domingo, 15 de noviembre de 2020

Cándido, de Voltaire

 

Su padre había querido hacer de él un abogado, pero François-Marie Arouet se rebeló contra los designios del viejo jansenista para forjar su propio destino. Hasta sus señas familiares se difuminaron, dándose a conocer al mundo como Voltaire. Aventurero ambicioso, gustaba del ambiente cortesano y aspiraba a triunfar en la poesía y el teatro, pero mientras su nombre se hacía cada vez más conocido, sus atrevimientos lo golpearon llevándole a la cárcel y al exilio. Se enamoró de Inglaterra, de sus libertades y de su empirismo, y regresó a Francia como profeta de Locke y de Newton. Durante sus forzados viajes por las cortes de Europa, fue admirado y rechazado a partes iguales, ganándose tanto amantes protectoras como la temible Madame de Châtelet, como poderosos enemigos de la altura de la Pompadour; también tuvo protectores que terminaron por renegar de él, como Federico de Prusia, pero Voltaire siempre supo caer de pie. Y ese saber caer de pie hizo que, tras una fatigosa vida, terminase sus días con las cuentas más que saneadas. Porque aquel prohombre de la Ilustración no solo sabía lo que valía el dinero para ser alguien en el mundo, sino que había tenido la suficiente pericia como para conseguirlo, siendo desde joven un experto financiero y especulador. Y al final pudo volver a pisar París para disfrutar de los laureles, aunque era un París que casi no reconocía. ¿Laureado? Por muchos sí, desde luego. Pero el nuevo mundo intelectual francés vivía una encarnizada batalla entre los intransigentes del Antiguo Régimen y los ilustrados radicales. El celoso Voltaire, que tanto había pelado para aplastar al ‘Infame’, se vio en cierta forma en medio de la refriega como un reformador moderado. 

Algunos críticos de distinto pelaje le suelen achacar que no aportara ningún sistema, como si para ser reconocido en la historia del pensamiento hiciera falta crear uno, al modo de Aristóteles o Hegel. Lo cierto es que Voltaire, debido a su escepticismo, rechazaba los sistemas, y pese a ello - o quizás precisamente por ello - sus ideas no han envejecido un ápice. Pero hablemos de una vez de literatura, que es el objeto de este blog. Durante sus años de madurez, Voltaire cultivó prudentemente el género narrativo para camuflar su crítica política en lo que él denominó ‘cuentos filosóficos’. Algunos de estos cuentos son realmente novelas cortas, y aquí vamos a centrarnos en su obra más famosa, ‘Cándido’ (1759).

Desde el pensamiento medieval, muy influido por la obra de Agustín de Hipona, el problema del mal había sido una cuestión insoluble: ¿Cómo es posible que en un mundo creado por Dios haya tantas tragedias naturales? ¿Y qué decir del mal moral, fruto de las acciones humanas? Las respuestas apelaban al pecado y la libertad, pero aquello no terminaba de satisfacer del todo. Cuando se abrió paso el racionalismo moderno, se retomó el viejo dilema: o bien Dios no es omnipotente, por permitir imperfecciones en su propia obra, o bien es decididamente malvado. Filósofos de la altura de Leibniz se ocuparon del asunto, creando para ello una Teodicea que salvase la cara al que vive ahí arriba. La máxima que simplifica su aportación conlleva un optimismo metafísico: vivimos en el mejor de los mundos posibles. Fueron muchos, posteriormente, quienes vulgarizaron esta idea. Voltaire, obsesionado con el problema del mal, asumió aquel optimismo metafísico como pieza a batir en ‘Cándido’, aunque extendió su crítica a toda teorización espuria que no atendiese a la realidad ni fuera humanizante. Hay que tener en cuenta, para más inri, que ‘Cándido’ fue publicado en medio de la sangrante Guerra de los Siete Años, que desencadenó una barbarie en Europa.

‘Está demostrado, decía, que las cosas no pueden ser de otro modo: porque, estando hecho todo para un fin, todo está hecho necesariamente para el mejor fin’.

