
'La diversidad de nuestras opiniones no procede de que unos sean más racionales que otros, sino tan solo de que dirigimos nuestros pensamientos por caminos distintos y no consideramos las mismas cosas. No basta, ciertamente, tener un buen entendimiento: lo principal es aplicarlo bien'.
Se suele hablar de la revolución de 1600 en referencia al triunfo del heliocentrismo copernicano y al nacimiento de la ciencia moderna, pero estos cambios funcionaron a su ritmo, y no hay que olvidar que en aquella época el pensamiento predominante en las universidades seguía siendo el medieval, en particular la escolástica tomista. El Renacimiento había fijado la vista en la antigüedad, intentando rescatar el perfecto latín de Cicerón, la Academia de Platón o incluso la sabiduría de Epicuro, y esta acumulación de saberes, unidos a la crisis religiosa que vivía el viejo continente, acabaron avivando una postura escéptica, por un lado, y un afán de buscar la unidad del conocimiento, por otro. Tenemos que contextualizar a Descartes en este segundo grupo de pensadores, al igual que Francis Bacon en Inglaterra: a éste último lo consideramos el abuelo del empirismo, mientras que Descartes fue el fundador del racionalismo moderno, o incluso de la filosofía moderna, al menos según la convención historiográfica tradicional.
¿Se imaginan que la introducción de un libro termine siendo más famosa que el propio libro? Esto ocurrió con la obra que nos ocupa. Publicada en francés, y no en latín, para que pudiera ser leída por un grupo mayor de personas, el 'Discurso del método' (1637) era en realidad la introducción de una serie de tratados publicados conjuntamente en el mismo tomo: 'Dióptrica, Meteoros y Geometría'. Descartes hubiera querido incluir más material preparado, pero su providencial prudencia lo contuvo, asustado por la reciente condena impuesta a Galileo. De hecho, Descartes había escrito, años atrás, su tratado Le monde, que no llegó a la imprenta por esta misma razón.
Dedica bastante espacio en el 'Discurso del método' a resarcirse de ello resumiendo algunos de los puntos de su texto no publicado, sin mencionar los aspectos más problemáticos. Siempre prudente, el francés se cura en salud dejando claro desde el comienzo que su obra no pretende criticar las instituciones universitarias, ni mucho menos pretender una reforma social, sino tan solo hablar de su evolución intelectual. En más de una ocasión hay que leer entre líneas, más allá de la reserva, para ver que sus críticas y las consecuencias de sus tesis llevarían inevitablemente a una reforma, a pesar de encontrarnos con fragmentos como éste, que dejan claro un miedo a ser interpretado en clave política:
'Por esta razón no puedo en modo alguno aprobar la conducta de esos hombres de carácter inquieto y atropellado que, sin ser llamados por su nacimiento ni por su fortuna al manejo de los negocios públicos, no dejan de hacer siempre, en su mente, alguna nueva reforma. Me pesaría mucho que se publicase este escrito si creyera que hay en él la menor cosa que pudiera hacerme sospechoso de semejante insensatez'.
Más allá de la falsa modestia, Descartes era muy consciente de la aportación y consideraba su trabajo en mucha estima. Excelente matemático como era, su interés real eran las ciencias, ambicionando realizar grandes contribuciones en el futuro, sobre todo en el terreno de la medicina. Aunque no ha pasado a la historia precisamente por esto, en la quinta parte del Discurso ataca partes de la teoría de William Harvey sobre la circulación de la sangre y, a pesar de que Descartes se equivocara rotundamente, el lector actual puede disfrutar accediendo a sus razones, basadas en su propio método, y otear de paso en el estado de la cuestión de la medicina de aquel entonces.

¿Por qué fue importante el Discurso del método? Desde luego, no por la concepción cartesiana de la física y la fisiología, sino por la propia búsqueda del método en sí mismo, inspirado en primer lugar en el método geométrico, tan certero. Como hemos dicho, este es un raro caso en el que la introducción de una obra, que llegaría a convertirse en el trabajo de toda una vida, se acaba convirtiendo en el aspecto esencial.
Debemos contextualizar un poco la novedad del famoso axioma cogito, ergo sum, pues aunque la historia se lo ha otorgado como propio, Descartes no fue original al concebirlo. No hace falta acudir al lejano Agustín de Hipona, ya que fue Gómez Pereira, médico y filósofo español del siglo XVI, hoy injustamente olvidado, el que llegó antes a esas reflexiones, que se hicieron tan famosas que sin duda habrían llegado a oídos de Descartes, al que no le gustaba a citar a nadie. La originalidad del francés, lo que de verdad lo hizo único, fue tanto su intuición de la necesidad de fundamentación de todas las ciencias bajo un solo método básico, racional y sencillo - elegante, que dirían los matemáticos -, como situar el cogito de primer pilar de todo el conocimiento humano. El criterio de verdad abandonaba para siempre el argumento de autoridad y se establecía en la evidencia, los juicios claros y distintos de los que tanto se debatiría posteriormente con posiciones encontradas: defensas acaloradas del cartesianismo y también fuertes oposiciones. Seguramente no lo pretendió así de antemano pero, a partir de Descartes, la filosofía moderna se centró en la epistemología, en las preguntas en torno al conocimiento humano.
