domingo, 23 de abril de 2023

Discurso de metafísica. G. W. Leibniz

 


Fuera del ámbito académico, el conocimiento histórico de la ciencia suele mostrar un enfoque presentista, honrando aquellos logros y figuras representativas que nos han llevado a la actualidad como en una línea recta, incluso recreando descubrimientos de un modo completamente alejado del que se siguió; valga de ejemplo el famoso efecto eureka de Newton cuando vio caerse la manzana del árbol. La ciencia, en realidad, salvo casos excepcionales, no avanza a golpe de epifanías, ni su progreso es meramente acumulativo: ha habido fuertes disputas teóricas, choques de paradigmas explicativos, e incluso sesgos ideológicos que han favorecido un enfoque sobre otro; la pluralidad de mundos posibles termina perfilando los caminos más adecuados, útiles o fértiles. Y hablando de mundos posibles, vaya por delante mi respeto por el personaje que nos ocupa hoy.

Gottfried Wilhelm Leibniz (1646 – 1716) supuso el culmen del racionalismo alemán. Filósofo, matemático, lógico, jurista, bibliotecario, teólogo, lingüista, diplomático, político, inventor… Fueron tantas sus ocupaciones que es habitualmente considerado el último gran sabio universal, un pensador de conocimiento enciclopédico. Destaca en la historia de las matemáticas por su agria polémica con Newton en torno a la gestación del cálculo infinitesimal (aunque Leibniz publicó su trabajo antes, ambos tienen el mérito de haber desarrollado el cálculo por caminos distintos), así como por ser el inventor del sistema binario y de la primera máquina de calcular. También fue famosa su polémica con Clarke acerca de los principios de la Física. Su preferencia por la matemática, más aguda si cabe que en otros racionalistas modernos, tuvo eco en todo su sistema. Leibniz despuntó asimismo en la teoría de la probabilidad, la medicina, la tecnología, y tiene el mérito de ser el primer pensador moderno en interesarse por el pensamiento chino, dato interesante y coherente con su forma de entender la ciencia como proyecto conjunto que debía buscar los caminos hacia la verdad por todo tipo de sendas.

'Discurso de metafísica' (1686) no es una obra publicada por Leibniz en vida, sino el rescate de cierta correspondencia que mantuvo con el jansenista Antoine Arnauld, recopilada con posterioridad a modo de pequeña síntesis del pensamiento leibniziano. Como tal, es perfecta para introducirse en varias cuestiones del filósofo, enfocadas en particular en su metafísica, pero tocando a su vez varios frentes que van desde la física hasta la teodicea. 

Para adentrarse en los escritos de este pensador, es necesario tener en cuenta su contexto filosófico, que no es otro que el paradigma mecanicista, consecuencia de la Revolución científica del Seicento, tanto en el racionalismo que inauguró Descartes, como en el empirismo inglés de Bacon, Hobbes y Locke.  Hasta entonces, siguiendo el legado de Aristóteles, las ciencias naturales no solo buscaban explicar las causas de los fenómenos, sino también su finalidad, pero el mecanicismo tiraba la toalla y se desentendía del estudio de los fines. Leibniz problematiza el mecanicismo, que ve como una reducción simplificadora de la realidad, en cuanto a que describe el mundo ciñéndose al principio de causalidad material, como una gigantesca mesa de billar cuyas bolas actúan unas sobre otras, pero sin finalidad alguna. Hay que tener en cuenta también que Leibniz, a diferencia de otros críticos de aquel nuevo paradigma que se estaba fraguando, trabajaba en plena vanguardia con los modernos; fue, por lo tanto, un caso excepcional de científico y filósofo de plena modernidad que supo señalar las carencias filosóficas que, a su juicio, entrañaban los nuevos trabajos de sus colegas. 


Leibniz acuñó el símbolo de la integral para el análisis matemático. Fragmento de uno de los borradores del autor. 

El genio de Newton contribuiría a construir una nueva mecánica que servirá para predecir y cuantificar el mundo natural mejor que ningún otro sistema anterior, pero Leibniz, su rival contemporáneo, supo anticiparse a algunas consecuencias de aquel sistema que, un siglo, después haría famosas Pierre-Simon Laplace con su famosa hipótesis del demonio determinista. Así pues, Leibniz realizó un último intento para conciliar la vanguardia moderna con la teleología del pensamiento antiguo; este sistema es hoy una vieja pieza de museo, anticuada pero preciosa en su barroquismo conceptual y su claridad expositiva, retrotrayéndonos a los mejores debates de aquella época de transición.

