miércoles, 17 de noviembre de 2021

El perro y el dragón (III)

  

De ser esto un cuento, algún narrador tendría la tentación de pintar a Guillermo de Champeaux como el maestro cascarrabias o el dogmático gruñón, una némesis para definir mejor al alumno perseguido. ¿Y por qué no? Los arquetipos funcionan bien en los dramas porque universalizan caracteres que podemos entender, aunque no siempre hacen justicia a la complejidad de las personas reales. No negaremos que Guillermo movilizó recursos contra Abelardo, pero creo que su actitud se basó más en la defensa de su prestigio que en la mera envidia. Las fuentes nos sugieren su honestidad personal: rechazó varias veces un obispado y rectificó su doctrina cuando la consideró equivocada. Parece que su carácter era pacífico, poco dado a la pelea sin cuartel. El ‘Doctor columna doctorum’ podría haber terminado sus días como maestro en la prestigiosa escuela catedralicia de París, que encabezó durante años, si no se hubiese topado con ese alumno excepcional al que solo sacaba diez años, esa piedra en el zapato.

No he comenzado mencionando los arquetipos sin una segunda intención. La materia de la que se ocupaba en aquel entonces Guillermo de Champeaux era el espinoso problema de los universales, uno de los asuntos más discutidos en el Medievo. El problema había nacido a través de un brevísimo comentario de Boecio al ‘Isagoge’ de Porfirio, que a su vez era una introducción a las ‘Categorías’ de Aristóteles. En aquel proemio habían planteado dos cuestiones que dejaron sin responder: ¿existen los géneros y las especies en sí mismas? Y si existen realmente, ¿son corpóreos o incorpóreos; están separados de las cosas sensibles o se encuentran en ellas? Con su amor a la filosofía griega, que tanto le ayudó en el infortunio, Boecio había pretendido conciliar a Platón y Aristóteles, pero como realmente era platónico, se decantaba por una respuesta provisional platónica: los géneros y especies, en cuanto ideas, tienen existencia independiente en el mundo inteligible. De ello nada dijo aquí, pero dejó escrito:

‘Las cuestiones concernientes a lo que Porfirio promete pasar en silencio son extraordinariamente útiles y recónditas, y aunque hombres sabios han intentado resolverlas, no han sido muchos los afortunados’.

El guante se había lanzado, y alguien tenía que recogerlo. Puede resultar difícil entender la importancia de estas cuestiones acerca de ideas, géneros y especies, desde nuestros esquemas actuales, alejados de las especulaciones escolásticas. Quizá el asunto les parezca estéril, un mero galimatías léxico, pero en el fondo se dirimía la siguiente pregunta: ¿Qué relación se da entre el pensamiento y la realidad? 

Un ejemplo práctico que me gusta personalmente es el que ofrece hoy la Paleoantropología, que recientemente nos ha aportado el descubrimiento del ‘homo bodoensis’. A diferencia del trabajo en otros campos científicos, los paleontólogos cuentan con muy pocos hallazgos físicos, a partir de los cuales elaboran la historia de la evolución humana. La taxonomía es crucial de cara a realizar su labor, y las aportaciones de esta ciencia no han dejado de asombrarnos, así como sus debates en torno a la clasificación de los restos. Quizá recuerden que hubo un tiempo no muy lejano en que se hablaba de ‘homo sapiens sapiens’ para definir nuestra especie. ¿Por qué es tan importante la diferencia entre el género ‘homo’ y sus antepasados los australopitecinos? ¿Por qué hablamos en algunos casos de homo sapiens arcaicos, o consideramos que los neandertales perviven en un pequeño grado en nuestros genes? ¿Cuál es el arquetipo perfecto del homo neanderthalensis, en que debemos fijarnos para ubicar otros hallazgos similares? Desde un estricto positivismo metodológico, el antropólogo trabaja con múltiples evidencias físicas, independientes unas de otras, pero la ciencia necesita de los conceptos universales.

