Las fuertes nevadas han complicado nuestra travesía por los desolados páramos; estamos exhaustos y calados hasta los huesos. No quiero inquietarles, pero además sospecho que somos seguidos de cerca por un grupo de bandidos. En tales circunstancias, convendrán conmigo en que ese castillo en lontananza, recortado por los jirones de la noche, puede ser un refugio seguro. Así que aquí estamos otra vez, en esta pequeña serie de entradas donde repasamos algunos de los clásicos del primer gótico.
Como un antojo del destino, Ann Radcliffe nació en 1764, el año en que Horace Walpole publicó ‘El castillo de Otranto’. Durante su infancia y juventud surgieron obras en la estela gótica, pero el género tuvo que esperarle a ella para terminar de formarse, y no es casualidad que la época en la que estalló de verdad la moda en Europa coincidiese con sus años creativos. Hay una elocuente modestia que nos habla de precaución ante la recepción de sus escritos. Al comienzo de ‘El italiano’, hará pasar el resto de la narración por el texto de un supuesto estudiante, del que dice: 'Veréis, por ese trabajo, que el estudiante no estaba muy avezado en las artes de la composición'. Lo cierto es que la literatura de horror tiene una importante deuda con Radcliffe en el apartado estético. Aquí dejaré que hablé Lovecraft, que en su ensayo 'El horror en la literatura' (1925) anotó:
'Unos cuantos detalles siniestros, como un rastro de sangre en las escaleras del castillo, un gemido procedente de algún sótano lejano, un cántico preternatural en un bosque nocturno, pueden despertar, en esta escritora, las más poderosas imágenes de inminente horror, superando con mucho las penosas y extravagantes elaboraciones de la gran mayoría de los cultivadores del género'.
A diferencia de otros autores, Radcliffe nunca apostó por lo sobrenatural: las existencias fantasmales se encuentran solo en la imaginación de sus heroínas, a las que el miedo lleva a abandonar temporalmente la racionalidad, antes de desvelar el misterio. Pero son los peligros reales, no fantasmagóricos, los que de verdad se agrandan en la imaginación del lector, solo para ver que finalmente los personajes se salvan sin sufrir daño. Y han de saber que el crimen preferido de Radcliffe (junto a la amenaza velada de atentar contra el pudor), es el asesinato a sangre fría: todas sus heroínas, llegado a un punto, sufren planes de asesinato, aunque para ello el relato se resienta, cayendo en lo inverosímil. La novelista se afana en crear situaciones propicias, pasajes de inquietud que terminan con un suspiro de tranquilidad. Al final, todo queda en un susto. ¿No consistía en esto el disfrute del terror gótico? Esta es, al menos, la propuesta radcliffiana, alejada de las vertientes más truculentas del género contra las que la autora, muy puritana, se enfrentó abiertamente.
Además de las publicaciones que imitaron a Walpole, una influencia que veo claramente en Radcliffe es la de Samuel Richardson, cuyas citas encabezan ciertos capítulos. Ya escribí una reseña en este blog sobre ‘Pamela’, novela epistolar de mediados de siglo. Richardson, también muy puritano, mantenía a su protagonista bajo la amenaza permanente de su entorno, y aunque aún estaba lejos de trabajar la sensación de terror, aportó ciertos pasajes inquietantes que me llevan a verle como uno de los eslabones entre la literatura de su tiempo y el romance radcliffiano. Aparte, entre ambas épocas medió la teoría de Edmund Burke sobre lo sublime, y ese primer romanticismo arraiga en esta dama con su escenografía de estilo pictórico, cargando las tintas en los edificios y paisajes.
Ya que hablamos de paisajes, decir que nuestra escritora elegía zonas mediterráneas, con una fijación especial por Italia: debió sentir un fuerte interés por este país, en el que sitúa sus coloridas descripciones naturales. Por lo demás, Radcliffe se hace eco de la leyenda negra contra el mundo católico, imaginando que todas las perversiones habidas y por haber se daban entre España, Francia e Italia; no oculta, empero, su fascinación por esta zona del mundo, y esa ambivalencia define sus ficciones.
