A través de las cartas y sus distintas voces narrativas, cuya ‘cadena une a los distintos personajes’ formando una novela, Montesquieu expresa libremente opiniones acerca de las costumbres, la moral, la religión, la política y la filosofía, que de otra forma habrían sido peligrosas de pronunciar. Tanto el meditativo Usbek como el joven Rica aparecen como extranjeros curiosos que observan Occidente con la distancia de dos persas formados en su propia cultura. La evolución de ambos parte de una fuerte atracción por la novedad y la liberalidad de Francia, conjugada con el señalamiento de todo aquello que les resulta chocante, hasta el desencanto de las cartas finales, de tono más serio. A su vez, el viaje está enmarcado en la relación que mantiene Usbek con sus raíces: su serrallo particular y sus mujeres como microcosmos social, una realidad que resultará ser igual de falsa y desilusionante que el París de la frivolidad y las apariencias, el de la bancarrota económica y la pobreza moral.
El juego del relativismo cultural, de la comparación entre costumbres y creencias, donde ninguna nación sale bien parada, ofrece una oportunidad al escritor para, desde la sátira, llevar al lector a la autocrítica. Al ponernos en el lugar del persa que, aun viniendo de un despotismo oriental, religioso y arbitrario (igualmente criticado en la obra), puede señalar las contradicciones y bases irracionales de Occidente, la visión crítica sobrevuela hacia un moderado escepticismo. La voz de Montesquieu se cuela entre los pensamientos de Usbek y Rica, por encima de la ironía, apuntando hacia el despotismo y la intolerancia como causa de la mayor parte de problemas de las sociedades.
Me parece, Usbek, que juzgamos todas las cosas subjetivamente. No me extraña nada que los negros pinten al diablo con una blancura deslumbrante y a sus dioses negros como el carbón (…) Mi querido Usbek, cuando veo hombres que, arrastrándose sobre un átomo – es decir, la Tierra, que no es más que un punto en el universo - se proponen directamente como modelos de la Providencia, no sé cómo conciliar tal delirio con tanta pequeñez.
Uy sí, esta obra me tocó leerla por obligación, no por devoción jaja con este libro, se inauguró un tipo de novela filosófica en el XVIII, inspirado como comentas, por las fascinación que despertaban las culturas exóticas, en España por ejemplo aparecieron Cartas Marruecas de Cadalso. Además supuso un referente para los orígenes de la sociología, un ejemplo de crítica social y política del final del reinado de Luis XIV, muy propio de una Ilustración que cuestionaba las bases del Antiguo Régimen. Usa como técnica estilística el denominado “el coeficiente de extrañeza” por el que un extranjero, en este caso el persa Usbek se va a sombrando de todo lo que observa al llegar a Francia, comparándolo con su culura, por ejemplo de los privilegios de los que disfrutaba el clero o la nobleza, las supersticiones religiosas o las enormes desigualdades sociales, pero no hace un llamamiento a hacer tabla rasa de todo lo existente, al contrario, Montesquieu apuesta por la prudencia, las reformas deberán tener en cuenta las características de las sociedades a las que van destinadas, es más, si deja claro que es enemigo del despotismo de occidente, igualmente critica el de oriente, por ejemplo, al considerar que no puede ser una ley natural el sometimiento de la mujer al hombre como sucede en oriental, mucho mejor la influencia que la mujer tiene en la política y diplomacia francés, aunque como dies tb critica su frivolidad. Ferviente defensor de la república frente a la monarquía por la división de los tres poderes de la primera. Considera que el espíritu de las leyes no emanan de un poder supremo, si no que deben adecuarse a las necesidades de la sociedad para la que se dictan. Habla por primera vez del llamado derecho público “hoy derecho internacional” basado en el sistema de alianzas justas, sobre la base no de en un derecho civil particular, si no en un derecho civil universal. Una de las cosas que recuerdo me llamó la atención es el gran conocimiento que Montesquie tenía de la Europa de su época, no exenta de tópicos y prejuicios, por ejemplo consideraba el carácter de los españoles como una mezcla de gravedad, orgullo y pereza ( menos mal que no hizo referencia a la tortilla de patata, la paella y el flamenco ; ) creo que Las Cartas persas no son el Montesquieu definitivo, que no es otro que el autor de El espíritu de las leyes, donde no mantiene todas las opiniones de su obra anterior y matiza otras. Pero son un destacado ejemplo del pensamiento de lo que él llamaba un “hombre de espíritu” que por cierto según él, resultaban siempre muy incómodos y por eso disfrutaba de pocos amigos ; ) Me ha gustado mucho tu visión, asombrosa tu capacidad de síntesis, tengo que aprender mucho de ti ; )
ResponderEliminarUn abrazo, buenas noches y mil gracias!