Vayamos al debate en el siglo XII. Si decimos ‘Sócrates es un hombre’ y también ‘Platón es un hombre’, inferimos que tanto Sócrates como Platón son individuos particulares que comparten el hecho de ser hombres. ¿Qué implica ontológicamente este concepto? ¿es solo un concepto organizativo de nuestra mente? Si solo pertenece a nuestra mente, ¿por qué sabemos que ambos lo comparten? El más básico sentido común nos dice que ambos individuos tienen características objetivas que les hacen participar de dicho concepto. Si somos rigurosos, desde un punto de vista lógico, y convenimos que ambos comparten algo que les hacen participar de esa ‘hominidad’, esencia o naturaleza humana, entonces tenemos que admitir que de algún modo existe el concepto ‘hombre’ en la realidad. Esto era lo mínimo que aceptaban los ‘realistas’. Para el viejo Platón, conocer una cosa o un individuo particular no era auténtica ‘episteme’, porque el mundo que nos ofrecen los sentidos es cambiante y demasiado variado; solo la ascensión hacia el conocimiento de las ideas lleva a la auténtica ciencia. Si, en cambio, pensamos que el concepto está únicamente en nuestra mente y de ninguna manera en la realidad, entonces caemos en la paradoja de que nuestro conocimiento acerca de los objetos de la realidad es conocimiento sin objeto. ¿Cómo es posible que la ciencia se ocupe de los universales si en la realidad solo existiesen individuos particulares? 

No conocían la aportación aristotélica, así que el neoplatonismo imponía escuela; con mayor razón, dado que el pensamiento cristiano lo había adoptado desde los tiempos de Agustín de Hipona. Guillermo de Champeaux, al igual que la mayoría de sus colegas contemporáneos, era un realista extremo: sostenía que los universales existen trascendentalmente ante-rem – antes que los objetos particulares, que participan de ellos – y también in re – dentro de ellos -. En otras palabras, los arquetipos perfectos existen fuera de nuestra mente y están enteramente presentes, como sustancia real, en las cosas particulares. Así, retomando el ejemplo que se utilizaba, el universal ‘hombre’ está presente tanto en Sócrates como en Platón. Ambos son diferentes, pero si nuestro intelecto comprende que podemos usar ese concepto en ambos casos, debe existir una sustancia real enteramente presente en ellos y común a todos los hombres, y en esto consiste el ser hombre, llámesele ‘hominidad’ trascendental o como se quiera. ¿Enteramente presente en ellos? Pedro Abelardo vio rápidamente el error lógico de sus argumentos. 

Si el arquetipo ‘hombre’ está presente tanto en Sócrates como Platón, respondió Abelardo, una de dos: o bien lo está parcialmente o bien de modo completo. Si lo está parcialmente, ni Sócrates ni Platón son de verdad hombres; si el arquetipo está completamente en uno de ellos, no lo está en el otro; si no está ni entera ni parcialmente, la esencia no es un ente real.

Guillermo no pudo replicar a su alumno, así que desarrolló una nueva teoría para defender que el arquetipo ‘hombre’ es una res – cosa - real. Abandonando la postura inicial de la participación del universal en las cosas individuales, vino a defender la no diferencia: Sócrates y Platón no se diferencian en ser hombres, y por tanto eso los asemeja. Abelardo tumbó también este sofisma: Sócrates y Platón tampoco se diferencian en ser piedras, y haría falta estar loco para decir que cualquiera de ellos es una piedra; que ambos se parezcan en eso no dice nada de la esencia de la piedra. 


Pedro Abelardo (1079 - 1142)

El disputador había conocido también al maestro Roscelino, cuya teoría asimismo había rechazado; para este último, nominalista radical, los universales eran flatus vocis sin sentido. Abelardo concibió la respuesta como torpe y superficial, pues con los conceptos universales nos comunicamos y expresamos ideas que comprendemos. Como decíamos, aún no había llegado a Occidente la obra aristotélica que se ocupaba de este asunto, y que en el siglo siguiente tendrá en Tomás de Aquino a su mejor discípulo. En palabras de Étienne Gilson, ‘Abelardo se hallaba en ese feliz estado de ignorancia que con tanta facilidad hace que el hombre inteligente sea original’. Esa originalidad contribuyó a cimentar una postura que, si bien no zanjó el problema, tendría eco en el pensamiento medieval.

