lunes, 2 de noviembre de 2020

Las aventuras de Roderick Random, de Tobias Smollett

 
An election entertainment (fragmento). William Hogarth.

Entre los canónicos creadores de la novela inglesa, Tobias Smollett ha sido quizás el patito feo. No me entendáis mal: pertenece a esa casta de neoclásicos de primera fila, pero no fue tan innovador como sus ilustres colegas. Supongo que también le pesó en su día esa inclinación por lo físico, por lo escatológico, que a ojos de algunos de sus contemporáneos era de peor gusto; lo cual es una pena, porque es una de sus mayores bazas. Y aunque un servidor considera a su ópera prima, que hoy nos ocupa, a su manera del mismo interés que el ‘Tom Jones’ de Fielding, publicado poco después, desde la perspectiva literaria creo que pierde el combate por puntos. 

La imagen que nos ha llegado de Smollett es la de un gentleman escocés de carácter huraño y resentido. Siendo joven, y habiendo estudiado en Glasgow, acudió a Londres a buscarse fortuna como dramaturgo, pero fracasó en sus intentos y terminó por enrolarse en un buque de guerra como cirujano. Tras muchos viajes, entre los cuales participó en la famosa batalla de Cartagena de Indias (una de las mayores humillaciones de la historia de la marina inglesa, frente a los españoles liderados por Blas de Lezo), recaló en Jamaica, donde vivió unos años, se casó con una criolla y retornó a Inglaterra. Y fue entonces, cuando ya había perdido las esperanzas de triunfar en las letras, que probó suerte con la novela y comenzó a saborear las mieles del triunfo. Si me he detenido en estas notas biográficas es porque aquella primera novela suya, ‘Las aventuras de Roderick Random’ (1748), tiene mucho que ver con la experiencia vital del autor.

Smollett, admirador de la novela española, andaba traduciendo a Cervantes por aquellos años, y su Roderick Random bebe directamente de las obras picarescas del continente. La obra relata, en primera persona, las peripecias del escocés Rory Random, un pícaro más por accidente que por destino, ya que proviene de buena familia, pero, quedándose huérfano, es repudiado por su abuelo, patriarca del clan. Al igual que Smollett, Rory estudia en Glasgow, acude a Londres y, por azares, es enrolado a la fuerza como cirujano en un buque de guerra, donde asimismo participará en la batalla de Cartagena de Indias. Todo ello hizo que, lógicamente, los lectores de la época pensaran que la novela era plenamente autobiográfica, cosa que Smollett tuvo que desmentir, aunque no pudiera negar que muchos de sus pasajes estuvieran directamente inspirados en sus propias vivencias. Tras numerosas desventuras, narradas sin un orden necesario pero con mucho humor, finalmente Rory recupera el estatus social, se casa con una mujer antes inalcanzable y todo termina bien. Este final tiene sabor de deus ex machina, pues se produce gracias al muy fortuito encuentro con su padre, al que creía muerto. Cada mochuelo a su olivo, cada personaje ostenta el lugar que le corresponde en el mundo, de acuerdo con la mentalidad clasista, tan normal en la época, de la que Smollett participa. Porque, a diferencia de los protagonistas autosuficientes de Defoe, Rory Random no se labra su propia fortuna, y ni siquiera parece sufrir evolución alguna como personaje. Esto resulta a veces molesto en cuanto que Strap, el fiel criado, se nos muestra más mañoso para desenvolverse que su amo, y sin embargo Rory recoge todos los frutos que cosecha el otro. 

