jueves, 19 de noviembre de 2020

Rasselas, de Samuel Johnson

 

Supongo que la primera referencia que me llegó de Samuel Johnson fue en boca de Kirk Douglas, dentro de esa magnífica película que es ‘Senderos de gloria’. Ya saben, Douglas interpreta a un coronel francés de la Gran Guerra al que un general sin escrúpulos ordena mandar sus tropas a tomar una colina, aun sabiendo que más de la mitad de los hombres van a ser sacrificados. Entonces Kirk Douglas lo suelta: ‘el patriotismo es el último refugio de un canalla’. La cita es más que apropiada, pues resume en una sola frase el sentido de toda la película. 

El caso es que Samuel Johnson es un verdadero depósito de citas – el autor inglés más citado después de Shakespeare, ahí es nada -, y seguro que tú, que me lees, o yo mismo, conoceremos alguna aun desconociendo que fue escrita por este señor. Por lo demás, Johnson fue un eminente ensayista y crítico literario en su siglo, siguiendo la estela de Addison. También es conocida esa biografía suya que sigue editándose en todas partes, aunque yo no la he leído. Respecto al uso de las citas, comparto el gusto, pero tengo asimismo mis reticencias: pueden funcionar muy bien para sintetizar una idea, muchas veces aderezada con cierta lírica, y entonces soy el primero que se rinde a ellas; sin embargo, en ocasiones se abusa de la cita al hacerla pasar por un argumento, sobre todo cuando se apela al prestigio de una supuesta autoridad, cayendo directamente en la falacia. Y qué decir de Internet, donde la cultura del meme y del ‘zasca’ llegan a eclipsar a la reflexión argumentada en no pocas ocasiones; grandes preocupaciones humanas como la paz, el amor o la felicidad son jibarizadas en una frase entrecomillada acompañada de la foto de un autor de renombre y, si acaso, una fotografía. Hay gente que debería hacer más caso de aquellas sabias palabras que escribió Abraham Lincoln: ‘Sábete que no puedes fiarte de todo lo que encuentras en Internet’. Uno empieza citando a Lincoln y acaba citando a Gandhi o, lo que es mucho peor, a John Lennon.

A pesar de sus críticas al género, Samuel Johnson publicó una única novela en su vida, motivado por necesidades perentorias, pues como dijo Quevedo: ‘poderoso caballero es don Dinero’. ‘La historia de Rasselas, príncipe de Abissinia’ (1759) bebe de ese orientalismo surgido en Francia con la traducción que realizó Galland de ‘Las mil y una noches’. Cuenta la historia de un príncipe que vive en un utópico vergel con su hermana y otros tantos cortesanos, rodeados todos ellos de lujo y comodidades en abundancia. Su edénico palacio está ubicado en un florido valle al que, eso sí, rodean unas simas montañosas que impiden la entrada y la salida. Rasselas ha crecido allí y no tiene queja alguna salvo un creciente vacío que va aumentando según pasan los años: ¿Cómo será la experiencia de vivir en el ancho mundo? Le han advertido que, fuera del vergel, el mundo es un cúmulo de sufrimiento y sinsabores. A fin de cuentas, él es un privilegiado por vivir en un lugar donde se respira la paz y todas las necesidades están más que cubiertas: todo lo que le rodea está diseñado para deleitar sus placeres, así que, ¿para qué buscar más? Esa inquietud, no obstante, le impulsará a tramar la fuga y abrirse paso a través de la barrera montañosa, ayudado por cierto poeta con experiencia de mundo y por su propia hermana, también contagiada con la misma curiosidad.

Se da la casualidad de que la publicación de 'Rasselas' coincidió en el tiempo con ‘Cándido’ de Voltaire, con el que tiene no pocos elementos comunes. Al igual que en ‘Cándido’, nuestro protagonista sale del Edén y realiza un viaje para encontrar respuesta a una duda filosófica: si Cándido se preguntaba el por qué de las injusticias, así como la posibilidad de ser feliz en el mundo a pesar del sufrimiento, Rasselas se centra exclusivamente en la búsqueda de la felicidad personal. Tanto nuestro protagonista como su hermana Nekayah van encontrándose con distintos personajes que viven sus respectivas experiencias de vida. El objetivo de Rasselas será escoger lo que él llama su ‘proyecto vital’, un arcano al cual se agarrará una vez encontrado. 

La convivencia con los más jóvenes le reporta una felicidad pasajera basada en juergas, pero Rasselas considera dicha felicidad caótica e intemperante, carente de ulterior interés; en contraste, la reposada felicidad del sabio es rica en figuras y citas de autores, pero tiende más a la teoría que a la práctica: la juventud busca el aplauso, señal de un bien futuro, pero ese aplauso cada vez importa menos a quien se encuentra en el final de su vida y lo va perdiendo todo. La princesa Nekayah, influida por las bucólicas arcadias pastoriles, se pregunta si en la humilde vida de los campos podría ser feliz como jamás lo fue en su palacio, pero al convivir entre pastores descubre que éstos no son menos maledicentes y desdichados que cualquiera: los ricos viven con temor a perder su riqueza, y los pobres temen no tener con qué comer; todos, en suma, están insatisfechos con algo. Si al caer aquí habéis leído, por un casual, mi anterior post, esta frase os sonará de algo, ¿verdad? Efectivamente, una vez más vemos coincidencias con el cuento de Voltaire. Pero hay más, pues también Johnson se ríe de los sistemas metafísicos en una escena en la que Rasselas forma parte de un corro que rinde homenaje a cierto filósofo que encadena complicados argumentos y citas en torno a la felicidad. Cuando el príncipe le pide aclaraciones más sencillas, el filósofo oscurece y embrolla su petulante discurso. Hay otros pasajes jugosos, como aquel en el que nuestros protagonistas van en busca de un famoso ermitaño que lleva quince años solo en una caverna, en olor de santidad, pero cuando al fin le tratan, éste aprovecha y se larga con ellos aburrido de tanta soledad, pues la huida del sufrimiento, al más puro estilo oriental, no le ha acercado un ápice a la calma espiritual. 

