La Historia no repite los mismos versos, pero canturrea las mismas rimas, que es otro modo de expresar la idea tantas veces dicha, escapando de la metafísica hegeliana pero constatando la importancia de estudiar el pasado para entender el presente. Así, la Rusia que nació de la vieja Moscovia, la de Iván el Terrible, hostigada por los tártaros, forjó un modelo político que, aun con sus cambios y contingencias históricas, le ha acompañado siempre. Una vasta tierra sin fronteras naturales necesitó gobernantes fuertes, césares que uniesen a los boyardos y a la variedad de pueblos; la improbable promesa de convertirse en la Roma oriental, el baluarte de la santa cruz que el Turco arrancó a Bizancio.
El imperio resultante consiguió controlar a los enemigos que constantemente llamaban a sus puertas, pero a costa de crear un sistema de servidumbre que alargó el feudalismo y mantuvo a Rusia aislada del recorrido cultural del occidente europeo, del Renacimiento a la Ilustración. Las potencias del oeste nunca dejaron de mirar al oso con recelo: un imperio tan extenso, con un ejército que había demostrado tanto arrojo en campo abierto, era un peligro latente. El Gran Corso había sido derrotado en uno de sus inviernos. ¿Qué no conseguirían en el futuro?
La desconfianza mutua y los sueños imperialistas llevaron a la guerra de Crimea. Por ser, para su desgracia, un enclave geoestratégico, Crimea ha sufrido varios conflictos de importancia en la era contemporánea, el último de los cuales se alarga hasta día de hoy; así que conviene señalar que hablamos del conflicto mediado en el intervalo de 1853 a 1856 entre Rusia y varias potencias europeas en apoyo al Imperio otomano. Como en muchas guerras, el casus belli es complejo, aunque los relatos interesados sean simplistas y maniqueos; podríamos resumir el asunto diciendo que el turco era un imperio moribundo sobre el que comenzaban a sobrevolar los buitres, las potencias europeas que se disputaban los restos, en uno de aquellos aperitivos previos a la Gran Guerra del siguiente siglo. Siempre hambrienta de puertos de mar, Rusia se dirimía entre ganarse el Mar Negro de una sola vez o mantener a los turcos bajo su control, evitando así la hostilidad de sus difíciles socios del oeste. Los supuestos socios vieron la ambición de Rusia con suspicacia y decidieron mover ficha antes que ella; primero la frenarían, ya resolverían en el futuro sus propias ambiciones.
Pronto, el bando ruso se vio condenado por su atraso y deficiente logística, pero el refuerzo de la ciudad marítima de Sevastópol frente a los franceses e ingleses fue tan competente que alargó la guerra y creó una leyenda de valientes rusos resistiendo al enemigo con nobleza. Lev Tolstói tenía veinticinco años cuando comenzó el conflicto, al que asiste con curiosidad y algún que otro sueño de gloria; sueño que pronto dejará lugar a la decepción, alimento asimismo del escritor. Aunque pasa buena parte del tiempo lejos del combate, puede conocer de primera mano el famoso Sitio de Sevastópol, aceptado como suboficial de artillería junto a su hermano Nikolái.
Muy lejos de allí, Dostoievski cumplía su condena en la katorga de Omsk; en un mismo, aunque amplio país, dos escritores en desarrollo viven dos realidades distintas; ambos aprovecharán su experiencia para innovar en el terreno literario: el testimonio carcelario y el testimonio de guerra, ambos novelados. ‘En Sevastópol no me convertí en un general de las armas, sino de las letras’, dirá posteriormente Tolstói, que escribirá tres relatos, luego reunidos en un solo volumen. En ellos despliega su fino análisis psicológico de caracteres; la mayoría de los personajes a los que seguimos son oficiales o suboficiales, lo cual es comprensible dada la procedencia del autor, pero se cubre en cierta medida la experiencia del soldado raso, con lo que el cuadro general resulta casi completo.
El primer relato, ‘Sevastópol en el mes de Diciembre’, es el más corto; desconozco si fue intencional y Tolstói tenía proyectada una continuación cuando lo escribió, pero lo dudo, ya que dio por finalizada la obra, con sus tres relatos, apenas terminó el Sitio de Sevastópol, todavía en plena guerra. El caso es que la estructura final resulta conveniente; la primera historia, narrada en una original segunda persona, funciona como presentación de la ciudad sitiada; el autor sirve de cicerone al lector, llevándonos de la mano a través del ajetreo cotidiano, desde los lugares de vida alegre hasta los tristes hospitales de heridos y los bastiones en ebullición. Puede sorprender que, durante los primeros compases del sitio, parte de la ciudad intentase llevar una vida normal, ignorando los bombardeos; el autor nos transmite el contraste entre quienes escurren el bulto y quienes han sufrido la guerra en sus carnes.
Lev Tólstoi, retratado el año en que comenzó el Sitio de Sevastópol.
Los dos siguientes relatos son más extensos; ‘Sevastópol en el mes de Mayo’ se sitúa en un momento clave del sitio, cuando de pronto los bombardeos se intensifican y aumentan las bajas en el bando sitiado; por su parte, ‘Sevastópol en Agosto de 1855’ incluye la derrota final de los rusos y la pérdida de todas las líneas defensivas; en ambos seguiremos la pista a varios personajes, a través de los cuales nos adentraremos en la vorágine de los bastiones. Apenas reconocemos la ciudad que nos encontramos en el tercer relato; los edificios destrozados, devastado el ambiente, vacío por completo de mujeres y civiles, de vida más allá de la soldadesca enviada a morir o sobrevivir para el siguiente día; nadie puede garantizarlo.