Sin embargo, si obviamos la resolución de la trama y a pesar del tono cómico, el mundo que se nos muestra por el camino es exageradamente hostil y pesimista, y los trazos que definen el estilo del autor son los de caricatura: descripciones físicas animalescas, olores y funciones fisiológicas. Así que, si bien se le achaca a esta obra la ausencia de cualquier enseñanza - según los cánones neoclásicos -, podría decirse que Smollett tenía intención de mostrar el mundo como un lugar despiadado en el que cada cual piensa solo en sí mismo. Los personajes son bastante planos, pero cumplen bien su función en la concatenación de situaciones. Y las hay descacharrantes, como cuando, en medio de una refriega naval, el capellán del barco, completamente borracho, se quita la camisa, se embadurna el cuerpo con sangre y comienza a hacer locuras, mientras un acobardado médico no se atreve a realizar su trabajo para evitar recibir alguna bala perdida. Gracias a ello, paradójicamente, la novela adquiere un realismo particular  (evidentemente, no en el plano formal) que supone el plato fuerte de la obra y, en ese sentido, prefiero el Londres de Smollett que el que nos ofrece Fielding en su obra maestra. En cuanto a las peripecias marinas, se puede decir sin ambages que el escocés fue iniciador del género aventurero naval. Rory Random sufre en sus carnes la violenta disciplina y los tratos injustos de los superiores a bordo. Repito que el propio autor participó en el sitio de Cartagena como cirujano, así que el pasaje de la novela que narra esos hechos es también una fuente de primera mano. Smollett no tiene ningún remilgo en dejar constancia del tremendo fracaso que aquella batalla supuso para la nación, así como de los errores estratégicos que cometió la comandancia, mientras los marinos caían a miles.

‘No quisiera que se pensase que estoy equiparando un asunto de estado con esa ignominiosa parte de la anatomía humana, aunque en verdad bien podría decir, si me atreviera a emplear un lenguaje tan vulgar, que la nación sí que fue de culo en esa ocasión’.

Otro punto de interés de la obra, sobre todo para un lector de hoy, es el acercamiento directo a los prejuicios que tenían entonces los ingleses contra los extranjeros, y el mal trato que les dispensaban. No hay novela histórica, por muy documentada que esté, que consiga trasladarnos a una determinada época tan bien como un libro de la propia época. Rory es un escocés que tiene que lidiar con el desprecio del londinense, que no ve en los norteños otra cosa que paletos sin refinamiento. El autor también se muestra empático con los galeses a través de la cómica figura de Morgan, un rudo cirujano al que apenas se le entiende cuando habla, pero que demuestra un sentido del honor y de la amistad que ya quisiera Arturo el bretón. Seguramente, ese carácter agrio que caracterizó a Tobias Smollett se cimentase, en parte, en los orígenes que marcaron sus años de juventud.

Las aventuras de Roderick Random, Tobias Smollett. Cátedra, 2010. Edición de Miguel Ángel Pérez Pérez. 664 páginas. Obra original publicada en 1748.

-¿Qué lleva en el morral, escocés? ¿Harina de avena o azufre? – dijo a la vez que lo cogía de la barbilla, que sacudió de un lado a otro para gran hilaridad de los presentes.

Mi compañero, al verse atacado de esa forma tan ignominiosa, se soltó en un santiamén y propinó a su antagonista un sopapo tal que éste se tambaleó hasta el otro extremo de la habitación y, al momento, se formó un círculo alrededor de los combatientes.

4 comentarios:

  1. Leyendo tu artículo y sobre la influencia de la novela picaresca en estas aventuras de Roderick Random, caigo en la cuenta de que este género es el precursor de la novela moderna en tanto que hace su aparición el antiheore y hay un atisbo de acercamiento psicológico al personaje. Lástima que por aquí el género no evolucionara mucho y acabara marchitando. Al menos en Inglaterra y Francia sacaron provecho del modelo.
    Saludos

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    1. Yo también creo que la invención del antihéroe fue decisiva. No me gusta nada el chovinismo (ni tampoco la postura contraria, que lleva a minusvalorar por sistema lo propio frente a lo foráneo) pero sin duda la picaresca es un género del que la literatura española puede estar orgullosa. Luego, como bien dices, otros países imitaron el modelo y lo hicieron suyo. Me resulta interesante ver cómo cada uno lo hizo a su manera.

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  2. Y sin embargo el antihéroe ya estaba en los dramas de Shakespeare a través, de forma destacada de un personaje como Falstaff que a veces parece que se usa para quitarle hieratismo a las historias y jugara con el elemento popular, presupongo que para los espectadores del período isabelino tuvieran un personaje con el que identificarse a pesar de ser tan poco recomendable por ser un provocador amante de las juergas y las mentiras.
    No conozco a Tobías Smollett, pero lo guardo en la agenda.
    Saludos

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    1. Buen apunte, Doctor. El teatro popular del XVII tiene esa clase de personajes. Cuando pienso en Falstaff, me viene directamente a la mente aquel papel de Orson Welles en 'Campanadas a medianoche'. Hay que reconocer que le pega el personaje, ¿eh?
      Un saludo.

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