En cuanto a los personajes, con la excepción de algunos villanos, las creaciones radcliffianas son simples arquetipos, y las heroínas de cada novela, así como el resto de roles, se copian en exceso. Creo que esto último puede perdonarse, e incluso contribuye a la especificidad de ese mundo propio; donde a mis ojos llega a perjudicar la previsibilidad es en la resolución de algunas tramas, una vez superado el clímax de la novela. Tema aparte son las ambientaciones, con algunos errores tanto geográficos como históricos, y basten de ejemplo los extraños inquisidores de ‘El italiano’, vestidos con turbantes a la moda oriental, o la cuestionable ambientación histórica de 'El castillo de Udolfo'. Recomiendo obviar este tipo de patinazos, que no deberían estropear la atmósfera tan conseguida. Porque, no lo olvidemos, lo más destacable en Radcliffe es su talento indiscutible para la creación de atmósferas.
Dejaremos ahora los aspectos generales para comentar por encima, sin que esto se alargue mucho, las tres novelas que he leído en orden cronológico de publicación. Cabe decir que, por desgracia, no es fácil encontrar ediciones actuales de Radcliffe en castellano, y las que se publicaron en su día se encuentran descatalogadas, con alguna salvedad.
‘El romance del bosque’ (1791) es seguramente la más fácil de adquirir hoy, pues ha sido la pieza elegida por la editorial Cátedra. A pesar de ser una de las primeras novelas de Radcliffe, tiene todos los ingredientes que hicieron célebre a la escritora, quizá sin alcanzar las cotas de posteriores trabajos, pero también sin caer en algunos de sus defectos, y solo por eso ya merece ser recomendada. La historia comienza abruptamente, con la heroína puesta a cargo de unos viajeros a los que no conoce. Estos viajeros son un matrimonio que escapa de París perseguido por sus acreedores, y en su posterior viaje con la joven recalan en una vieja abadía abandonada, que les servirá de escondite y de principal espacio de la acción. La abadía, oculta en medio de un espeso bosque, encierra oscuros misterios, pero el principal peligro llegará de la mano de su verdadero dueño, un aristócrata relacionado con el deudor huido de París, que se encaprichará de Adeline (así se llama la heroína) y pretenderá secuestrarla. Como en toda novela de Radcliffe, la protagonista se cruzará con un galán y la trama será aguijoneada por la persecución del villano.
La más famosa de las obras de Radcliffe, que fue también la primera que leí, alberga para mí lo mejor y lo peor de esta escritora, pero sus defectos no pueden pasarse por alto, así que comenzaré por quitarme de encima el principal de ellos: a ‘Los misterios de Udolfo’ (1794) le pesa una estructura mal planificada y un final estirado más de lo debido; en pocas palabras, le sobran varios cientos de páginas. En su defensa debo decir que la introducción, a pesar de su desproporción, funciona a modo de inmersión romántica en la vida de la heroína y posterior contraste con la trama gótica.
La protagonista es Emily, una joven francesa educada con esmero por su devoto padre. Como la joven queda huérfana siendo menor de edad, pasa al tutelaje de su tía, Madame Cheron, una señora con serrín por cerebro, con la que no congenia. La tía se casará con el signore Montoni, el villano del drama, que ejercerá sobre su esposa y Emily un control absoluto, llevándolas con él a diversos lugares de Italia, para terminar por encerrarlas en el castillo de Udolfo, oculto en las montañas. Toda esta parte en la que interviene Montoni, en el ecuador de la novela, donde nuestra heroína es trasladada gradualmente a un destino cada vez más oscuro y enriscado, contiene mis páginas preferidas de toda la obra radcliffiana, al menos de la que conozco. El tétrico castillo, convertido en un personaje en sí mismo, es descrito como un auténtico fortín militar - 'hablaba de las tragedias de la guerra' -, lleno de soldados y bandidos, que propicia las escenas más logradas. Entre enigmas fantasmales, asedios y clima de violencia, Emily pasa su tiempo esquivando los peligros, tanto los reales como los imaginarios. Conteniendo estos excelentes tramos, no me extraña en absoluto que en el pasado fuese la novela más exitosa de la autora, a pesar de que la obra en su conjunto muestre las irregularidades comentadas.