Quizá solo me hieran - se decía el capitán ayudante, mientras en medio del crepúsculo se acercaba con la compañía al bastión -, pero ¿dónde? ¿Aquí o aquí? -pensó señalando mentalmente el estómago y el pecho-. Y, si fuera aquí -pensaba, mirando la parte superior de la pierna…-
Es notable la fuerza visual que consigue Tolstói en algunos pasajes, sin desmerecer el plano vivencial, como aquel en el que narra la muerte de un oficial que ha recibido un casco en el pecho, desde su experiencia subjetiva. Pero, por encima de todo, interesa el abordaje psicológico, que ensaya los conflictos entre los pensamientos y los comportamientos que cada cual debe mostrar, dependiendo del lugar que ocupe en la jerarquía social. La crítica a ciertos miembros de la nobleza de cuna que se comportan con altivez y desprecio ante los soldados, mostrando además una actitud indigna o rehusando el combate con torpes excusas, nos habla directamente de las ideas del escritor, que por entonces estaba forjando una fuerte personalidad. Tolstói insiste en que, en sus relatos de guerra, no hay ningún héroe; que el único héroe para él es la verdad, pero muestra respeto por los caídos, los mutilados y heridos; también incluye leves notas de humor, muy bien dosificadas.
-¿Cómo se llama el jefe de nuestra compañía? -preguntó Pest a un cadete que estaba tumbado a su lado-. ¡Qué valiente!-Sí, siempre que hay combate está borracho perdido - respondió el cadete...
Otro escritor, quizá desde el lejano Moscú, habría aprovechado la contienda para loar a los valientes de Sevastópol, honrando así a la patria; Tolstói decidió criticar con dureza la guerra, imaginando un imposible duelo singular entre los líderes de ambas potencias, a fin de evitar la muerte de miles; en ocasiones como esa, la moralizante voz autoral puede sonar ingenua, pero no es tanto por ella que el mensaje consigue ser tan desmitificador y efectivo, sino por la narración realista de las motivaciones de los personajes. Destaca en especial, como decíamos, la psicología del miedo, que el autor transmite a la perfección; no hay lugar para valientes de novela, pues hasta el más valiente tiembla de miedo en la refriega y actúa en ocasiones de forma que le daría vergüenza admitir; se nos muestra el contraste entre los relatos que cuentan los propios oficiales y la realidad vivida, bastante menos interesante.
Quien no lo haya experimentado no puede ni imaginar el placer que siente una persona al marcharse de un sitio tan peligroso como son las posiciones después de tres horas de bombardeos.
La derrota de Crimea aceleró algunas reformas que Rusia llevaba tiempo necesitando, y el cambio más significativo fue la forzosa eliminación del régimen de servidumbre, que el propio Tolstói consideraba el mínimo que debía exigirse; los siervos habían muerto por el imperio a cambio de nada, ¿cómo iban a aceptarlo en adelante? La reforma quedó a medio hacer, por el temor a perjudicar a la nobleza rentista, y muchos campesinos, libres, pero sin tierra, vieron cómo su vida se hizo más difícil. Se imponía también cierta apertura para superar el régimen de mano de hierro de Nicolás I; ‘Relatos de Sevastópol’, sin embargo, fue mutilada a la hora de publicarse, a pesar de que el nuevo zar, Alejandro II, quiso que saliese a la luz sin censura. Se trataba solo de tres relatos de guerra contados con realismo; no profundizaba en la crítica al país ni a la estancada nobleza, que ocupaba la oficialidad en el ejército, pero Tolstói cruzaba algunas líneas difíciles de aceptar para la madre patria, o más bien para quienes la gobernaban.
Lev Tolstói, Relatos de Sevastópol. Alba Editorial, 2013. Traducido por Marta Sánchez-Nieves Fernández. Obra original publicada entre 1855 y 1856.
¿Dónde está en este relato el rostro del mal que se debe evitar? ¿Dónde el rostro de la bondad que debemos imitar? ¿Quién es el malvado? ¿Quién es el héroe? Todos son buenos y todos son malos.
Un joven Tolstoi alejado del desengañado místico de sus días postreros pero ya contundente en su visión del mundo, imagino porque no he leído el libro.
ResponderEliminarEl otro día en Jot Down apareció un artículo que me gustó mucho y que ayuda mucho a entender la mentalidad rusa, me acordé de ti.
Aquí te lo dejo: https://www.jotdown.es/2022/05/politica-potemkin/
Saludos
Estos relatos me han dado bastante apetito para Guerra y paz, que aún no he leído y quizá enganche en verano.
EliminarTe agradezco el artículo, que no conocía y efectivamente es muy bueno. Lo que son las casualidades (o no tanto, porque en cierta forma, es un tema de actualidad), he leído recientemente el ensayo que ha inspirado al autor de este artículo de Jot Down, porque lo cita y lo utiliza, y aprovecho para recomendarlo: ''Una muy breve historia de Rusia'', de Geoffrey Hosking. En él me he enterado, entre otras muchas cosas, del lejano origen de la palabra ''pravda'', que yo relacionaba solo con el famoso periódico bolchevique.
El autor del artículo hace referencia a ''El acorazado Potemkin'', y aprovecho para recordar otras dos películas del mismo director, que sin duda conocerás: ''Iván el terrible'' y su segunda parte, ''La conjura de los boyardos''. Stalin estaba especialmente interesado en aquel zar, con el que se sentía identificado. Hay cierta relación de familia entre el antiguo régimen ruso y la autarquía de épocas contemporáneas. No en vano, Montefiore tituló su ensayo, centrado en los últimos años de Stalin, ''La corte del zar rojo''.
Un saludo.