martes, 2 de mayo de 2023

Cuento de una barrica. Jonathan Swift

Comencé este blog como acicate para escribir reseñas de literatura del siglo XVIII en orden cronológico y, caprichos de bloguero inconstante, me apetece reiniciar aquel plan tal y como surgió. La razón es que me ha dado por releer algunas de aquellas novelas y sobre todo quiero sumergirme en las que aún tengo pendientes, las que he podido adquirir de un tiempo a esta parte. El plan implica reescribir, en el caso de las relecturas, y desafortunadamente repetirme en otros casos. Así que me disculpo con esos pocos comentaristas que me seguisteis entonces y siento abundar en algunos libros o temáticas. No sé si será de interés para alguien, pero intentaré mantener un ritmo ágil en las publicaciones, al menos al principio, y en el futuro simultanearlas con entradas sobre otros temas.

Nuestro viaje comienza en los albores del siglo XVIII en Inglaterra. Tras la Restauración, el país se enorgullece de sus relativas libertades frente a los estados del continente. Con la relajación de la censura, la prensa se está convirtiendo en una industria de gran interés para los poderosos; los panfletos políticos circulan por doquier, mientras que los periodistas se venden al mejor postor. ¿Y qué hay del resto de la literatura? Inglaterra es un país práctico que ve con malos ojos la ociosidad; aún no ha fermentado aquí la novela moderna, ese invento español. Pero el auge de la lectura lleva a la multiplicación de libelos que se hacen pasar por noticias reales: crímenes mal contados para el gusto de los hombres y, por primera vez, historias escandalosas escritas por y para las mujeres. El centro de aquella industria de baja estofa se encontraba en Grub Street, la calle londinense de las imprentas, donde buscavidas de la tinta y el papel malvivían como plumillas a sueldo del primero que les pagase. Para los autores serios, Grub Street representaba el pandemónium de la modernidad, la degeneración de la cultura y el olvido del pasado clásico. 

Echemos más leña al fuego. En el pasado siglo, Perrault había lanzado un alegato a favor de los autores modernos y en contra de los antiguos, en la línea de otros esfuerzos académicos suyos, en el contexto de uno de los debates más importantes del arte francés de aquel entonces: la pugna entre los clásicos y los modernos. Este debate no solo enfrentaba revisiones históricas e ideas estéticas, sino que encerraba, por parte de algunos defensores de lo moderno como Perrault, una apología del reinado de Luis XIV; el propio Voltaire defendería años después la idea de que los tiempos del Rey Sol supusieron un nuevo renacimiento cultural. En el prólogo a su cuento Grisélidis, Perrault llega a ser injusto con los autores clásicos, demostrando no haber entendido del todo el alcance sugestivo de algunos mitos latinos. Pues bien, este debate acabaría cruzando el Canal de la Mancha, encontrando en un genial clérigo irlandés a un defensor de los antiguos.



Cuento de una barrica’ (1704) es un texto oscuro escrito a granel, un artefacto literario en el que Jonathan Swift utiliza el recurso del narrador loco para plantear complicados juegos satíricos y así ridiculizar a sus particulares bestias negras, que van desde algunos autores modernos hasta los fanáticos religiosos de las múltiples sectas de disidentes, pero sobre todo, su objeto de burla se centra en el nuevo mundo editorial de bajo coste, que se abría camino orgulloso frente al saber antiguo. Tres – eligiendo este número, el autor se ríe del popular esoterismo numerológico – son los altares: el púlpito, la escala y el escenario ambulante, y cada una de las tres alegorías sirve al vocero para abrirse camino sobre los demás. Aquí podría citar el Eclesiastés y decir que ‘todo es vanidad’, pero entonces me convertiría yo mismo en objeto de la sátira de Swift, quien también se ríe de los que solo hablan por citas bíblicas.