Nos las vemos, por último, con ‘El italiano’ (1797), que para la crítica actual es la mejor novela de Radcliffe, lo cual es comprensible dado su ritmo ágil y su estructura más unitaria. Al igual que en el Udolfo, tenemos a una protagonista que se convertirá en víctima de la fatalidad: Elena di Rosalba; aunque, a diferencia de Emily, aquí la autora no se molesta en moldear tanto a su heroína, que además compartirá protagonismo con su amante Vivaldi.
Pero si la pareja de héroes de 'El italiano' resulta algo plana, no ocurre así con los antagonistas. No hay villanos absolutos en Radcliffe, sino tan solo personajes dominados por las pasiones, y esto puede aplicarse por igual en las tres obras comentadas. La madre de Vivaldi es el perfecto ejemplo de desmesura, ya que su ambición le ciega hasta tal punto que desencadenará una serie de tragedias de las que posteriormente se arrepentirá. Este personaje ocupa el rol femenino que ocupaba Madame Cheron en el Udolfo o Madame de la Motte en 'El romance del bosque': mujeres de mediana edad que se convierten en cómplices del villano principal a causa de sus ambiciones.
Por mucho que nos hayamos centrado en los aspectos estéticos propios del género y en los distintos caracteres, no podemos dar por terminada la exposición sin decir algo más sobre la base moral de sus tramas, pues toda historia encierra ideas en su seno. Radcliffe defiende el racionalismo frente a la superstición, y una visión idealizada de la vida campestre frente a la corrupción de la ciudad, pero no se separa de una postura conservadora en el plano social, en la medida en que la resolución de sus romances se cifra en la estabilidad del orden vigente. Tanto en 'El romance del bosque' como en 'El italiano', las heroínas proceden, en apariencia, de orígenes humildes, y la resolución solo logra cerrarse cuando se demuestra su ascendencia noble. En el Udolfo, asimismo, el romance entre Emily y Valancourt solo se convierte en aceptable en el momento en que los jóvenes reciben la bendición de ambos progenitores de la joven.
Hasta aquí hemos llegado. La producción de nuestra autora se extendió como la pólvora, muchas veces considerada despectivamente y sirviendo de ejemplo de baja literatura. Adjudicada a las damas, leída más de tapadillo por los caballeros, atravesó fronteras e influyó en la cultura popular decimonónica. Algunos de sus admiradores no tuvieron reparos en admitir su deuda, y décadas después, en la lejana Rusia, los hermanos Dostoievski, que sufrieron las arbitrariedades de un padre tiránico, recordarán sin embargo las novelas góticas de Radcliffe como un refugio en su infancia.
¡Pero qué tarde es! Ya hemos abusado de la hospitalidad de la reina del gótico y nuestra anfitriona está cansada; fuera el aire es apacible, la tormenta de nieve ha amainado, así que lo mejor será que abandonemos el castillo. Les propongo un pasadizo que nos trasladará a la rectoría de Stevenson, en el condado de Hampshire, unos pocos años adelante. No sé ustedes, pero yo desearía que Cassandra haya salido a dar un paseo para poder visitar tranquilamente a la señorita Jane, y así de paso nos explica cómo es posible que todavía no hayan publicado su novela. Me gustaría decirle que dentro de unos años podrá ver al fin un libro suyo en los estantes de los comercios. Pero es ‘La abadía de Northanger’ (1817) la que comentaremos aquí, esa novela que aún tardará más en ser publicada. Y es que hay editores con menos visión que el primer amo de Lázaro de Tormes.
Jane Austen no solo demuestra ser una buena lectora de Radcliffe, sino poseer un talento muy particular, mostrando su presencia en el texto e inteligentes observaciones en el plano meta-narrativo, que sitúan su trabajo en una modernidad reñida con el romanticismo dieciochesco de su tiempo. Su Catherine Morland es una quijote de la novela gótica, y en particular de la autora comentada. Por ironizar, Austen llega hasta a reírse de los prejuicios de Radcliffe con respecto al mundo mediterráneo, y supera sus ideas en el orden social. Podría hablarse en cierta forma de parodia, pero creo que eso no haría justicia a esta novela, que demuestra sincero respeto por Ann Radcliffe: 'La abadía de Northanger' puede verse tanto como parodia del gótico como una novela gótica en sí misma.