Como buen racionalista de su siglo, el autor comienza hablando de Dios: su poder, su perfección, etcétera; la teodicea leibniziana - la justificación de Dios y el problema del mal en el mundo - cerrará la obra. En medio, va adentrándose poco a poco en la metafísica para arribar luego en la física, como dijimos más arriba. Concibiendo un mundo ordenado, y aplicando el moderno principio de economía, o navaja de Ockham, Dios provoca una gran riqueza de efectos, usando las más sencillas vías. Habla en todo momento el matemático, el que concibe al Creador como artista de las formas perfectas, pero salva el universo del determinismo apelando a las causas finales; sabe, sin embargo, distinguir con claridad el plano de cada ciencia en particular.

‘Las formas sustanciales, que hoy están tan desprestigiadas; pero no están tan lejos de la verdad ni son tan ridículos como el vulgo de nuestros nuevos filósofos imagina. Estoy de acuerdo en que la consideración de estas formas no sirve de nada en el detalle de la física y no se la debe emplear en la explicación de los fenómenos en particular’.

Aborda luego su planteamiento de las mónadas como substancias metafísicas que configuran la realidad, aunque no de forma tan detallada como en su 'Monadología' (1714). En el terreno de la Física, ataca a la concepción cinética de Descartes, postulando el principio de conservación de la fuerza. Defiende, asimismo, ciertas nociones medievales, a las que critica su forma pero no su fondo. Pasa después a la epistemología, basada como hemos dicho en su particular concepto de sustancia. No me detendré a explicar cada una de estas ideas, pues excederían las dimensiones de un breve comentario; mi intención se limita a esbozar el recorrido del texto de modo superficial. Lo que sí quiero subrayar es la defensa de Leibniz de las causas finales - la herencia aristotélica - en un mundo que, poco a poco, las estaba perdiendo. Valga para ello el siguiente fragmento:

‘Como si para dar razón de una conquista hecha por un gran príncipe al tomar alguna plaza importante quisiera decir un historiador que es porque los corpúsculos de la pólvora, libertados al contacto de una chispa, se han escapado con una velocidad capaz de impulsar a un cuerpo duro y pesado contra los muros de una plaza, mientras que las ramas de los corpúsculos que componen el cobre del cañón estaban bastante bien entrelazadas para no separarse por esa velocidad; en lugar de mostrar cómo la previsión del conquistador le ha hecho elegir el tiempo y los medios convenientes y cómo su poder ha superado todos los obstáculos’.

El deseo de Leibniz de armonizar la ciencia del futuro con la sabiduría del pasado no fue secundada, al menos no como él lo concebía. No obstante, nos queda esta reliquia como magnífico ejemplo del sueño racionalista. Las aparentes contradicciones del mundo, así como las deficiencias de la ciencia, constituían para Leibniz una mera razón problemática, solo en apariencia, que terminaría sucumbiendo y convirtiéndose en razón pura, si se trabajaba en un proyecto científico comunitario destinado a reducir todas las ciencias a una matemática de conceptos simples. El alemán fue pionero también en proponer la unión de todas las naciones para una causa científica común, así como en la realización de una Enciplopedia universal; tampoco recibió apoyo en esta empresa. El siglo XVIII, sin embargo, vería cómo poco a poco las aspiraciones leibnizianas se acabarían enterrando en el pasado. Voltaire ridiculizará el optimismo leibniziano en su famoso cuento 'Cándido', y Kant se ocupará de poner límites a la razón pura. Algo quedará del espíritu leibniziano en los enciclopedistas franceses. 

El más optimista de los filósofos modernos, el último sabio universal, el conciliador religioso y político que llegó a ejercer de diplomático frente al mismo Rey Sol para intentar evitar una guerra, no tuvo los apoyos en vida que merecía y murió solo: a su funeral solo acudió su secretario. En Inglaterra, su rival Isaac Newton, cuya nación sí le supo honrar con la Royal Society, pero cuya personalidad era bien distinta, todavía estaba herido por los logros del alemán y convirtió su pelea en un asunto personal; se cuenta que dijo a su muerte: 'Me alegro de haber roto el corazón de Leibniz'.

Gottfried Wilhelm Leibniz, Discurso de metafísica. Obra original escrita en 1686. Alianza, 2017. Traducido por Julián Marías.

