contigo jaja tb me ha gustado mucho esta entrada.

    Un abrazo fuerte!


    PD
    Por cierto, este no lo he leído, solo sé generalidades, muchos más clrificadas con tu entrada, me temo que no me hubiera gustado o al menos me hubiera costado mucho. Eso creo.

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    1. Hola, María. Para Hobbes, en el estado de naturaleza todos somos libres e iguales, y esa igualdad hace que seamos un peligro potencial para nuestros semejantes, porque competimos entre nosotros y mantenemos la sospecha permanente sobre las intenciones del vecino. Efectivamente, hizo popular la máxima de Plauto de que el hombre es un lobo para el hombre. Como gran originalidad está, entre otras cosas, su concepción política, no basada en la tradición sino en la idea de contrato social y por ello ha sido influyente en todo tipo de sistemas políticos posteriores. A pesar de defender la causa absolutista, no fue un pensador conservador, y por ello los tradicionalistas nunca simpatizaron con él.

      Aparte del sistema mecanicista, que fundamenta su sistema, podemos entender su postura (que no justificarla) teniendo en cuenta el contexto de conflictos políticos y religiosos, desde grupos católicos minoritarios como el de Guy Fawkes en la conspiración de la pólvora, cuando intentaron atentar contra Jacobo I, hasta los puritanos que llegaron a gobernar en tiempos republicanos. Por lo que, como bien dices, desde su postura se debían atar en corto las disidencias. En su símil orgánico, así como el cerebro ordena las acciones del cuerpo, debe haber un único soberano que porte la espada y el cetro.

      No creo que te costase leer el Leviatán, pero otra cosa es que te gustase o no. Este tipo de libros son para momentos determinados. Tiene su interés seguir el hilo del autor acerca de temas tan diversos como los que trata, pero a modo de cata, si un día te diese por ahí, te recomiendo el capítulo 13, que es el más conocido. De lo contrario, hay riesgo de empacho hobbesiano.

      En cuanto a Rousseau, desde la perspectiva histórica es fascinante y fue uno de los más influyentes de la modernidad en más de un sentido. Pero es sumamente controvertido. Su propuesta encierra un gran peligro que ya se vio durante la Revolución francesa y que han utilizado sistemas totalitarios del siglo XX. Las interpretaciones de su obra también han sido variadas.

      Un abrazo.

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