¿Qué camino lleva, pues, a la felicidad? ‘Rasselas’, como otras obras neoclásicas, mezcla géneros al combinar el relato con la reflexión explícita, pero olvídense ustedes de encontrar aquí un sucedáneo de autoayuda con el prestigio de los clásicos, pues no os ofrecerá ninguna receta genérica ni podréis resumirlo en una única cita motivadora. En los últimos compases, Johnson nos hace descender a unas catacumbas para ambientar el debate entre los personajes, en clara alusión al Memento mori. Todos ellos optan al fin por aprovechar sus días escogiendo su respectivo plan de vida, y es aquí donde la novela se cierra con maestría: ninguno termina actuando tal y como había concebido. Y es que, como dijo John Lennon, ‘la vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes’.



Samuel Johnson, La historia Rasselas, príncipe de Abissinia. Editorial Berenice, 2007. 204 páginas. Obra original publicada en 1759.

-Muy pocos viven por elección -dijo el poeta-. Todo hombre está colocado en su condición actual por causas que actuaron sin su previsión, y con las cuales no siempre coopera de buena gana; y en consecuencia rara vez encontrarás a alguien que no crea que la suerte de su vecino es mejor que la propia.

6 comentarios:

  1. Sólo conozco Rasselas por referencias (estudié a Johnson en la universidad), al igual que Cándido, y seguramente por eso no había reparado en los paralelismos que señalas y que me han parecido muy interesantes.

    También me han gustado tus reflexiones sobre el "arte de las citas", incluido el chistecillo de Lincoln, jeje, y me he acordado de "Esa bruma insensata", de Vila-Matas, que trata precisamente sobre eso.

    Muy interesante tu texto, y me gusta mucho la pulcritud de tu estilo.

    Saludos.

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    1. Me voy a sonrojar, Ángeles. De verdad, muchas gracias por tus palabras.

      Cándido era un viejo conocido, pero Rasselas lo he leído por primera vez hace muy poco, y por eso me he podido fijar más en esos parecidos. Lo curioso es que, según parece (de lo poco que he podido indagar) no hubo influencia ni plagio de uno sobre el otro, sino que se debió seguramente a una coincidencia de ese año 1759. Supongo que cada época tiene sus preocupaciones, y ésta era una en aquellos años ilustrados. Aparte, el mismo Voltaire había usado el recurso del relato oriental, que toma Johnson, años atrás en su cuento 'Zadig'.

      No he leído nada de Vila-Matas, y es una laguna que comparto con muchos escritores españoles contemporáneos, por cierto. Me apunto 'Esa bruma insensata', porque me has metido curiosidad.

      El chiste de Lincoln es un meme extendido en las redes que me hace bastante gracia: https://cdn.shopify.com/s/files/1/1975/8663/products/1507398570155_1024x1024.png?v=1518643260

      Un saludo.

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  2. La felicidad siempre es lo que no tienes, por lo tanto es inútil buscarla en alguna parte. Esto se me acaba de ocurrir ahora mismo, no es una mala cita de nadie.
    Conozco a Samuel Johnson por las muchas veces que es citado por otros autores, por ejemplo Borges, por la famosa biografía de James Boswell, que pasa por ser la madre de todas las biografías y que no he leído, pero también por ser considerado uno de los padres de la lengua inglesa moderna. No conocía Rasselas, parece sugestiva.
    Saludos

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    1. Bueno, quién sabe si algún día este blog será famoso por ser la fuente primera de tu frase sobre la felicidad, convertida en cita del Dr. Krapp. Sí, la felicidad, tomada como meta trascendental, hoy tiene mucho de mito.
      Por lo que parece, sí debe ser interesante esa biografía de Boswell, donde se dice que hay buenas anécdotas de los escritores que formaron parte del círculo íntimo de Johnson.
      Un saludo.

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  3. Lo realmente importante es, como en Cándido, que en la cultura occidental se empieza a plantear la búsqueda de la felicidad individual, independientemente del resultado de esa investigación, Ya no hay que contentar a dioses ni ser solo un engranaje dentro del mecanismo social, la felicidad personal empieza a centrar la reflexión. Es una gran logro del XVIII

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    1. Amén a todo lo que dices. La subjetividad moderna fue el resultado de lo que venía desarrollándose desde el Renacimiento. El XVIII es muy conocido como siglo de la razón, pero también, y no menos importante, fue el siglo del gusto, de la sensibilidad personal. Un gran logro, sí señor.

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