6 comentarios:

  1. Creo que afortunadamente la visión positivista o neopositivista de la historia está en retroceso. La historia que para Carlyle era la historia de los grandes hombres está algo desfasada aunque en el terreno de la ciencia cuesta más desprenderse de la idea de los grandes hombres descubridores o inventores. Ahora se busca más la continuidad de los procesos en el espacio tiempo sobre la idea de las luminarias que antes parecía que surgían de la nada para alumbrarnos con su luz. Newton tiene una antítesis en Robert Hooke, un tipo cuyas discrepancias con Isaac fortaleció los argumentos de éste. Lamentablemente Hooke hasta hace poco fue ignorado por la historia de la ciencia siendo un pionero de las ciencias experimentales. Quizás todo Mozart necesita un Salieri, otro personaje oscurecido por la historia.
    Leibnitz era un hijo de la nueva racionalidad cartesiana aunque no quería desapegarse del pasado. Tenía esa visión idealizada de las posibilidades de la razón porque creía que el faro en medio de la oscuridad del mundo y lógicamente los que empezaban a cuestionar su triunfalismo en la propia Francia, el genial Voltaire, o el propio empirismo inglés en plena efervescencia con la trascendencia qu estos le daban a las experiencias sensoriales no estaban por la labor. El pensamiento ilustrado fue siempre bastante fiel a la dialéctica hegeliana.

    Saludos

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    1. Quise diferenciar inicialmente la historiografía académica de la ciencia del relato divulgativo de revistas y libros de texto escolares porque la primera no peca ya de ese abuso de grandes genios y descubridores que parecen surgir por generación espontánea y a golpe de inspiración. Es muy recomendable, por ejemplo, la ''Historia de la ciencia'' de Solís y Sellés.

      Por otra parte, ya sabes que con el sesgo presentista me refiero a cuando solo nos fijamos, al mirar el pasado, en aquellas ideas que nos han llevado a los logros actuales, sin reparar en los desvíos y teorías alternativas que poco a poco fueron descartadas, lo cual supone dar la espalda al verdadero estudio histórico. De este modo se pretende traer al presente a las gentes del pasado para hacerlas simpáticas con la mentalidad actual, borrando todo aquello que hoy pueda suponer rechazo o incomprensión. Sin entender, por ejemplo, el desarrollo medieval de la teoría física del ''ímpetu'' en la universidad de París no puede calibrarse la importancia de las aportaciones de Galileo o posteriormente Newton. Kepler fue un astrónomo genial, pero parte de su genialidad está en cómo fue capaz de rechazar sus propios dogmas geométricos para encarrilar su teoría aceptando los datos y las contradicciones de su sistema. Newton fue también genial, pero conviene contextualizarlo en su época y destacar igualmente la influencia de su forma de entender la religión en su trabajo de físico, etc. Por no hablar de la importancia de los apoyos institucionales, los intereses económicos y políticos de cada época, los mecenas... -esto podríamos aplicarlo aún más en la Historia del arte - en el devenir de las disciplinas.

      Robert Hooke es conocido, pero es verdad que ha sido bastante oscurecido en comparación a cómo se patrocinó la figura de Newton. Sin restarle importancia a éste último, porque realmente ha sido uno de los científicos más importantes de la historia, creador de las disciplinas modernas de la mecánica y óptica, cabe recordar sus perrerías contra todo aquel que pudiera hacerle sombra: era un tipo de cuidado.

      La escuela racionalista de Leibniz quedó completamente desfasada en el siglo siguiente, aunque independientemente de esto, es una figura por la que siempre he sentido simpatía, al igual que por Spinoza en su siglo, por diferentes razones. A pesar de su estatus de cortesano, siempre a sueldo de potentados o protegido por princesas europeas, Leibniz era amigo del debate abierto y pretendió una comunicación directa en los grandes retos de su tiempo, siendo rechazado en Inglaterra por el círculo de Newton, ignorado por Locke con quien intentó asimismo debatir, etc. Y tanto para la historia de la filosofía como para la historia de la ciencia, su trabajo es de gran interés histórico, aunque decir esto sea compatible con valorarlo de forma crítica y rechazarlo en favor de otras vías más fecundas de su tiempo, como la línea anglófila que siguió Voltaire. Todavía hoy siguen estudiando los tropecientos manuscritos no publicados de Leibniz, sobre todo su original forma de entender la continuidad, concepto del que fue un maestro.

      Un saludo.

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  2. consigues ser ameno hasta con estos señores tan sesudos del pasado, lo cual tiene mérito. Leer las obras originales de muchos pensadores es tarea difícil, paso tanto tiempo a pie de página leyendo sobre contexto, terminología utilizada o conceptos oscuros que pierdo el norte muy a menudo. No controlo al amigo Leibniz como para entrar en profundidades, pero sí me parece interesante la idea de la evolución de la ciencia como un movimiento serpenteante, que incorpora enfoques nuevos y a la vez se nutre de la tradición. Y la definición de Leibniz como el último sabio, en tanto que aúna conocimientos científicos y filosóficos, me recuerda la dicotomía actual entre ciencias y letras, que a mí siempre me ha parecido falsa. Son las dos caras del conocimiento, una no excluye a la otra.