Abelardo supo ver las implicaciones altamente filosóficas del problema: ¿cuál es la esencia de la universalidad? ¿Qué son realmente los géneros y las especies? Más allá de los juegos lógicos, no podía negar que los universales tuvieran un sentido y cierto tipo de existencia en relación a la realidad; lo que negaba ante todo era que las esencias o arquetipos fueran cosas reales en sí mismas. Los neoplatónicos encontraban buenos argumentos en la geometría; ¿o acaso alguien niega el conocimiento del círculo o el cubo, a pesar de que sea imposible reproducir un círculo perfecto dibujándolo en una superficie, sin algún tipo de irregularidad?  En aquella época, todas las discusiones, fueran del terreno que fueran, miraban a la religión; ¿no estaba escrito en el Génesis que Dios creó todas las cosas según su género? ¿No se transmite el pecado original en la esencia del hombre? ¿Y qué decir de la Trinidad, que comparte la esencia divina? Para comprender el alcance de la concepción dominante en aquel tiempo, y cómo defenderla en ciertos terrenos implica riesgos, podemos desplazar la postura de Guillermo de Champeaux a un ámbito que en la época contemporánea sustituyó a la religión: la política. Sabino Arana defendió una versión del realismo extremo aplicado a Euskadi: desde el esencialismo nacionalista, existían vascos auténticos y vascos falsos; la ‘vasquitud’ se apoyaba tanto en la raza como en la ‘catolicidad’. Para los teóricos del franquismo también existía una esencia universal de lo ‘español’, una unidad de destino en lo universal.

Con la honestidad intelectual que siempre lo caracterizó, Abelardo no tuvo reparos en ser el primer crítico de sus propios argumentos. Al partir de la premisa de que las esencias no tienen entidad real, comenzó hablando de los conceptos como condiciones o ‘causas comunes de la imposición de las palabras a los individuos’, admitiendo que esto le acercaba a alguna forma de realismo, si bien no a la postura extrema que había defendido Guillermo de Champeaux. Para Abelardo, los universales nacen por iniciativa humana, son solo sermo nomen - palabras o nombres – pero no meras voces que se lleva el viento, pues son universales en tanto implican un significado. Evidentemente, no podemos negar la existencia real de las cosas físicas, pero cuando usamos un nombre común, no estamos invocando a la colección completa de nombres propios – remitiéndonos a cada una de las cosas reales - que podría aglutinar ese nombre, sino a un significado asociado que solo existe en nuestra mente; es nuestra mente la que conoce el nombre común y se lo designa a las cosas por semejanza. 


Guillermo de Ockham (1287 - 1347)

Algunos autores han considerado que, en el marco del pensamiento medieval, la postura de Abelardo podría considerarse una forma de realismo moderado, mientras que otros lo sitúan en el nominalismo. Para distinguir su postura, suele hablarse de ‘conceptualismo’, pues consideraba a los universales como realidades mentales. Sea como fuere, la discusión continuó en los siguientes siglos, teniendo en otro lógico, el franciscano Guillermo de Ockham (sí, el de la navaja) el más radical exponente de la corriente nominalista, cuya contribución acabó matando la escolástica a base de complejas disquisiciones terminológicas, pero también, y sobre todo, abriendo un puerta a la modernidad.

En la naturaleza no existen los universales, porque todo son entidades individuales y distintas entre sí. La ciencia necesita trabajar clasificando, organizando en abstracto la realidad para hacerla comprensible pero, siguiendo a Ockham, no existe la enfermedad en abstracto, sino solo la persona enferma. Cuando definimos una esencia o arquetipo ideal no estamos tratando con la realidad física, sino con el lenguaje; el lenguaje, en última instancia, puede discutirse mediante la lógica. Cuando arrancamos una rosa y la identificamos como tal, podemos nombrarla, pero no existe la rosa arquetípica, tan solo el nombre de la rosa.