Conforma la obra una alegoría religiosa y una multitud de digresiones. La alegoría nos cuenta la historia de tres hermanos que representan, cada uno, a las distintas ramificaciones del cristianismo moderno en Inglaterra: católicos, anglicanos y puritanos. Tanto Pedro, el hermano papista, como Juan, el puritano, son ridiculizados por su hipocresía y excesos, mientras que Martín, el anglicano, es respetado. Pero más interesantes son las digresiones, ya que la obra entera puede ser concebida como una gran digresión que no va a ninguna parte. La sátira swiftiana se mofa de las fórmulas usuales tanto de pedantes como de escritores menores en sus dedicatorias, prólogos, justificaciones y epílogos, que aquí alcanzan dimensiones desmesuradas en relación al propio cuento principal. Añadamos a eso que el escritor incluyó notas a pie de página, tanto para ayudar a la lectura como para aportar nuevos enigmas al texto, ya de por sí oscuro. Si se lee el ‘Cuento de una barrica’ en una edición crítica actual, se da la ironía de que el lector tardará más tiempo en leer todo el entramado de comentarios al texto que el propio texto. En cualquier caso, aprovecho para recomendar el excelente trabajo de traducción y crítica realizado por Pilar Elena y Emilio Lorenzo para la edición en castellano a cargo de la editorial Cátedra, pues si el texto tiene ya pasajes de por sí farragosos, una mala traducción podría hacerlos ilegibles.

'Cuento de una barrica' está considerada la obra maestra del joven Jonathan Swift, cuando aún alimentaba la ambición de ser ascendido en la jerarquía de la Iglesia anglicana en Inglaterra. Su humor irónico estaba hasta cierto punto adelantado a las entendederas de muchos de sus lectores, que no supieron sino leer de modo literal lo que debiera leerse entre líneas. Swift había encontrado su estilo en la imitación del estilo de sus contrincantes: no encontraba mejor modo de dejarles en ridículo que fingiendo pensar como ellos, desarrollando sus puntos flacos. Por desgracia para él, la reina Ana se tomó en serio el discurso del loco swiftiano y esto terminó con las posibilidades de ascenso de nuestro autor, que terminó regresando a Irlanda. De algún modo, sin aquel fracaso vital no se hubiera desarrollado el segundo Jonathan Swift, que fue el misántropo que escribiría años después 'Los viajes de Gulliver'.

Más allá de su calidad formal en cuanto sátira neoclásica, los críticos se han dividido a la hora de dirimir cuál era el mensaje central del Cuento. ¿Defender el racionalismo anglicano como punto intermedio entre los excesos? Desde el plano religioso, no me cabe ninguna duda, aunque, por otra parte, sabemos que a Swift le gustaba afirmar que el ser humano no era de ningún modo un animal racional. ¿Reírse de la credulidad religiosa y de otros ámbitos? ¿Hacer de la moderna pedantería un motivo de mofa? ¿Atacar a la modernidad que, como Hobbes, despieza al ser humano con frialdad? Respecto a este último punto, encontramos un pasaje esclarecedor en la digresión sobre la locura, donde el narrador engaña al lector con un sofisma paradójico, dándonos a elegir entre vivir como necios felices o como bellacos sabios. La falta de claridad de la que adolece esta obra puede sentirse como un escollo o como parte de su propio juego. Fuese cual fuese el mensaje principal de Swift (si es que puede resumirse en un solo mensaje), tengan por seguro que el propio autor se reiría de nosotros si se lo preguntásemos. 


Jonathan Swift, Cuento de una barrica. Cátedra, 2000. Edición de Pilar Elena y Emilio Lorenzo. Obra original publicada en 1704.

Y es ahora cuando me parece justo aprovechar el privilegio de ser el último que escribe y así reclamo el derecho de autoridad absoluta, ya que soy el más reciente de los modernos, lo que me confiere un poder de déspota sobre todos los autores que me han precedido.

6 comentarios:

  1. Creo RODIÓN, que tu blog está llevando a la literalidad lo del "más difícil todavía" jaja si seguirte el ritmo con las entradas filosóficas era complicado, ahora con esto... casi que imposible, lo siento.. aunque gradezco todo lo que nos cuentas de esta curiosa obra de Swift a quien solo conocía por Gulliver, obra que por cierto publicó con pseudónimo porque no confiaba nada en su acogida, para su sorpresa fue apabullante!

    Un abrazo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. También publicó ''El cuento de la barrica'' con pseudónimo, por prudencia, y a pesar de todo, todos sabían que era suya: típico de los tiempos.