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    1. Me alegro de que resulte ameno, Chafardero. Leer según ensayos del pasado puede ser pesado para ti al igual que para mi; todo tiene su momento y no siempre apetece sumergirse en ellos. Yo he entrado más en este tipo de ensayos por (de)formación profesional, y les veo su particular atractivo, pero no me veo agarrando según qué libros.

      Ni la ciencia puede excluir a las letras ni al contrario, efectivamente: cada una nos enriquece a su modo. Y en aquellas épocas la diferencia tenía menos sentido.

      Un saludo.

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  3. Sé muy poco de Leibniz a parte de que como tú comentas, era un hombre completísimo en sus saberes, sin embargo recuerdo haber leído algo sobre la controversia que sostuvo con Newton sobre el cálculo infinitesimal/integral/diferencial ( que no sé si unos contienen a los otros o son todos diferentes, para que veas lo grave que es lo mío, me pregunto cómo me atrevo a comentarte con la jaula de grillos que tengo en este tipo de materias de las que hablo sin tener ni idea… toco de oído, así que si desafino discúlpame; ) en fin, te decía, que tengo la sensación que la disputa por cuál de los dos se consideró el verdadero padre del cálculo lo zanjo la historia con un empate técnico ; ) Newton había ido desarrollando su método de manera sintética, partiendo de problemas concretos (en su caso los del movimiento de los cuerpos) para llegar a generalizaciones cada vez más amplias pero nunca completas. Mientras que Leibniz había desarrollado el suyo de arriba abajo, de manera analítica, partiendo de una abstracción general y universal aplicada a casos particulares que por lo visto siempre funciona, de hecho la elegancia del método de Leibniz han hecho que su sistema, con algunas variaciones, sea el que aun se utiliza en la actualidad. Lo curioso de su disputa, meramente epistolar, es que mientras Leibniz era sincero y contaba por así decirlo, lo que sabía, Newton a lo zorro tomaba nota pero no soltaba prenda o solo lo justito. La disputa que siguió, se desarrolló de tal manera, con acusaciones y recusaciones, triquiñuelas y todo tipo argucias que llegó a convertirse (en especial por las presiones políticas del grupo newtoniano) en un asunto de gobierno. Algo así como un asunto de dignidad nacional. Finalmente recuerdo que fue el abad Conti el que sentenció que “la disputa había terminado” diciéndoselo a Newton tras la muerte de Leibniz, pero el abad se equivocó, porque aun muerto Leibniz, Newton estaba carcomido por la rabia de una última carta escrita por Leibniz en la que serenamente se atribuía ser el primero. aun muerto Newton los seguidores de uno y otro continuaran la controversia…como te dije antes, creo que el tiempo zanjó el asunto en tablas ; )
    Tiene razón CHAFARDERO, siempre te lo digo, haces fácil lo complejo, otra vez mi enhorabuena ! Un abrazo y mil gracias por todo lo que enseñas aquí.

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    1. No desafinas en absoluto, María. Efectivamente, una cosa es la derivada y otra la integral, pero ambas pertenecen al cálculo infinitesimal, o análisis matemático, y a la controversia de sus inicios. Dicho de paso, espero que no creas que soy matemático o algo parecido: mi conocimiento de matemáticas es básico e instrumental, pero es una disciplina que considero que a todos nos puede interesar, aunque la rodee un aura de dificultad que hace que tanta gente se aparte de ellas o considere que solo son de interés para quien las necesite en su trabajo diario.

      La disputa entre Newton y Leibniz sí la estudié con detalle hace años en la universidad, y escribo de memoria, pero diría que la has sintetizado muy bien. Simplificando mucho, Newton trabajaba con los ojos del físico y Leibniz lo hacía más con los ojos del matemático, aunque en primer y último término ambos estaban creando modelos matemáticos. Como bien dices, Newton era reticente a publicar, y tuvo tiempo de arrepentirse de esa tardanza cuando se le adelantó Leibniz. Realmente ambos trabajaban en paralelo y ambos tienen el mérito de haber creado esa importante rama de las matemáticas a la vez, hoy indispensable. Es más que interesante lo otro que también has escrito: cómo en aquella controversia estuvieron involucrados intereses políticos de dignidad nacional. Logros científicos aparte, en ese punto tenía las de ganar Inglaterra con su Royal Society, la institución científica nacional más antigua del mundo.

      Gracias a ti por el comentario.

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