
Una de las últimas fotografías de Oscar Wilde
Recuerdo que, hace ya tiempo, leí sobre la vida de Maupassant a través de un pequeño ensayo de Mauro Armiño. Dado mi gusto por tantos clásicos franceses, tengo los relatos de Maupassant como una de las cuentas pendientes, y estaba a punto de abordarlos cuando aquella mirada a la vida del escritor me desmotivó de repente. Afirmaba Guy de Maupassant que nunca se había enamorado, que para él era extraño ese sentimiento; sin embargo, se jactaba de sus múltiples conquistas sexuales, celebradas como hazañas por amigos literatos de la talla de Flaubert. Un autor que, más allá de su aportación en el terreno fantástico, está presente en antologías de cuentos sobre amor y mujeres - que eran los que entonces me interesaba leer - y decía no haberse enamorado nunca, poco podría decirme, o cuanto menos, poco podría tener que ver conmigo. Soy consciente de lo prejuicioso de mi rechazo, pero no pude evitarlo.
Vaya por delante que, en literatura, lo único que importa es la obra, pero no podemos evitar interesarnos asimismo por la mano que mueve la pluma. No es que esperemos que el autor tenga una vida novelesca, tal y como buscaban los románticos; tampoco yo, que en buena medida me considero un romántico, espero eso, y desconfío de entrada de quien se disfraza de personaje o muestra una imagen calculada. En último término, no es el escritor en sí mismo el que pueda atraerme o repelerme, sino la obra que le supongo. Buscamos cierta coherencia, cierto sentido que explique el trabajo a la luz de una vida y una formación intelectual, o al menos lo hacemos quienes no nos contentamos con disfrutar de los libros de nuestros autores preferidos, sino que queremos saber algo más de ellos, pues aunque lo único que importe sea la novela, el cuento o la poesía publicados, hay una sinergia entre el autor y la obra que no podemos obviar.
Tema aparte son otras valoraciones que me son aún más extrañas, como puedan ser los juicios emitidos desde la mentalidad puritana, tan caros en el mundo anglosajón. Los puritanos, de cualquier época y condición, tienden a sobrevalorar la corrección de la conducta y moralidad del artista; así han sido censurados tantos trabajos literarios. No hace falta acudir a casos extremos ni lejanos, nos basta recordar el intento de boicot a J. K. Rowling por sus opiniones vertidas sobre temas que nada tenían que ver con sus libros. Tanto la mentalidad puritana como el activismo político, confundido con el juicio artístico, llevan al lector a encerrarse en una torre de marfil, empobreciéndose su experiencia y negando la literatura en sí misma. ¿Qué puede aportarme la literatura si exijo que todo autor piense como yo? Más recomendable sería, para tal lector, no leer nada en absoluto. Una alternativa menos drástica, y además económica, sería quedarnos con un solo libro, como cuenta la leyenda que dijo aquel califa que mandó quemar la biblioteca de Alejandría: 'los libros de la biblioteca, o bien contradicen el Corán, y entonces son peligrosos, o bien coinciden con el Corán, y entonces son redundantes'.
Dicho esto, convendrán conmigo en que hay autores por los que podemos sentir mayor o menor afinidad, y esto puede darse a veces con independencia del valor que otorguemos a su obra. Yo siento más simpatía por las personas de Dostoievski y Turguéniev, aun con todas sus diferencias personales e ideológicas, que con la persona de Tolstói. Pese a todo, lo normal es que funcione esa sinergia, yendo en paralelo nuestra sintonía con una obra literaria y con su autor. No es necesario que los autores nos caigan bien, ni que pensemos como ellos, pero sí que compartamos algún tipo de afinidad o interés; al fin y al cabo, una ficción literaria es fruto de los intereses y reflexiones de la persona que maneja la pluma. Esto que yo he llamado sinergia entre el autor y la obra es lo que produce que, a mi entender, podamos sentir rechazo cuando nos parece que algo en la vida del autor desentona o hace perder credibilidad a su producción literaria.
