John Everett Millais. 'El brunswicker negro' (detalle)
Tanto en esta como en la próxima entrada paso a rescatar dos reseñas, publicadas hace unos años, dentro de una entrada que resultó demasiado extensa. Que me disculpen esos pocos que pudieron leerlas en su momento.
Si le preguntásemos a cualquier estudiante ruso cuál es el tótem literario de su nación, mencionaría probablemente a Pushkin, y sin embargo en España no ha sido tan leído como otros; yo tampoco he leído su obra más afamada, ‘Eugenio Oneguin’. Esto se debe, en primer lugar, a que hablamos ante todo de un poeta, y la poesía pierde parte de su embrujo al ser traducida; además, el hecho de pertenecer al romanticismo y ser un escritor tan fundacional de lo que llegaría a ser la edad dorada de la narrativa rusa, de corriente realista, lo han alejado un tanto de los focos. En Rusia ha sido ampliamente adaptado desde la música hasta el cine, pasando por el teatro; hay monumentos y plazas que lo inmortalizan en muchas ciudades. Como curiosidad, por cierto, ¿sabían ustedes que tenemos una estatua dedicada a Pushkin en Madrid? Podemos encontrarlo en el parque Quinta de la Fuente del Berro.
Aun ignorando cualquier explicación basada en el nacionalismo - del que los rusos, actualmente, dan buena cuenta, sobre todo desde que llegó al poder Putin -, sobran razones para defender la importancia cultural de Aleksandr Pushkin (1799 . 1837); se le atribuye nada menos que ser el creador de la lengua rusa moderna, quien la cimentó desligándola de viejas fórmulas y así dotando al pueblo ruso de una forma de expresión propia. También lo que se conoce como 'alma rusa' tiene sus fundamentos en este autor, y esto es decir mucho.
Enclavado en el romanticismo, Pushkin evolucionó en sus últimos años hacia el realismo, y se presume que, de haber vivido más tiempo, éste habría sido su terreno definitivo. Precisamente hoy quiero reivindicar una novela perteneciente a esa última época de transición, publicada tan solo un año antes del duelo por el que perdió la vida; el motivo también es propio de un romántico, pues el poeta quiso defender el honor de su esposa ante las afrentas de un militar francés.
'La hija del capitán' (1836) es una historia romántica que sigue el estilo épico de Walter Scott y se enmarca en la rebelión de Yemelián Ivánovich Pugachov (1742-1775), suceso histórico que aconteció en tiempos de Catalina la Grande y sobre el que Pushkin se documentó a conciencia. El recurso de acudir al siglo anterior pudo venir tanto del interés del autor por esta rebelión en concreto como de una forma de esquivar la censura a la hora de tratar una temática tan polémica como era la revuelta de los siervos; sin olvidar la idea romántica, siempre cuestionable, de que los tiempos pasados fueron mejores y sus gentes más hospitalarias, como el propio autor defiende. El pulso entre el Estado zarista y los rebeldes cosacos suponía la manifestación más sonora de los problemas que vivía Rusia, y Pushkin adopta una postura respetuosa con el atamán, si bien dentro del límite de lo aceptable.
El tema principal radica en el honor, apuntado desde el comienzo con la cita de un proverbio ruso que reza: 'cuida el honor desde joven'. Pushkin desprecia a la nobleza de cuna que no representa a su clase, defendiendo que el honor no se hereda sino que se pelea. Buena parte de las citas que anteceden a cada capítulo son bromas poéticas del autor, versos que atribuye a tal o cual nombre siendo en realidad de su propia cosecha.
Durante la primera parte, somos testigos de la salida al mundo de Piotr Andréich Griniov, el héroe de esta historia, que es también el narrador. Griniov es un noble de diecisiete años destinado a ser militar, al que su padre decide alejar de los peligros de la ciudad para enviarle con una carta de recomendación a Orenburgo, el destino más remoto posible, cosa que el joven no se toma a bien, como es natural. Estos comienzos pertenecen en cierta forma al género de la novela de aprendizaje; sin embargo, la historia pronto romperá con estos derroteros y nos mostrará a un protagonista fiel a su condición honorable.
De la novela de aprendizaje pasaremos al romance en una ambientación perfectamente adaptable a un western americano firmado por John Ford. Griniov es enviado a la 'fortaleza' (esto es mucho decir) de Belogorsk, a cuarenta verstas de Orenburgo, la última frontera frente a los cosacos de Pugachov, al estilo del fuerte de Fort Apache con los indios de Cochise. Pushkin dota de pinceladas de humor a este ambiente, al hacer que el capitán de la fortaleza, el viejo Iván Mirónov, esté realmente subordinado a su esposa, que es quien parece mandar de verdad en el fuerte. Aquí se presenta también a la coprotagonista, a la que se refiere el título de la obra, María Ivánovna, desde una malintencionada descripción que realiza Shvábrin, un joven oficial que cohabita allí y se siente despechado por la hija del capitán. El triángulo que formarán Griniov, Shvábrin y María en base a la difamación es una escena bastante rusa. En Pushkin, por supuesto, la cosa termina en duelo, y Griniov y María se enamorarán sin remedio.
En cuanto a Pugachov, éste se cruza por primera vez con el protagonista durante una tormenta de nieve en los primeros capítulos de la novela, en la figura de un mujik vagabundo. Durante estos compases, Pushkin incluye un revelador sueño del protagonista que prefigura el arte de Dostoievski: como una escena del inconsciente, el padre moribundo es sustituido por un mujik barbado que, tras intentar bendecir a su noble hijo, aniquila a hachazos a todas las personas a su alrededor; el eterno miedo de los nobles, que el siervo sustituya al señor. Griniov le agradece al vagabundo sus servicios regalándole un tulup de liebre y sin saberlo establece un vínculo de gratitud con el atamán cosaco que le salvará la vida mucho después, cuando la horda de Pugachov arramble con la fortaleza de Belogorsk, matando a casi todo soldado allí afincado. A partir de ahí, la obra se transforma en una novela de aventuras. Más interesante que el protagonista resulta el personaje de Pugachov, que desde la moral cosaca respeta a su enemigo y sabe perdonarle la vida una y otra vez, a pesar de los desplantes del joven; una frase nos queda en el recuerdo:
De condenar, a muerte; de perdonar, a toda suerte. Ve donde te lleve el viento y haz lo que te plazca.
Aleksandr Pushkin, La hija del capitán. Alianza Editorial. 2015. Traducido por Ricardo San Vicente.
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