No he leído 'El espíritu de las leyes' y no creo que me de por leerlo (aunque nunca diré ''de este agua no beberé''). Porque aparte de las Cartas persas, me basta el ensayo de Starobinski titulado simplemente 'Montesquieu' (Fondo de Cultura Económica), que incluye, por una parte, un ensayo sobre el pensamiento del francés, y por la otra una serie de fragmentos seleccionados de su obra, incluyendo las más representativas de El espíritu de las leyes. Es cómodo, manejable y muy recomendable para quien le interese este autor.
EliminarEse prejuicio de Montesquieu contra los españoles, que aparece en las Cartas persas, formaba parte de cierta hispanofobia de la época. Cadalso defendió el orgullo nacional frente a Montesquieu. Y eso que el ''pique'' entre franceses y españoles aún tenía que vivir una experiencia más traumática con la Guerra de independencia de principios del siglo siguiente.
Saludos.
Creo que, con demasiada frecuencia, hago algo que no debiera, —y no soy el único—: calibrar a las personas de otra cultura, nación, tribu o lo que sea, usando los parámetros de mi propia cultura. Los occidentales no podemos evitar creer que nuestro modo de vida es el ideal, y que el resto del mundo debiera imitarlo. Nos cuesta demasiado ponernos en el lugar de otros e intentar ver el mundo con sus ojos.
ResponderEliminarYo no veo nada intrínsecamente mejor en que una mujer lleve el rostro descubierto a que lo lleve cubierto. En cualquier caso, es una cuestión que le atañe sólo a ella, incluso si lo hace por presión social. Yo hago todos los días cosas por presión social y ningún individuo de otra cultura viene a explicarme lo que debo o no debo hacer.
Quiero decir que estoy del lado de los persas. De los persas y de Montesquieu.
Gracias y saludos.
Es un tema complejo el del etnocentrismo. Por supuesto, en líneas generales estoy contigo: tendemos a valorar las prácticas culturales ajenas desde nuestros propios valores, y esto es causa de intolerancia. Si a este hecho antropológico le sumamos las pasiones del sentimiento tribal, tenemos nacionalismos, odios, fanatismos y guerras. Frente a este panorama, nada mejor que el cosmopolitismo ilustrado. Montesquieu pone aquí su granito de arena, en los albores de aquella idea que tanto bien hizo, al criticar tanto a ciertas costumbres occidentales como a las orientales. Chapó por el francés.
EliminarPero aún asumiendo una postura plural y cosmopolita, la complejidad del problema no desaparece, sobre todo si pretendemos convenir unos mínimos morales de validez universal (por ejemplo, los Derechos Humanos). Será entonces inevitable ser intolerantes con aquellas culturas incompatibles con esos mínimos: culturas que podrán acusarnos de etnocentrismo al no aceptar sus códigos morales. Obviamente, una postura radicalmente tolerante y relativista nos llevaría a un callejón sin salida. ¿Acaso no prohibiría cualquiera, si pudiera, la ablación en aquellos lugares donde aún se practica?
La cultura es un hecho amplio, pero ninguna práctica cultural puede defenderse solo apelando a la tradición: la lapidación también es una tradición muy antigua, y maldita sea su gracia. La cultura no debe sacralizarse: todas, sean nuestras o sean ajenas, deben ser susceptibles de crítica y revisión. El cómo hacerlo es otra cosa, pues muchas veces hay formas de crítica bienintencionadas pero contraproducentes, que llevan a la defensa de la identidad cultural como reacción frente a las intrusiones foráneas. Ahí tenemos el ejemplo del hijab y su uso asentado y respetable en muchas culturas islámicas, así como también su rechazo, la legislación que obliga a llevarlo en países como Irán o las mujeres que son encarceladas por luchar contra dicha obligación. Respecto a este último caso, existen hoy tanto activistas árabes que abrazan ideas occidentales como activistas que las rechazan precisamente por provenir de Occidente y minar, en su opinión, la tradición islámica.
Cada caso es distinto: hay gente lo suficientemente ciega como para reírse de las culturas ajenas sin poder ver los posibles lastres de la propia (como puede ser el uso del velo que comentas, allí donde su uso es voluntario y no quita calidad de vida). Pero también está la tolerancia mal entendida, en cuanto a dejar hacer sin inmiscuirse mientras los problemas no nos atañen a nosotros. Aún recuerdo a quien, tras los atentados contra la revista Charlie Hebdo en París, se permitió ser tan ecuánime como para criticar por igual a los terroristas y a los dibujantes que representaron a Mahoma, como si ambos fuesen culpables al mismo nivel.
Gracias a ti. Un saludo.