En cualquier caso, a diferencia de otras disciplinas, la riqueza de la literatura estriba en la posibilidad de experimentar muchas vidas y distintos mundos escondidos en el nuestro. En la obra de Dostoievski nos sumergimos en conflictos de ideas y personajes nacidos de experiencias auténticas del autor. Inverso en todo a Dostoievski, Nabokov veía el arte escrito como un artificio; rechazaba la literatura de ideas y la pretensión de autenticidad: todo estaba en la estética, en los detalles. Siendo polos opuestos, ambos autores eran coherentes con sus respectivos enfoques. Si miramos por el ojo de la cerradura, las vidas de Dostoievski y Nabokov, siendo tan distintas, nos permiten entender el por qué de sus preferencias, cuáles fueron sus influencias, cuáles sus aciertos y también, por supuesto, sus fracasos vitales y sus contradicciones.
Stevenson ante la cámara.
Ya me he extendido bastante con la reflexión personal, y es hora de decir unas palabras sobre el libro que venía a recomendarles. 'Vidas escritas' (1992) es un ensayo narrativo en el que Javier Marías reunió pequeñas semblanzas de distintos autores de su canon particular, veinte para ser exactos, a las que hoy se unen seis esbozos más de escritoras, publicados posteriormente bajo el título 'Mujeres fugitivas'. No encontrarán aquí biografías al uso, sino tan solo miradas parciales; miniaturas que muestran, a través de anécdotas, pinceladas sueltas cargadas de ironía y humor. Marías se aleja de cualquier aire de gravedad e incluso respeto al retratar a sus ídolos.
'...en lo escogido y en lo omitido reside en parte el posible acierto o desacierto de estas piezas. Y si apenas hay nada inventado en ellas (esto es, ficticio desde su origen), sí hay algunos episodios o anécdotas 'adornados'. En todo caso, lo único que salta a la vista al leer sobre estos autores es que la mayoría fueron individuos calamitosos; y aunque seguramente no más que cualquiera otros cuyas vidas supiéramos, su ejemplo no invitará en exceso a seguir la senda de las letras'.
Por las páginas de 'Vidas escritas' desfilan algunos de los favoritos de Marías: Conrad, Faulkner, Henry James, Nabokov y por supuesto Sterne, de quien nuestro escritor tradujo su obra cumbre. Pero si un lector despistado cayese por causalidad en cualquiera de estas semblanzas y no supiese ver más allá del pie de la letra, bien pudiera pensar que, más que ídolos literarios, Marías está ridiculizando a sus autores, pues escoge esas rarezas, manías y contradicciones que hacen de ellos personas de carne y hueso. El humor, bien presente, no consigue ocultar el afecto y la comprensión, que unidas a la pincelada crítica, son los que conllevan el auténtico respeto. Hay tres excepciones notorias en las semblanzas de Thomas Mann, James Joyce y Yukio Mishima, autores que Marías solo parece incluir por admirar sus obras, mostrando, no obstante, aborrecimiento por las personas. Dicho de paso, el capítulo dedicado a Mishima, '...en la muerte', es el que más gracia me ha hecho, pues la miniatura responde a cómo veo desde fuera al autor japonés: habiéndome acercado a la obra de otros clásicos de las letras niponas, y sintiendo afinidad por alguno de ellos, nunca me ha interesado leer un solo libro de Mishima, al menos hasta la fecha.
Aprecio especialmente la semblanza de Robert Louis Stevenson, '...entre criminales', que escoge mostrar uno de los aspectos de su personalidad que más distinguimos en su obra: la ambivalencia entre la caballerosidad y la fascinación por el canalla - Long John Silver, Mr. Hyde -. También destaco el capítulo dedicado a Oscar Wilde, '...tras la cárcel', que alejándose de mitificaciones, dignifica a un Wilde prematuramente envejecido tras su experiencia en prisión. Así podría seguir, comentando una por una las veintiséis semblanzas, algunas de las cuales retratan a autores de los que no tenía siquiera noticia, pero entonces destriparía la gracia del libro, para quien no lo haya leído, y no es necesario tal extremo. Sí es preciso apuntar que no encontrarán un solo autor de habla hispana, y esto se debe a una clara intención de Javier Marías, tanto por gusto propio (no en vano, se formó en filología inglesa) como por respuesta, y quizá rebeldía, ante los que siempre le negaron la españolidad.
Completa la obra un conjunto de fotografías comentadas, tomadas de la propia colección del autor, a modo de postales; incluyendo algunas que no aparecen en las semblanzas, como es el caso de Charles Dickens. En suma, 'Vidas escritas' es un libro que disfrutarán enormemente si sienten algún interés por la vida de varios de los más importantes escritores. Aunque también se incluye alguno de mis preferidos, solo desearía que el libro fuera más extenso para dar cobijo a otros autores - todos tenemos los nuestros -. Además, el ensayo de Marías se lee de una sentada, y puedo asegurárselo porque así lo he leído yo: les juro que solo quería comenzar las primeras páginas cuando me atrapó sin remedio y apenas me levanté hasta terminarlo.