'-Sin embargo – dije-, cuando leísteis las huellas en la nieve y en las ramas aún no conocíais a Brunello. En cierto modo, esas huellas nos hablaban de todos los caballos, o al menos de todos los caballos de aquella especie. ¿No deberíamos decir, entonces, que el libro de la naturaleza nos habla solo por esencias, como enseñan muchos teólogos insignes?

-No exactamente, querido Adso – respondió el maestro-, Sin duda, aquel tipo de impronta me hablaba, si quieres, del caballo como verbum mentis, y me hubiese hablado de él en cualquier sitio donde la encontrara (…) Y, de todas maneras, lo que conocía del caballo universal procedía de la huella, que era singular. Podría decir que en aquel momento estaba preso entre la singularidad de la huella y mi ignorancia, que adoptaba la forma bastante diáfana de un concepto universal...

(Umberto Eco, El nombre de la rosa.)


Pero nos hemos adelantado, volvamos ahora al siglo XII. ¿Qué fue de los protagonistas de esta entrada? Tras abandonar las lecciones de Guillermo, Abelardo se aventuró a crear su propia escuela, eligiendo primero la localidad de Melun y luego la de Corbeil; dada su fama de gran disputador, le llovieron los alumnos por doquier. Su carácter combativo le llevó a aceptar cualquier reto que le planteaban sus estudiantes, y a la vez mantener las ambiciones más altas, así que terminó por volver a París. no teniendo más remedio que establecer sus clases fuera de la ciudad, en la Montaña Santa Genoveva. Nos ahorraremos los tira y afloja que tuvieron el maestro y su antiguo discípulo; baste decir que el resultado de aquel segundo encuentro fue penoso para Guillermo de Champeaux, que perdió a la mayoría de los estudiantes. Finalmente, el que fuera maestro de la escuela catedralicia decidió abandonar la enseñanza y hacerse monje, antes de aceptar finalmente el obispado de Châlons. En cuanto a Abelardo, su escuela en Santa Genoveva fue un reclamo para jóvenes clérigos extranjeros y la primera piedra de lo que, con el tiempo, acabaría siendo el Barrio Latino de París.


'Después de la vuelta de mi maestro a la ciudad, conoces bien los choques y disputas que mis discípulos tuvieron con él y sus seguidores. Conoces también el desenlace que esta contienda tuvo para ellos y de rechazo para mí. Solo me queda repetir con calma y ufanía el verso de Ajax:

Si quaeritis hujus Fortunam pugnae, non sum superatus ab illo'.

'Si preguntas por el resultado de esta lucha, 

sábete que no fui vencido por mi enemigo'.

(Pedro Abelardo. Historia Calamitatum)

 

 'Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus.

De la rosa sólo nos queda el nombre'

(Umberto Eco)

10 comentarios:

  1. A mi lo que me parece un poquito petulante es incidir en la palabra Sapiens para describir al ser humano actual. Y no creo que Sócrates, un hombre que no parecía querer adjudicarse a sí mismo el Título de Hombre Más Inteligente de Grecia, se considerara muy Sapiens, y no digamos Sapiens x 2.

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    1. Ya sabes, Joaquín. Nosotros nos lo guisamos, clasificamos a las especies y nos nombramos a nosotros mismos, y 'el que parte y reparte...''. Respecto a la duplicidad del término 'sapiens', quizá esta entrada se quede antigua en poco tiempo, pues desde que apareció el 'homo sapiens idaltu' se estudia volver a la nomenclatura trinominal: la paleoantropología no se queda quieta.

      Al menos, no triunfó la nomenclatura de Platón, que nos distinguía como 'bípedos implumes'. Imagínate qué gracia... Aristóteles, más centrado en las divisiones naturales, se fijó en la racionalidad como elemento distintivo del animal humano, aunque aportó también un elocuente concepto para definirnos: 'zoon politikon', el animal político por naturaleza. Quizá ese término nos pondría a todos de acuerdo, aunque no estemos de acuerdo, porque como animales políticos, nunca estaremos de acuerdo en todo.