      No te preocupes por lo de seguir el ritmo de las publicaciones, faltaba más. Publicaré algunas entradas con muy poco espacio entre unas y otras porque ya tengo escritas unas cuantas (aunque las reescribiré) y no puedo pretender que todas sean leídas por igual.

      Un abrazo.

      Eliminar

  2. Como te imaginarás, de Swift sólo he leído Gulliver, y además en una de esas "lecturas graduadas" de "nivel intermedio", cuando mi nivel de inglés no me permitía otra cosa. Así que en verdad no puedo decir que lo haya leído realmente. Tendré que enmendarme.

    El relato que comentas aquí parece un precedente de Gulliver, en lo que se refiere a la crítica social en forma alegórica, aunque quizá más guasón y socarrón. Utilizar un narrador loco, es decir, un narrador no fiable, es dejar claro que quiere jugar con el lector, y tal vez un recurso para "dejarlas caer" libremente sin comprometerse demasiado. Aunque parece que la reina le vio el plumero, jeje.

    Yo creo que J. Swift era un vanguardista, por así decir, una mente lúcida y adelantada al pensamiento de su época, y por supuesto con una imaginación extraordinaria.

    Me encanta que retomes aquel plan inicial y nos deleites con reseñas de obras dieciochescas. Creo que es una literatura bastante olvidada y que merece una revisión de vez en cuando.

    Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Creo que das en el clavo. Aun siendo un autor neoclásico tan posicionado en contra de la modernidad, Swift era un vanguardista de gran talento e imaginación.

      Este 'Cuento de una barrica' es anterior a la novela inglesa, y de hecho ni siquiera he querido etiquetar esta reseña como 'novela' en mi propio blog. Por simplificar, yo la definiría en una palabra como ''sátira''. También lo es el Gulliver, aunque es más fácil para nosotros leerlo a modo de novela que el ''Cuento...'', que se acerca más al ensayo-ficción. Con el narrador loco lo que hace es ponerse en la piel de todo lo que él más detestaba, para mostrar lo ridículo de sus palabras, pero a veces cambia el narrador y aparece el propio Swift, por ejemplo en el relato enmarcado de los tres hermanos.

      Me alegra lo que dices respecto a esta serie de entradas. Tengo mis dudas de que pueda interesar a cualquiera que caiga por aquí tanta reseña de libro añejo, pero realmente me motiva el plan, y sobre todo el seguirlo cronológicamente: para mí también es una forma de ordenar mi plan de lecturas.

      Un saludo.

      Eliminar
  3. Sé del afán burlesco de Swift gracias a una edición ampliada con introducción, prólogo y notas del Gulliver en el Círculo de Lectores y editado con su serial sobre narrtaiva inglesa por José María Valverde. Cuanto hemos perdido los que nos hicimos amigos de la lectura a través del Círculo.
    Era un escritor memorable como demuestra en su obra maestra pero además era muy cercano a una corrinte realista que se asentó con su obra, la de Daniel Defoe, Henry Fielding y ese alucinante Laurence Sterne que es padre de toda la vanguardia literaria posterior con ese increible, escribo el título completo, Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy.
    La novela moderna nació allí.

    Saludos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Cuánto hemos perdido, sí... Cuando era chaval, en mi familia éramos socios del Círculo de lectores, y cada mes le tocaba escoger libro a uno.

      Esos escritores que nombras, a los que podemos incluir a Richardson y a Smollett, son los padres de la novela inglesa, sí señor: unos de modo más consciente y otros menos, y con todas las diferencias entre ellos que hacen tan fascinantes aquellos años.

      Aún sin llegar al nivel de experimentación de Sterne, del que le separan tantos años, ese genial afán burlesco de Swift en el 'Cuento de una barrica' se entiende en una época que ha sido comparada justamente con nuestros tiempos actuales de la revolución digital: internet, redes sociales, desinformación, conspiración... Como sabes, Swift vivió una época en la que las imprentas no dejaban de producir publicaciones de todo tipo, habiendo un exceso de adanismo intelectual. Swift veía en todo ello una involución cultural, por lo que fue desarrollando una postura reaccionaria contra el progreso, que también empaparía el Gulliver.

      Saludos.

      Eliminar