La historia comienza, en una clara alegoría bíblica, cuando Cándido es expulsado de su Edén particular - el mejor de los castillos posibles - y alejado de su Eva, Cunegunda, para dar de bruces con el mundo. No es casual tampoco que Cunegunda hubiera sido tentada por la serpiente, Pangloss, al que pilló en plena clase de 'física experimental' con una dócil criada. A partir de aquí se suceden aventuras inverosímiles y disparatadas a un ritmo frenético. Cándido viaja por el mundo como un quijote de la teoría del maestro Pangloss – representación del filósofo abstraído -, y la realidad no deja de golpearle. Así, por ejemplo, cuando Cándido es herido por una piedra durante el terremoto de Lisboa y pide ayuda, el sabio Pangloss se detiene a considerar razones, en lugar de actuar de inmediato. Con mucha sorna, Voltaire nos presenta un mundo patas abajo, que no era sino el real caricaturizado: la superstición, el fanatismo religioso, la intolerancia, las leyes absurdas, el egoísmo… A pesar de la hipérbole continua, la obra esconde pasajes que en nada se alejaban de la realidad, como aquellos en los que describe con crudeza el teatro de la guerra. Vemos una y otra vez el juego de Voltaire en el uso del lenguaje, que muestra las contradicciones entre lo ideal y lo real:

‘Cándido, que temblaba como un filósofo, se escondió lo mejor que pudo durante esta heroica carnicería'. 

¿Por qué en el mundo hay tanta injusticia absurda? Martín, el personaje misántropo que asume la postura contraria a Pangloss, se encoge de hombros: ya nada le sorprende, no espera otra cosa de la humanidad - 'Martín no era un hombre que daba consuelos' -. Otros personajes asumirán los roles del noble enquistado en sus rancios valores, el inquisidor, el pícaro y un sinfín de tipos que campan mirando por sus propios intereses. En realidad todos sufren, todos están insatisfechos, todos se quejan de algo. Así, cuando Cándido y Cacambo visitan la utópica ciudad de El Dorado, donde encuentran al fin reposo y comodidad, en seguida se crean necesidades mayores y deciden retornar a su triste mundo. Durante la acelerada narración visitamos numerosos lugares, y en cada uno hay costumbres distintas (imposible olvidarse de la pareja de señoritas relacionándose, de un modo un tanto peculiar, con sendos macacos), pero en todos ellos persiste la misma naturaleza humana.

¿Cómo podemos escapar de este destino y alcanzar la felicidad? Voltaire se niega a responder con contundencia. Cuando, en el final del cuento, Cándido y sus amigos terminan empobrecidos en Estambul, tras haber pasado por mil penurias, deciden abandonar los debates teóricos y ponerse a trabajar en un huerto para pasar sus días. 'Cultivar nuestro jardín' es el único consejo que resulta eficaz: ocuparse de lo cotidiano, lo que nos rodea en primer término. Y nada más. Así acaba esta joya cargada de humor negro que tiene la virtud de hacer reír más de doscientos años después de haber sido escrita.

Voltaire, Cándido y otros cuentos, 2016. Edición de Guillermo Graíño Ferrer. 282 páginas. Obra original publicada en 1759.

- Sí, señor - dijo el negro-, es la costumbre. Nos dan por todo vestido un calzón de tela dos veces al año. Cuando trabajamos en los ingenios de azúcar y la muela nos coge el dedo, nos cortan la mano; cuando queremos huir nos cortan la pierna: yo me he visto en ambos casos. A ese precio coméis azúcar en Europa.

(...) -¡Oh, Pangloss! - exclamó Cándido-, esta abominación no la imaginaste. Se acabó: finalmente habré de renunciar a tu optimismo.

- ¿Qué es el optimismo? - decía Cacambo.

- ¡Ay! - dijo Cándido-, es la manía de sustentar que todo está bien cuando se está malamente.

4 comentarios:

  1. Para mi Cándido es una de esas lecturas hechas a la carrera en mi etapa escolar, de la que solo conservo un batiburrillo, por lo que te agradezco que reorganices mis recuerdos. Lo que sí recuerdo claro es el estilo de Voltaire, me parecía bastante gris. En fin, quizás un día lo relea

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    1. Es una sucesión de escenas disparatadas sin pausa, donde no hay lugar al reposo. A mi me hace bastante gracia. Claro que, como toda lectura, dependiendo del momento en que se lee puede disfrutarse de una u otra forma, es muy normal. Edito porque me acabo de acordar de un primo mío que tenía una manía tremenda a la Celestina, por haber sido una de sus lecturas obligadas en el colegio. En el caso de Cándido estoy seguro de que hoy lo verías con otros ojos.
      Gracias a ti por el comentario.

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  2. Te dejé un comentario esta mañana sobre mi cercanía con Voltaire y especialmente con el Cándido al que veo muy
    actual pero ahora no lo veo. Sin embargo observo que me suscribí a los comentarios después de hacerlo y no aparece.
    Saludos

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    1. Qué cosa más rara. Ni vi tu comentario ni por supuesto he borrado ninguno. En fin, ya siento que haya ocurrido... Y te agradezco el comentario perdido aunque no haya podido leerlo.
      Yo también veo el Cándido muy actual.
      Un saludo.

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