      Un saludo.

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  2. Interesantísimo, como siempre.

    Todo este debate entre el realismo y el nominalismo, lo individual y el arquetipo, la idea y el objeto, me hace pensar en la capacidad del hombre para plantearse problemas que están más allá de su capacidad para dar una respuesta definitiva. Es decir, tenemos la capacidad de plantearnos cuestiones muy elevadas, muy complejas y abstractas, pero no la capacidad de resolverlas.

    Es como si la naturaleza, o Dios, o los dioses, o quien sea, hubieran decidido fastidiar al ser humano, dejándolo llegar a las puertas del conocimiento y asomarse, pero sin permitirle abrirla del todo y entrar.
    Qué mala idea, eh? ;)

    Por otro lado, me ha parecido muy interesante la idea de Étienne Gilson, sobre la "facilidad" para ser original en medio de la ignorancia. Seguramente las ideas que surjan en un contexto así serán por fuerza originales, claro, pero a mí me parece que lo difícil es tener ideas partiendo de nada o muy poco en lo que apoyarse.

    Gracias, como siempre, por estos textos tan profundos.

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    1. Gracias a ti por tu comentario y tu reflexión, Ángeles. Ese es el quid de muchos problemas filosóficos, como el que acabas de plantear tú, dicho de paso: ¿por qué, de algún modo, estamos hechos para hacernos preguntas que no podemos responder? Muchos viejos problemas filosóficos dejaron de serlo para encontrar respuestas precisas en las ciencias particulares, aunque otros tantos se mantienen. ¿Qué valor tiene esta clase de preguntas? Me gusta la respuesta de Bertrand Russell, que decía que, entre otras cosas, esos problemas ''[i]amplían nuestra concepción de lo posible, enriquecen nuestra imaginación intelectual y disminuyen la seguridad dogmática que cierra el espíritu a la investigación[/i]''.

      Algunas respuestas también contribuyen a abrir nuevos horizontes. El debate escolástico sobre los universales, por ejemplo, no desapareció, aunque sí evolucionó para ser planteado de modo distinto, pero la respuesta de nominalistas como Ockham fue influyente para la deriva (sobre todo anglosajona) hacia el estudio de las intuiciones individuales, libre de algunas ataduras metafísicas, el cuestionamiento de Aristóteles y el estudio experimental.

      Sobre la cita de Gilson, estoy de acuerdo en que lo de ''facilidad'' debe escribirse, como has hecho tú, entre comillas. Partimos de que, como dijo un contemporáneo del propio Abelardo, ''somos enanos subidos a hombros de gigantes'', y nadie inventa de la nada, pero eso no niega mérito a la invención, sea al final más o menos fructífera. También la importancia de la aportación individual ha cambiado mucho en la historia: los medievales, en general, no pensaban como nosotros, tendían a esconder sus propios aportes bajo autoridades antiguas o colectivas, aunque ya en la Plena Edad Media se comenzase a hablar de los 'modernos' frente a los antiguos. En el extremo opuesto, el Romanticismo ensalzó al individuo y su idea de genio creativo, que más o menos hemos heredado.

      Un saludo.

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  3. Yo te voy leyendo y quedándome con ideas. Dada la altura de los contenidos que propones, poco más puedo hacer. Pero este tipo de lecturas me quita muchos años de encima, porque el ensayo (que a lo que más se parece tu escritura) era una de mis preferencias literarias en la juventud y hasta bien entrada la madurez. Luego me fui hacuiendo más "ligero", por decirlo así, pero aún hoy me fascina este tipo de asuntos como la importancia del lengunje, la interconexión que se acabó creando entre la religión y la política... ese tipo de cosas. Así que vuelvo a la lectura en silencio.