‘Si, novelas, pues no voy a adoptar esa poco generosa y poco política costumbre, tan común en los que escriben novelas, de denigrar con su despectiva censura las mismas manifestaciones cuyo número están ellos mismos incrementando (...) no permitiendo casi nunca que las lea su propia heroína, la cual, si por casualidad coge una en sus manos, siempre hojeará sus insípidas páginas con desprecio. Porque, ¡ay!, si la heroína de una novela no es defendida por la de otra, ¿de quién se puede esperar protección y consideración? ¿Cómo no vamos a sublevarnos contra esto?’
‘La abadía de Northanger’ utiliza la propuesta cervantina en la medida en que contrapone el idealismo con el realismo: Catherine es una joven fascinada con ‘Los misterios de Udolfo’, hasta el punto de pretender ver en todo lo que le rodea motivos similares a los de la afamada novela gótica. La autora la retrata con una exagerada ingenuidad, que pronto la convertirá en víctima de una amiga interesada en Bath, espacio donde transcurre la mitad de la narración costumbrista.
Por una serie de azares, la ‘heroína’ – Austen ironiza con términos novelescos al uso – es invitada a la abadía de Northanger por la familia del joven por el que se siente atraída. ¡Una abadía! No cabría esperar mejor lugar para que las fantasías de Catherine vuelen solas. Al final llegará el desengaño, al darse cuenta de que, de tanto ver fantasmas donde no los había, había dejado de verlos donde sí los había, esto es, en la hipocresía del mundo real. A veces los molinos resultan peores que los gigantes.
Y con esta última visita zanjamos, ahora sí, la jornada, porque estarán ustedes cansados de leer y, si nos quedamos a pernoctar, el señor reverendo va a pensar que a su hija le llueven los pretendientes. No sería decoroso causarle esa molestia a nuestra amiga. Y ahora, puestos a pedir, me gustaría viajar más aún al futuro para saber si Radcliffe leyó la novela de Austen, cuando al fin se publicó, y qué pudo opinar. ¿No sienten curiosidad?
'Al analizar su situación se sintió profundamente conmovida, como ante un nuevo cuadro de terror. Se vio en un castillo habitado por el vicio y la violencia, más allá del alcance de la ley y la justicia, y en poder de un hombre cuya perseverancia no tenía igual, y en el que las pasiones, de las que la venganza no era la más débil, suplantaban el lugar de los principios'. (Ann Radcliffe, Los misterios de Udolfo)
'Quien no sea capaz de disfrutar de una buena novela, sea dama o caballero, ha de ser un majadero intolerable. He leído todas las obras de la Radcliffe, y muchas de ellas con sumo placer. Tan pronto empecé a leer Los misterios de Udolpho no pude dejarlo; recuerdo haberlo terminado en dos días… y siempre con los pelos de punta'. (Jane Austen, La abadía de Northanger)
Hace años le pedí a una amiga que me dejara algún libro de Lovecraft. Junto a los Mitos de Cthulhu me trajo El italiano de Radcliffe, diciendo que era una precursora del género. Leí primero a Lovecraft y después el Italiano, y la distancia me pareció abismal entre los dos. A Radcliffe hay que leerla en su contexto, pero que una historia de terror no te asuste no ayuda mucho, la verdad. Pero como apuntas en la cita de Lovecraft, sabía crear ambientes solo con pinceladas. Como buena puritana, sus terrores estaban conformados por esos latinos de pasiones incontenibles. Seguramente hubiera gustado de esos seres depravados si hubiera tenido ocasión.
ResponderEliminarDiría que son autores muy distintos, por mucho que ambos pertenezcan a la literatura de horror. Radcliffe es gótico clásico, y es cosa de gustos que su estilo enganche más o menos. Yo de Lovecraft, por cierto, dejando el ensayo aparte, he leído poquísimo y hace la tira de años; algún día lo agarraré.