Así pues, es este un clásico imprescindible para todo interesado en la historia del pensamiento occidental. Si nos atenemos al sistema cartesiano, encontramos partes más trabajadas que otras; por ejemplo, la duda metódica está apenas esbozada - seguramente por prudencia, ya que este libro se publicó en francés, como decíamos - siendo mejor expuesta en las 'Meditaciones metafísicas' (1631), así como las pruebas de la existencia de Dios. Pero la evolución intelectual del autor, la necesidad del método y la concepción mecanicista del mundo físico pueden encontrarse ya aquí. Por no hablar de la moral, en la tercera parte, siendo el único texto publicado por Descartes en el que trata el tema, ofreciéndonos su propia visión personal al modo de una moral provisional, prudente como él mismo, pero clara y realista, en la que se mantendría con coherencia el resto de su vida.
René Descartes, Discurso del método. Alianza, 1989. Obra original publicada en 1637
'En una palabra, si hay en el mundo una obra que nadie puede concluir tan bien como el mismo que la empezó es aquella en que trabajo'.
ResponderEliminarFantástica entrada, como todas las tuyas. Haces fácil lo complejo. Me ocurrió una cosa muy curiosa con este libro. Siempre me ha gustado la filosofía, pero soy negada para las matemáticas y además muy desordenada de pensamiento, más bien caótica, una cosa me lleva a la otra y así hasta el infinito por eso me cuesta cortar una conversación, bueno, pues un profesor en COU me dijo, léete el discurso del método de Descartes, te ayudará a ordenar tu mente y claro, entonces como que no. Pero un verano mucho después, me puse a ello y me enganchó. Aun me asombro de haberlo hecho jaja y es verdad que me ha ayudado mucho desde entonces, sobre todo en mi trabajo, porque los que hemos estudiado solo letras somos muy limitados en nuestra manera de razonar. Los que han estudiado por ciencias, al margen de los conocimientos, razonan diferente a nosotros ( juraría que tú eres de ciencias por lo ordenado que eres en tus exposiciones; ) las matemáticas, la física desarrolla una forma de pensar diferente, mucho más racional y ordenada que los que como en mi caso contamos con los dedos. Mi mente tarda el doble que la de alguien de ciencias perdida en mil vericuetos que los de ciencias evitan yendo a tiro fijo, por eso, aunque soy nula en matemáticas siempre me han atraído, como la física y todas sus maravillas, la frecuencia Fibonacci, la proporción áurea, las matemáticas que se pueden ver. Todo eso me parece fascinante. En cierto modo en derecho se usa la duda metódica de Descarte, rechazándose como falso todo aquello que conduce a la menor duda. Por eso lo de interpretar todo a partir de la duda razonable y en el momento en el que se prueba la duda, se impone la absolución, aunque esta quede matizada por las pruebas indiciarias, pero aunque no venga a cuento o sí, es una de las cosas que me indigna de todo el mundo que ha estudiado derecho delante de la tele, condenando o absolviendo sin tener ni idea de las circunstancias, los hechos y desde luego el derecho a partir del cual hay que valorar el comportamiento de las personas.. perdón, me fui a lo mío ; ) Descartes dijo que cada cosa tiene sólo una verdad. Pero no en el sentido religioso, al contrario, una sola verdad absoluta e inalcanzable. Si la gente recordara esto, se terminaban de un plumazo los fanatismos, siempre anclados en las verdades absolutas incuestionables. En nuestro mundo (el mundo de cada quién), pueden cumplirse siempre las verdades relativas, pero lo más probable es que fuera del contexto en que una verdad se cumple, deja de cumplirse. Descartes que como bien dices llegó a la conclusión, a diferencia de Aristóteles, que pensaba que cada ciencia exigía un método distinto, que existe un único método para todas y cada una de las ciencias, un único método fiable, el matemático. Lástima que para los que no dominamos ese mundo, nos sea imposible de usar y vivimos en el mundo de las aproximaciones; )
Me ha gustado mucho tu entrada, enhorabuena!
Un abrazo!
Me alegro de que te haya gustado la entrada, María.
EliminarYo, sin embargo, creo que el razonamiento puede darse por igual tanto en una persona de ciencias como en una de letras. No por ser de letras se va a razonar peor ni por ser de ciencias se cierran las puertas a la imaginación. Ya puestos, quizá lo ideal sería la persona anfibia, abierta a ambos mundos. Otra cosa es el modo de escribir de cada cual.
En Derecho me consta que trabajáis especialmente las argumentaciones, teniendo en cuenta las premisas legales, las circunstancias atenuantes o agravantes, la carga de la prueba... Ya que lo comentas, a mí también me molesta la gente que opina con vehemencia acerca de las sentencias penales desde un conocimiento nulo o superficial, especialmente cuando los medios incentivan el populismo punitivo. ¿Quién soy yo para sostener con total seguridad que tal sujeto merece, por ejemplo, más años de cárcel cuando no conozco las circunstancias legales ni he conocido al detalle las evidencias ni leído el proceso?
La insistencia de Descartes en el método, vía análisis y síntesis, fue un paso adelante para evitar lo que consideraba los grandes errores del juicio racional, la precipitación y la prevención. La opinión vehemente sin pruebas ni conocimiento es un ejemplo de precipitación. Aunque el sueño de Descartes de llevar la sencillez de la matemática a todo tipo de terrenos con el tiempo se mostraría una ilusión. La evidencia clara y distinta solo se da en unos pocos casos, mientras que en el resto hemos de contentarnos con evidencias empíricas altamente probables, estudios basados en correlaciones o conclusiones provisionales, y esto se acepta así hoy tanto en las ciencias sociales como en las ciencias naturales.
Un abrazo.