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    1. Bueno, estas temáticas pueden tener apariencia elevada, pero no deben ponerse sobre un altar de mármol. No deja de ser un intento de divulgación con un poco de reflexión, como tú mismo haces en tu blog, en el que por cierto he aprendido mucho.
      Y sobra decir que siempre aportáis algo con los comentarios, pero también sobra decir que no es ninguna obligación comentar. Y vaya por delante esto último, porque aunque sobre decirlo, nunca sobra decirlo. No me he entendido ni yo con el trabalenguas.
      Te agradezco lo que dices y me alegro de que el tema sea de interés; a mí también me fascina indagar sobre esas conexiones, que nos dan un poco (aunque sea un poco) de luz sobre cómo hemos llegado hasta donde hemos llegado.
      Un saludo.

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  4. Estoy leyendo un libro estupendo llamado" Una historia de la lectura" de Alberto Manguel y tiene un apartado dedicado a Abelardo y su defensa de la educación y en cierta medida de la igualdad de las mujeres frente a la postura patriarcal del propio Guillermo de Champeaux.
    En otro apartado,o escribe sobre el tema de la visión y como nace en nosotros, un tema que tanto había obsesionado al pensamiento clásico griego. ¿Son las cosas las que nos permiten ver o es nuestra mente la que provoca que veamos? ¿Platón vs. Aristóteles otra vez?
    Quizás lo que subyace detrás de toda filosofía es una necesidad de poner un orden al mundo para que no nos desborde con sus caprichos.
    Curiosamente, apenas nos hemos separado de las categorías aristotélicas y nos vemos influidos por ellas. Es como esos dibujos complejos donde se pueden ver dos o más cosas al mismo tiempo desde uno u otro punto de vista, una mujer por un lado o un viejo por el otro, pero tenemos el ojo más acostumbrado a una visión y desdeñamos las otras como irreales e imposibles. La ciencia ha avanzado de esa manera y no sabemos lo que hemos perdido por el camino por no elegir otros.
    Salud

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    1. Tenía echado el ojo a ese libro, pero ya que lo recomiendas así, te haré caso y a ver lo engancho en los próximos meses. El tema me gusta mucho.

      Suscribo lo que dices sobre la filosofía como saber que intenta dar sentido al mundo, y que subyace bajo los presupuestos de la ciencia. La historia de la ciencia también es interesante, aunque a veces su divulgación tiende a elegir solo los logros que han contribuido a llegar hasta donde estamos desde el presentismo, como quien rellena una línea juntando puntos, dejando por el camino el contexto de descubrimiento y esas otras puertas, ya sean fallidas o tengan interés. Newton, por ejemplo, a quien jamás le cayó una manzana en la cabeza, creyó que iba a pasar a la historia como teólogo.

      Es verdad que Aristóteles se alejó de la epistemología platónica y creó una teoría empírica en la que interviene la mente humana. Luego, ya sabes, el que realmente dio esa vuelta de tuerca al conocimiento (del sujeto al objeto, en lugar del objeto al sujeto) fue Kant. Creo que tu explicación y alegoría de las creaciones y descubrimientos humanos es muy buena, me gusta esa ilusión óptica de la mujer joven y la anciana.
      Un saludo.

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  5. Como dice Rick, esto ya es un ensayo hecho y derecho, ameno y documentado. Nos caen lejanas estas discursiones escolásticas, la verdad, sorprende que las principales mentes de la época se devanaran los sesos en estos temas. Mis nociones filosóficas son muy de andar por casa, pero supongo que los universales son categorías mentales que creamos para ordenar la información que recibimos de la realidad. Aquí la omnipotente ley de la analogía tiene mucho que ver. Si la influencia de Platón no hubiera sido tan importante quizás se hubiera solucionado antes, pero los dichosos arquetipos gustaban mucho. Aun así, de aquellas discursiones nació la ciencia moderna, fueron precursores.

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    1. Suenan lejanas estas cuestiones así formuladas, sí. Por lo demás, lo has explicado muy bien con la analogía y la relación. El asunto tiene más enjundia de la que aparenta a simple vista y, aunque ya no se hablase de ''problema de los universales'', desembocó tanto en la filosofía del lenguaje como en los problemas de fundamentación del conocimiento en la ciencia moderna.
      Gracias por el comentario.

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