EliminarY tu hipótesis psicológica sobre Radcliffe probablemente no vaya desencaminada, dada su atracción-repulsión por ese exotismo mediterráneo.
Saludos.
No conozco mucho a Anne Radcliffe, pero tu exposición me ha parecido muy interesante e ilustrativa.
ResponderEliminarAl hablar de las heroínas de Ann Radcliffe he pensado en una novela de una autora posterior que recreó el género, actualizándolo con toques de modernidad, y en la que también el terror se utiliza como recurso para exponer la violencia del hombre contra la mujer. Me refiero a Un susurro en la oscuridad, de Louise May Alcott, sí, la autora de Mujercitas.
Y claro que me gustaría saber qué pudo opinar A. R. de J.A. Siempre me resulta muy interesante la opinión que tienen los autores unos de otros.
Un saludo, y espero que no tarde mucho la próxima entrega de la serie.
Gracias, Ángeles, y me apunto esa novela de L.M. Alcott, que tal y como la describes pinta realmente bien: uno de esos casos en los que uno está bastante seguro de antemano de que la lectura va a gustar.
EliminarMe temo que nos quedaremos sin la opinión de Radcliffe sobre Austen. Lo he dejado como pregunta abierta y puede sonar a broma, pero realmente he intentado indagar… El caso es que la primera, a pesar de ser once años mayor, sobrevivió a la segunda, y es bastante probable que leyera ‘La abadía de Northanger’.
En cuanto a la siguiente entrada, igual en un par de días…
Saludos.
Esa vinculación del exotismo con el mundo mediterráneo, caso de Radcliffe o en alguna medida del polaco Jan Potocki entre otros, nos habla del desconocimiento que había del mundo europeo por parte de sus propios escritores. En realidad se adivina unas ganas de huida de la propia realidad hacia un irracionalismo consolador a veces con un camino sin vuelta y otras como en el caso de la autora con un desvelamiento del misterio reducido a cuestiones tangibles. Castillos, monjes, mundos irreales que alcanzan su verdadera dimensión tangible. Jane Austen es otra cosa y su posición es semejante a la de Cervantes ante las novelas de caballería.
ResponderEliminarSaludos
Coincido plenamente con tu comentario, que has expresado muy bien. El exotismo en general puede nacer de un desconocimiento acerca del ‘otro’, y abundan ejemplos en miradas cruzadas entre distintas culturas. Para mí, siempre que no se confunda la realidad con la ficción, y desde la responsabilidad que hace compatible el conocimiento con el vuelo libre de la imaginación, esas miradas hacia lo exótico tienen interés en sí mismas.
EliminarPor salir de lo latino, pienso por ejemplo en ese imaginario de Las mil y una noches , y me refiero al que reimaginaron los franceses al importar los cuentos originales de Turquía, Egipto, la Ruta de la Seda... Por un lado está el acercamiento más historiográfico de las fuentes originales y por el otro el de la recreación exótica posterior.
Saludos.
Soy lector reciente (el año pasado) de "El Romance del Bosque" de la Radcliffe y, ya veterano de la archiconocida "Emma" de Jane Austen. La primera me gustó mucho, he de confesarlo, también la segunda. Tomo nota del resto de obras que mencionas tanto de una como otra autora.
ResponderEliminarA propósito de lo que comentas sobre Radcliffe, haciéndose eco de la leyenda negra contra el mundo católico, he encontrado una reciente referencia en la lectura de "El pozo y el péndulo" de `Poe. Un protagonista extranjero encarcelado en Toledo y condenado a la muerte más ominosa por La Inquisición (¡cómo no!). Lo más curioso es que al final lo salva un general francés de los Cien Mil de San Luis.
Saludos,
Bienvenido, Javier.
EliminarMe alegro de encontrar a alguien al que también le gusta Radcliffe. Y, por cierto, aunque leyese sus otras novelas hace ya unos cuantos años, yo también me sumergí por primera vez en ‘El romance el bosque’ el año pasado, en verano.
‘El pozo y el péndulo’ es un perfecto ejemplo de la influencia de la leyenda negra, que como dices hizo tanto hincapié en la Inquisición. Y es un cuento intenso, realmente bueno.
Saludos.