Cierto. Es muy difícil encontrar el equilibrio entre el relativismo cultural radical (todas las culturas tienen sus valores y todas son respetables) y la adhesión a la creencia de que existen valores universales.
EliminarRealmente soy incapaz de alinearme con ninguno de los dos bandos. La declaración universal de los Derechos Humanos es un constructo conceptual nacido en el occidente cristiano, y pongo en duda su universalidad, aunque por otra parte, me repugnan las tradiciones y costumbres de determinadas culturas.
Un dilema difícil de digerir, o dicho claramente, un problema jodido.
Saludos.
Sin pretender solucionar el problema de manera simplista, porque siempre nos encontraremos pequeños dilemas cotidianos en los contextos multiculturales, yo rechazo las implicaciones del puro relativismo y, por supuesto, tampoco creo en la existencia de valores absolutos al modo platónico. Pero no considero necesario ser un creyente en los valores universales para defender la conveniencia de un acuerdo acerca del mejor marco moral, así como de una serie de valores para la convivencia, que a fin de cuentas es la tarea de la ética.
EliminarUna cosa es aceptar el relativismo cultural (premisa para cualquier antropólogo) y otra abrazar el verdadero relativismo moral. Incluso desde el genuino ateísmo, que implica descreer de cualquier sistema dogmático de valores, podemos rechazar el relativismo moral como doctrina normativa.
Por ejemplo, si hablamos de los Derechos Humanos, podemos discutir la pertinencia o no de alguno de ellos, o bien su reformulación o su aceptación, pero en cualquier caso no podemos confundir el plano descriptivo del normativo. De manera descriptiva, los Derechos Humanos no apelan a la realidad, son evidentemente un constructo, una mera convención. Su objetivo es normativo, de cara a servir de guía para los sistemas legales de los estados que los reconozcan.
Ya se parta de un enfoque ético u otro, ya se tengan unas creencias u otras, el campo de juego de la ética es el normativo. Podemos intentar entender las distintas culturas y sociedades, pues dicho conocimiento nos enriquece siempre, pero esa comprensión no implica que las aceptemos por igual. También podemos ver qué funciona y qué no, y comparar sistemas morales y de Derecho. Nuestro principio de la libertad de expresión implica, entre otras cosas, el respeto a la persona que emite opiniones: no podemos confundir este respeto con el respeto a las propias opiniones.
Saludos y de nuevo gracias por comentar. Perdona por el rollo, pero has traído un tema que me interesa bastante.
Yo la leí también por obligación escolar, lo cual no ayuda a encariñarse con el texto. Me parece un recurso muy hábil utilizar la perspectiva de un extranjero para criticar la sociedad en la que vives, y el relativismo cultural que se crea. Pero por otro lado a mí siempre se me han atragantado las novelas epistolares, me parecen demasiado artificiosas.
ResponderEliminarEs verdad que las lecturas obligatorias escolares no suelen funcionar para transmitir pasión por esos libros, aunque siempre hay excepciones.
EliminarRecuerdo que me has comentado en alguna otra ocasión tu problema con las novelas epistolares, que puedo entender. Igual los raros somos los que disfrutamos con ese tipo de novelas, aunque nuevamente depende de cuál sea, claro.
Saludos.
Este libro tiene mucho que ver con el Cándido de Voltaire, para mi un libro de cabecera, y es sintómático de aquel movimiento en la Ilustración que pretendía identificar una mirada extranjera, una hipotética mirada extranjera, sobre la realidad europea para lograr una visión en conjunto. De paso era una reafirmación de los valores occidentales modernos, es decir los de la propia Ilustracción francesa, frente a visiones antiguas y desfasadas con el sano interés de remediarlo y valorar lo propio. De alguna manera hasta Robinson Crusoe participa de esa visión.
ResponderEliminarSaludos
Es verdad que el relativismo cultural es uno de los frutos del pensamiento europeo, y la literatura de viajes, tan de moda por entonces, sin duda contribuyó en ello (aunque en realidad venía de lejos, y recordemos la obra de Marco Polo o la Embajada a Tamerlán de Ruy González de Clavijo).
EliminarY ya que lo mencionas de nuevo, siempre me gustó esa obra, pero cada vez veo más clara la importancia de Robinson Crusoe más allá del terreno estrictamente literario. Entre otras cosas, Defoe contribuyó a difundir la filosofía de John Locke de un modo más universal que los ensayos de éste, pero no solo eso, pues la influencia de esa novela llegó a pensadores de todo tipo, incluyendo a Karl Marx, que la tomó como una de sus referencias personales. Es una pena que, a la hora de tratar la Historia de las ideas, se suela prestar solo atención al ensayo y despreciar o ignorar la novelística, que como mínimo es interesante a modo de reflejo de las ideas de su contexto histórico.
Saludos.