Javier Marías, Vidas escritas. De Bolsillo. 2013. Obra original publicada en 1992.
'Hay cuatro o cinco cartas seguidas, a cual más deliciosa, en que el principal asunto es una bata que el ruso ha enviado al francés de regalo. 'En cuanto vea la famosa bata voy a llorar de agradecimiento', dice Flaubert. 'Tenía una vaga esperanza de poder ir a Croisset a llevarle en mano su bata... Dígame si ha recibido la bata', le responde Turgueniev. Y una vez llegada la famosa bata, Flaubert se muestra expresivo como no lo hace con ninguna cuestión política ni literaria: 'Esta vestidura real me sumerge en sueños de absolutismo y lujuria. Me gustaría estar completamente desnudo bajo ella, y acoger allí circasianas: aunque en estos momentos hace un tiempo tormentoso y tengo mucho calor, me la he puesto'. Quién sabe si no sería esa la misma bata con que, para su gran escándalo, lo sorprendió Henry James en una visita: a James le pareció indignante tal atuendo, y a partir de entonces decidió que la obra de Flaubert tenía que ser detestable porque su autor era sin duda un individuo que lo hacía todo en bata. Y de esto, ¿qué podía esperarse?'
Sin apenas haberle leído (tan solo un par de obras que de tan conocidas no merece la pena nombrarlas...) he de reconocer que no he sido muy fan del autor madrileño, seguramente tendrá que ver con ese sentimiento de "simpatía compartida" por los escritores que se deja entrever en tu texto.
ResponderEliminarLa creación de la biblioteca personal (uno de los hechos más fascinantes en la vida de todo lector) también asienta sus reales en el sentimiento de aquel que la va formando. Así surge esa fraternal comunión entre ambos extremos. La relectura de la obra del autor favorito, además de servir para descubrir nuevas facetas pasadas entonces por alto, afianza ese vínculo.
Sirva como "rebaja de pena" al Sr. Marías esa magnífica traducción del Tristram Shandy. En algún momento de clarividencia llegó a afirmar que esa fue su mejor obra.
Saludos,
Igual te sorprende, pero yo no había leído nada de Marías hasta ahora. Nada de sus trabajos literarios, quiero decir, porque sus artículos solía leerlos ocasionalmente. Ahora estoy leyendo mi primera novela suya y, la verdad, me está gustando mucho, así que nunca es tarde si la dicha es buena, como dice el refrán.
EliminarCoincido en todo lo que dices sobre la biblioteca personal y los autores preferidos. En cuanto a la famosa traducción de Marías de Sterne, no la he leído, pero sí tiene buena fama, y sabía que el propio Marías ve en ese trabajo, como dijo, su mejor obra (una idea muy borgeana, por cierto). Mi ''Tristam Shandy'' es el de la editorial Cátedra.
Saludos.
Es compleja la relación entre la personalidad de un autor y su obra. Y más si está vivo o le conocimos en su momento. Cela y Umbral eran el ejemplo de personas repelentes, pero su obra me gusta. O al revés, tipos enrollados cuyos libros se te caen de las manos. Parece interesante el libro de Marías, narrador sutil, y parece que biografo competente.
ResponderEliminarSí que lo es, sí. He intentado resumir aquí todo lo que puede movernos o desmotivarnos en relación al conocimiento que tengamos de los autores, a mi entender, pero hay más en el tintero. A veces, es algo tan sencillo como que nos creamos o no a un autor, por muy vago que suene esto.
EliminarNo he leído ninguna obra de Umbral, aunque sí muchos artículos suyos, que es lo mismo que podría decir de Juan Manuel de Prada, por cierto. Pienso en Umbral y me viene el término 'carpetovetónico' asociado. Era un personaje, más allá del autor que pudo ser y casi desconozco.
En cuanto a Cela, coincido del todo: repelente como pocos, y además repelente por muchas cosas. Pero su ''Familia de Pascual Duarte'' es una de mis novelas españolas preferidas, una joya de la España negra de aquellos años.
Saludos.